domingo, 27 de noviembre de 2016

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Noviembre de 2016



LA DESPEDIDA


     Es casi medianoche, la luna ha tomado asueto, reina la oscuridad en el acomodado barrio residencial. La casona  se ve iluminada en todas sus habitaciones, pero su resplandor es triste, presagia algo.
     El sacerdote entra y saluda a los presentes, buscando con sus ojos a los dueños de casa. En estas circunstancias no los hay.  Se presenta una mujer ya entrada en años que hace las veces de enfermera, cocinera, administradora y casi pariente de la moribunda. Con mansedumbre perruna y ojos llorosos sale al encuentro del ministro y le ruega  esperar, pues la enferma ha pedido estar un momento a solas.
     El hombre toma  asiento entre dos señoras regordetas que acarician sendos rosarios, musitando oraciones con los ojos cerrados. Quizá implorando al Altísimo piedad y descanso para la  agónica mujer.
     La habitación está en penumbras y en silencio. Una difusa luz proveniente de una antigua lamparilla  ilumina tenuemente la estancia. Se advierte un penetrante olor a medicamentos y a colonia barata. Sin embargo, su perfume proporciona una sensación de frescor y paz.
     Los mullidos almohadones  dejan entrever una amplia marquesa de elaborados diseños en la oscura y brillante madera de la cabecera.
     Debajo del esponjoso plumón, se advierte una vieja boca que lucha desesperadamente por tragar el poco aire que sus pulmones pueden almacenar.
     -Glauco, Verdino, quiero hablar con ustedes, dice en un murmullo.-
     -Aquí estamos, no te agites, ya todo pasará pronto. Si quieres decirnos algo importante, Orejuelas nos lo transmitirá.-
     -Qué idiotez más grande-, dice Nazarina, ha pasado toda una vida diciendo torpezas e improperios y en el último momento no sabe guardar silencio.
     Dedos, alcanzan a escuchar el exabrupto dicho por Nazarina y le espetan con acritud. — ¿Tan frío ha sido tu pasar, para que ni en el último  momento de la moribunda la puedas disculpar?
     - Ciertamente, y si me lo pidieran, hasta ayudaría al sepulturero a cavar su fosa.
     - Glauco y Verdino se acercan solícitamente y escuchan: - Queridos amigos, ya me queda muy poco... pero quiero decirles que siempre estuve orgullosa de ustedes.... Reconozco que me hicieron ver el mundo en rosa, pero mi obstinación cambió el color y lo transformé en un tinte oscuro y hasta malévolo… Si bien es cierto Orejuelas no mintió sobre todo lo que escuchó, algo interior me impulsó a tergiversarlo…  Causé mucho daño,  que se transformó en una malsana entretención… Fui fría, calculadora y mentirosa.  Debido a esto el amor pasó por mi lado y ni siquiera se detuvo… Mientras más inviernos transcurrieron, más ajada se hacía mi piel y las crueles arrugas hicieron avanzar mi reloj  más aprisa…! Dios!... ¡Cómo envidié esas bocas generosas de labios risueños y húmeda lengua, que a pesar de los abriles siempre gozaron de caricias!... ¡Cómo quise decir palabras tiernas!... Pero me sabían a debilidad… Cuando debí decirlas ya no me salían o se me habían olvidado.  La moribunda calla, para tomar aliento.
     - Por favor,  Dedos… quiero verlos.
     - Aquí estamos, helados como la nieve,  pero ya sabemos que el viaje es inevitable.
     -Acérquense… Mis fieles amigos, a ustedes siempre los privilegié con abrigo y cuidado, los mantuve suaves y fragantes... Sin embargo hice muy mal… pues nunca pudieron recorrer el cuerpo de un hombre apasionado… o el tibio y blando de un bebé. Solamente los ocupé como símbolo de estatus, adornándolos a destajo con joyas de muerto oropel…. Si tan sólo hubiesen sido dedos ocupados en el más insignificante trabajo, habría descansado tranquila... Los hice inútiles y flojos. Es mi culpa y lo lamento.
     -Orejuelas- ¿Me escuchan?
     -Sí, estamos atentas a todo cuanto has dicho.
     -Agradezco vuestra agudeza… Siempre me ayudaron a enterarme del sonido más insignificante... En mi juventud pude moverme con gracia interpretando la música que ustedes me trajeron… Pero con el tiempo solamente escuché la maledicencia y me nutrí de ella… más bien no quería escuchar otra cosa... Sin embargo… en este momento percibo a la distancia una música que me embarga de paz.... Creo que  han perdonado mi sordera consciente.
     -Nazarina… te he dejado para el último… en la hora de la verdad, me confieso que he odiado siempre tu presencia… eres tan fea que…al mirarme en cualquier espejo, o hasta en un charco,  te veía sobresaliendo… como invitada de piedra…. Nunca te acepté y algo de mi amargura es por ti…. Dicen que el hombre inteligente cabalga sobre su nariz.
- Estómago, querrás decir.
-Y qué importa ahora, si nariz o estómago… lo cierto es que contigo me sentí el caballo que transportaba al jinete...
 Pero en este momento… deseo tan sólo sentir tu perdón; por favor… concédeme un postrer suspiro de tregua…Se hizo un silencio profundo.
     -Queridos amigos… ya es hora de partir- Exhaló el último aire que le quedaba en su cuerpo y suavemente expiró.
    
     La puerta se abre y aparece la fiel mujer que la cuida, observa con detenimiento a la enferma, se persigna y se devuelve al salón.
     -Padre, la señorita acaba de fallecer.  Su deseo  fue llamarlo sólo en este momento.

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