LA DESPEDIDA
Es casi medianoche, la luna ha tomado asueto, reina la oscuridad en el
acomodado barrio residencial. La casona se ve iluminada en todas sus
habitaciones, pero su resplandor es triste, presagia algo.
El sacerdote entra y saluda a los presentes, buscando con sus ojos a los dueños
de casa. En estas circunstancias no los hay. Se presenta una mujer ya
entrada en años que hace las veces de enfermera, cocinera, administradora y
casi pariente de la moribunda. Con mansedumbre perruna y ojos llorosos sale al
encuentro del ministro y le ruega esperar, pues la enferma ha pedido
estar un momento a solas.
El hombre toma asiento entre dos señoras regordetas que acarician sendos
rosarios, musitando oraciones con los ojos cerrados. Quizá implorando al
Altísimo piedad y descanso para la agónica mujer.
La habitación está en penumbras y en silencio. Una difusa luz proveniente de
una antigua lamparilla ilumina tenuemente la estancia. Se advierte un
penetrante olor a medicamentos y a colonia barata. Sin embargo, su perfume
proporciona una sensación de frescor y paz.
Los mullidos almohadones dejan entrever una amplia marquesa de elaborados
diseños en la oscura y brillante madera de la cabecera.
Debajo del esponjoso plumón, se advierte una vieja boca que lucha
desesperadamente por tragar el poco aire que sus pulmones pueden almacenar.
-Glauco, Verdino, quiero hablar con ustedes, dice en un murmullo.-
-Aquí estamos, no te agites, ya todo pasará pronto. Si quieres decirnos algo
importante, Orejuelas nos lo transmitirá.-
-Qué idiotez más grande-, dice Nazarina, ha pasado toda una vida diciendo
torpezas e improperios y en el último momento no sabe guardar silencio.
Dedos, alcanzan a escuchar el exabrupto dicho por Nazarina y le espetan con
acritud. — ¿Tan frío ha sido tu pasar, para que ni en el último momento
de la moribunda la puedas disculpar?
- Ciertamente, y si me lo pidieran, hasta ayudaría al sepulturero a cavar su
fosa.
- Glauco y Verdino se acercan solícitamente y escuchan: - Queridos amigos, ya
me queda muy poco... pero quiero decirles que siempre estuve orgullosa de
ustedes.... Reconozco que me hicieron ver el mundo en rosa, pero mi obstinación
cambió el color y lo transformé en un tinte oscuro y hasta malévolo… Si bien es
cierto Orejuelas no mintió sobre todo lo que escuchó, algo interior me impulsó
a tergiversarlo… Causé mucho daño, que se transformó en una malsana
entretención… Fui fría, calculadora y mentirosa. Debido a esto el amor
pasó por mi lado y ni siquiera se detuvo… Mientras más inviernos
transcurrieron, más ajada se hacía mi piel y las crueles arrugas hicieron
avanzar mi reloj más aprisa…! Dios!... ¡Cómo envidié esas bocas generosas
de labios risueños y húmeda lengua, que a pesar de los abriles siempre gozaron
de caricias!... ¡Cómo quise decir palabras tiernas!... Pero me sabían a
debilidad… Cuando debí decirlas ya no me salían o se me habían olvidado.
La moribunda calla, para tomar aliento.
- Por favor, Dedos… quiero verlos.
- Aquí estamos, helados como la nieve, pero ya sabemos que el viaje es
inevitable.
-Acérquense… Mis fieles amigos, a ustedes siempre los privilegié con abrigo y
cuidado, los mantuve suaves y fragantes... Sin embargo hice muy mal… pues nunca
pudieron recorrer el cuerpo de un hombre apasionado… o el tibio y blando de un
bebé. Solamente los ocupé como símbolo de estatus, adornándolos a destajo con
joyas de muerto oropel…. Si tan sólo hubiesen sido dedos ocupados en el más
insignificante trabajo, habría descansado tranquila... Los hice inútiles y
flojos. Es mi culpa y lo lamento.
-Orejuelas- ¿Me escuchan?
-Sí, estamos atentas a todo cuanto has dicho.
-Agradezco vuestra agudeza… Siempre me ayudaron a enterarme del sonido más insignificante...
En mi juventud pude moverme con gracia interpretando la música que ustedes me
trajeron… Pero con el tiempo solamente escuché la maledicencia y me nutrí de
ella… más bien no quería escuchar otra cosa... Sin embargo… en este momento
percibo a la distancia una música que me embarga de paz.... Creo que han
perdonado mi sordera consciente.
-Nazarina… te he dejado para el último… en la hora de la verdad, me confieso
que he odiado siempre tu presencia… eres tan fea que…al mirarme en cualquier
espejo, o hasta en un charco, te veía sobresaliendo… como invitada de
piedra…. Nunca te acepté y algo de mi amargura es por ti…. Dicen que el hombre
inteligente cabalga sobre su nariz.
- Estómago,
querrás decir.
-Y
qué importa ahora, si nariz o estómago… lo cierto es que contigo me sentí el
caballo que transportaba al jinete...
Pero
en este momento… deseo tan sólo sentir tu perdón; por favor… concédeme un
postrer suspiro de tregua…Se hizo un silencio profundo.
-Queridos amigos… ya es hora de partir- Exhaló el último aire que le quedaba en
su cuerpo y suavemente expiró.
La puerta se abre y aparece la fiel mujer que la cuida, observa con
detenimiento a la enferma, se persigna y se devuelve al salón.
-Padre, la señorita acaba de fallecer. Su deseo fue
llamarlo sólo en este momento.
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