Recuerdo con aromas
Mis alpargatas se hunden y el olor a pasto mojado llega en oleadas con el
fresco de la mañana. Mis manos pequeñas sostienen el jarro de mate cocido que
voy tomando a sorbos. El aroma de la
yerba se mezcla con el de la menta del sendero. En los bolsillos están apretados
los pasteles de la abuela, tibios aún. Paso junto a los aromos en flor. El olor
de las caballerizas avanza hasta ganarle el reto a las flores. Empujo la puerta
de madera húmeda por la llovizna. La memoria de mi nariz acoge cada fragancia
con regocijo. El heno, el sudor ácido de los cuerpos vigorozos, el penetrante
estiércol.
Lo busco con la mirada temblorosa.Tengo miedo. Miedo a perderlo. Ahí está,
echado. Los ojos vidriosos, suplicantes. Me arrodillo y lo abrazo. Acaricio su
crin suave, liviana. Huele a resina. La peino con mis dedos. Él se entrega a mi
cariño.
—Compartamos el desayuno, amigo—, le susurro. Percibe la fragancia dulzona.
Parece reanimarse. Coloco peque
ños trozos en su bocaza. Un amor dulce y profundo
nos envuelve. Apoyo mi mano sobre la venda.
—Curate pronto, compañero—, le digo.Él cierra los ojos, yo también. Sueño
despierto. Corremos por los campos de lavanda en flor y somo uno, mi caballo y
yo.
Me gusta la descripción de ese mundo, ese universo particular, donde la amistad entre ese humano y su bestia equina pueden verse como un camino de dos en un único sendero. Breve, bello y muy completo, a la vez.
ResponderEliminarHermoso cuento.
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