Lisandro González: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Lisandro
González nació el 14 de marzo de 1973 en la ciudad de
Resistencia, provincia del Chaco, la Argentina. Reside
desde los cinco meses de vida en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe.
Es abogado. Ha colaborado, por ejemplo, en los diarios “La Capital” de Rosario, “El
Litoral” de la ciudad de Santa Fe, en las revistas “Letracosmos”, “La Costurerita”, “El
Vendedor de Tierra”, “Facundo”, “La
Guacha”, “Poesía de Rosario”, así como en publicaciones
periódicas de Uruguay y México. Poemas suyos fueron traducidos al portugués. En
1996 obtuvo el segundo premio en la
Bienal de Arte Joven organizado por la Federación Universitaria
de Buenos Aires. En 1999 fue miembro del jurado del concurso de poesía
organizado por la revista “Los Lanzallamas” y en 2003 del concurso juvenil de
cuentos a partir de la obra de Leónidas Gambartes, organizado por la Municipalidad de
Rosario. Entre las antologías en las que fue incluido, citamos: “11 jóvenes
poetas – Homenaje a Edgar Bayley”, “Los que siguen – Veintiún poetas
rosarinos” (2002), “Perras”, “Fin zona urbana”, “Café con
letras – Poetas de Rosario” (1997), “Retratos de poetas” (2000), “Dodecaedro
de poetas”, “Álbum de poesía mundial 2014” (Porto Alegre,
Brasil, julio 2014). Integra el CD “Voces de Poetas” (1999). Poemarios
publicados: “Esta música abanica cualquier corazón” (Homo Sapiens,
1994), “Leña del árbol erguido” (Ediciones Poesía de Rosario, 2000), “Hobbies
de hotel” (Ediciones en Danza, 2004), “Intervalo lúcido” (ASDE
Asociación Santafesina de Escritores, 2007; Primer Premio “José Rafael López
Rosas” 2007), “Los cauces vacíos” (Ediciones Poesía de Rosario, 2011), “Política
del otoño” (2013; Premio Nacional “Luis Di Filippo” 2013), “Poemas
lumbares” (2014; Premio Provincial “José Pedroni” 2013).
1 — Integraste un llamado proyecto
de escritura colectiva: “El Aro en la
Lengua”, junto a Ricardo Guiamet, Federico Tinella, Germán
Roffler, Patricio Valverde, Fernando Marquinez, Roberto Lobos y el fallecido
poeta Fabricio Simeoni. ¿Quiénes generaron la propuesta? ¿A qué resultados
arribaron? Y ya en otro orden: ¿Por qué ocho varones… y ninguna flor?
LG — La realidad es que el proyecto, según creo recordar, no fue algo
programado, sino que resultó consecuencia de una serie de cenas que en esa
época se hacían en casa de Fabricio. No te puedo decir si nos reuníamos con
regularidad, pero durante el 2004 nos juntamos bastantes veces. Laburábamos “en
vivo”, pero puede haber habido alguna
experiencia vía mail. Seguramente el que impulsó la idea fue Fernando Marquinez
—él es un poeta que recién este año editó su primer libro en solitario y que
participó en varios de manera colectiva—. Usamos distintos métodos, partiendo
en general del clásico cadáver exquisito. Unos poemas también se generaron, a
sugerencia de Ricardo Guiamet, tomando como base la serie del matemático Fibonacci. Se escribieron un buen número
de textos —la mayoría de tono onírico— con la idea de poder publicarlos, pero
llegamos a imprimir plaquetas que
repartimos en la edición de ese año del Festival de Poesía de Rosario (y que
acompañamos con remeras alusivas). Precisamente hace poco Fernando nos ha
movilizado para ver si sacamos un libro ahora. La ausencia de damas se debió
simplemente a que se trabajó en reuniones de amigos varones.
2 — Hemos nombrado a Fabricio Simeoni
(1974-2013). Los que como vos lo han tratado, agradecerán que lo evoques y nos
des tu opinión sobre su poética.
LG — Se acaba de
cumplir un año de su fallecimiento y realizamos un acto en una cortada de
Rosario, la cual —merced a un proyecto donde tuvo mucho que ver el escritor
local Marcelo Scalona— ahora lleva su nombre. Es paradigmático, porque en la
esquina hay un bar donde Fabricio coordinaba un ciclo, una parrilla donde se lo
solía ver y un boliche donde también él era habitué. Como poeta laburaba sobre
paisajes surreales urbanos; jugaba mucho
con las palabras, tanto con los sentidos como con el sonido, en clave de
distorsión. Era un tipo lúcido y de gran ironía. Yo veía que todos los años
editaba más de un libro y consideraba si no debía dejar decantar más los
textos. Pero creo que él percibía que, dada su condición física —padecía una
atrofia muscular que lo confinaba a una silla de ruedas y no le permitía
moverse—, no iba a tener demasiados años por delante y aprovechaba todas las
posibilidades editoriales. Sostuvimos nuestra amistad durante alrededor de
quince años. Te llamaba la atención su estado, pero enseguida, cuando entrabas
en confianza, hasta se generaban chistes que él mismo propiciaba. Cuando sus
actividades lo dejaban en el centro por la noche, te llamaba y te ibas a cenar
con él y en esos encuentros conocías gente que él aglutinaba. La verdad es que
la pasé muy bien, me divertí un montón y se lo extraña mucho —como poeta, pero
yo, egoístamente, como amigo y compañero—.
3 — Vayamos
al título de tu cuarto libro: es a modo de introducción que instalás una frase
de “De la sucesión testamentaria” de nuestro Código Civil, donde aparece
“intervalos lúcidos”, así, en plural, y enigmáticamente firmado con dos
iniciales: V. S. Las secciones son “Cromático sombrío”, “Intervalo lúcido”,
“Papeles personales”, “Mantel al viento” y “Bestiario”. ¿Cómo “se te fue
armando”, por qué estas secuencias, por qué el “intervalo” prevalece y nombra
al corpus?
LG — Sí, podría haber sido menos enigmático: “V.S.” no es nada menos que
Dalmasio Vélez Sarsfield, redactor del por ahora vigente Código Civil. Dado que
mi profesión es la de abogado y siempre trato de mantener separadas las
actividades y sus campos respectivos, esto me lleva a exagerar, como en este
caso. Las secciones en que se divide el libro responden a que intento agrupar
los poemas con algún sentido —fue el poeta rosarino Hugo Diz, quien me ayudó
con gran generosidad cuando di mis primeros pasos en la poesía y me enseñó
muchas cosas, el que me señalaba que los libros no debían ser meros
agrupamientos de poemas y convenía procurar dotarlos de alguna entidad de
obra—. “Cromático sombrío” son poemas de amor; “Intervalo lúcido”, textos
vinculados al acto creativo (asunto que a mi pesar suele ser recurrente en mi
poesía); “Papeles personales”, un par de poemas para mis padres; “Mantel al
viento” corresponde a textos publicados en la antología temática “Pulpa” —que
reunía precisamente poesía vinculada al alimento—; y en “Bestiario”, como el
nombre lo indica aparecen animales —de manera bastante simbólica, ya que si
bien los respeto y no apruebo el maltrato, no soy un amante declarado de ellos,
y de chico sólo tuve una tortuga, y ahora, por mis hijas, unos peces—. Sobre la
recurrencia del título “Intervalo lúcido” en varios poemas —además de darle
nombre al volumen—, responde a una iniciativa que tomé de Eduardo D´Anna en su
libro “La montañita”, donde titula varios textos precisamente así
: “La montañita”. Me parece interesante pensar el lapso de la creación como un
intervalo lúcido en el remolino de tantas otras actividades. Eso no quiere
decir que la lucidez de los poetas se pueda dar únicamente en esos momentos. En
mi caso, en el remolino, son sí intervalos —aunque uno procure tener las
antenas atentas el mayor tiempo posible—. Es un libro al que le tengo
particular cariño, y además la edición, un aliciente. Fue merced a la obtención
de un premio; y la noticia la recibí en un año donde me encontraba en una muy
mala etapa laboral —no por lo económico, sino por el agobio que sentía donde
trabajaba en esa época—.
4 — ¿Quisieras ilustrarnos
respecto de “Pulpa” , “Perras” y “Fin zona urbana”?
LG — Primero me voy a referir a “Perras”, porque las otras dos
tienen una vinculación. Fue una antología temática de poetas argentinos que
seleccionó Javier Cófreces a raíz del fallecimiento de su perra Mireya,
publicada por el sello “Ediciones en Danza”. Como él explica en el prólogo, hay
poemas sobre perros, de autores de su biblioteca, y otros que les fue pidiendo
a poetas amigos, entre los cuales tuve el honor de ser incluido. En mi caso compuse
un texto para la ocasión —que podría haber estado entre los del Bestiario de “Intervalo
lúcido”—. Compartir un libro con Joaquín Giannuzzi, Juan L. Ortiz., Miguel
Ángel Bustos, Héctor Viel Temperley, fue una alegría y orgullo enormes. La
integran cuarenta y cinco autores, en su mayoría con un único poema.
Respecto a “Pulpa” y “Fin
zona urbana” tienen un antecedente que fue “Los que siguen”,
una selección de autores rosarinos de 2002. En este volumen, inspirados por “Poesía
viva de Rosario” de 1976, junto a Abelardo Núñez intentamos reunir a
poetas locales que nos fueran afines generacionalmente —con un criterio
bastante laxo— y así llegamos a los veintiuno. Hubo gente que no quiso, por
diversos motivos, participar, y otros no incluidos que deberíamos haber
convocado pero, así y todo, creo que dio un buen panorama de autores que en
aquel entonces rondaban los treinta años. Dos años más tarde apareció “Dodecaedro
de poetas”, que reunió a once poetas que ya habían sido incluidos en “Los
que siguen” más la prologuista de aquel libro, Beatriz Vignoli. La edición
la hizo el Concejo Municipal merced a la gestión de María Paula Alzugaray y
tuvo como eje temático la ciudad. A partir de ese libro, y
siempre a través de la convocatoria, gestión e impulso de María Paula, se
editaron otras tres antologías temáticas: “Pulpa” en 2006, “19 de
fondo” en 2008 y “Fin zona urbana” en 2010. Los temas fueron
respectivamente el alimento, la construcción y
el campo. Y está próximo a salir “Abat-jour”, sobre la
noche. El elenco de cada uno de los libros ha permanecido, en algunos
casos, y en otros ha ido mutando, pero siempre con las características de ser
autores locales y con alguna proximidad generacional. Si observamos los
integrantes de “Los que siguen”, nos mantenemos once poetas de los
diecisiete que van a aparecer en “Abat-jour”. Siempre se han incluido
varios poemas por autor. La gráfica de los cinco libros ha sido muy cuidada y
además, salvo “19 de fondo”, que se abre con un breve texto de Clorindo
Testa redactado para la ocasión, cada libro incluye un prólogo escrito por
críticos locales (Claudia Caisso, Vignoli, D´Anna y Diego Colomba).
5 — Démosle un lugar al CD. ¿Las
voces de qué otros poetas integran “Voces de Poetas”? ¿Quién lo produjo, cómo se
distribuyó…?
LG — Fue un proyecto que llevó a cabo Guillermo Ibáñez —de entre muchos
otros donde generosamente me ha dado cabida, como en la revista “Poesía de
Rosario”, que edita desde el año 1993 y cuyos últimos números han sido
digitales—. EL CD incluyó la voz de veintiún poetas rosarinos (Omar Aguiar,
Alzugaray, Marcela Armengod, Adrián Oscar Bussolini, Ana María Cué, D´Anna,
Diz, Ibáñez, Victoria Lovell, Abelardo Núñez, Jorgelina Paladini, Héctor
Roberto Paruzzo, Héctor Aldo Píccoli, Alejandro Pidello, Ana Russo, Armando
Raúl Santillán, Hugo Sciambarelli, Uribe, Eduardo Valderde, Alberto C. Vila
Ortiz y yo) y la edición se hizo en el estudio de una radio local (“FM Tango”).
De los detalles técnicos no te puedo decir demasiado y en cuanto a la
distribución se encargó el propio Guillermo. A propósito de tu pregunta, ahora
hay un sitio web llamado “Sonidos de Rosario”, sostenido por Adolfo Corts y
Diego Colomba, que funciona como un archivo digital de sonidos y posee una
sección específica que es “Salón de Lectura”, en la cual llevan registrados más
de cien escritores, entre poetas y narradores. Al principio fuimos convocados
los locales pero se ha ido expandiendo. Ambos proyectos (el CD y el sitio)
tienen, en mi opinión, un enorme valor documental.
6 — ¿Cuánto hace que colaborás en
algunos medios con comentarios bibliográficos? ¿Qué debe preponderar en un
digno comentario?
LG — Los primeros comentarios de libros que publiqué fueron incluidos en
el antiguo suplemento literario de “La Capital” de Rosario, en la década del ‘90.
Siempre me he limitado a reseñas bibliográficas de libros de poesía. Aclaro que
lo mío son impresiones de lector y que al carecer de formación académica no
tengo el bagaje para incursionar en la crítica. También recientemente me ha
tocado presentar una serie de libros, de Fernando Marquinez, Martín Carlomagno,
Diego Colomba, Orlando Valdez y Carlos O. Antognazzi. Me parece que una reseña
no debe abrumar, sino hacer de puente a la obra, señalando tanto lo bueno como
lo malo. La crítica contemporánea ha caído en excesos que han provocado que el
crítico degluta al escritor en algunos casos. De todos modos hay mucha gente
que trabaja y muy bien pero, para nombrar a un par, en este momento se me
vienen a la cabeza los poetas Colomba y D´Anna. Diego, con una mirada muy
atenta sobre la producción actual, publicó recientemente un libro de reseñas y
críticas, “Mesa de novedades”, y Eduardo ha estudiado
concienzudamente la literatura de Rosario, de una manera exhaustiva y orgánica.
7 — Entre 2000 y 2003 coordinaste
un Ciclo de Lecturas: “La
Poesía en los Bares”. ¿Fue tu única experiencia como
organizador?
LG — Sí, diría que fue mi única experiencia, al menos orgánica, en
coordinación de lecturas. Era un ciclo que sostenía la Municipalidad de
Rosario. En general, y como la frecuencia era semanal y durante la mayor parte
del año, se trataba de dar cabida a todos los poetas locales. Lógicamente que
teníamos algún mínimo criterio de selección, pero la idea era que fuera un
espacio abierto. (Recuerdo que por no incluirlo me gané la antipatía de un
colega abogado, cuyos textos eran impresentables.) Las lecturas no pasaban de
tres o cuatro poetas y algunas veces con la compañía de algún músico. Seguramente
se ha leído alguna prosa breve también. Los bares iban mutando. No había
micrófono libre —nunca se me ocurrió tampoco—. La verdad es que fue una linda
experiencia que me permitió conocer y escuchar diversas voces. Lo pude hacer,
en realidad, porque era soltero y no tenía hijos en esa época, y contaba con
mayor disponibilidad horaria nocturna. A veces era un poco cansador y no
siempre la convocatoria resultaba la esperada —incluso un par de veces los
propios poetas faltaron—, pero el balance es positivo y me quedan muy buenos
recuerdos. Tengo en mi casa todavía un cuaderno —de esos contables de tapas
duras—, donde dejábamos que el público escribiera sus sensaciones. Valió la
pena. Unos años después hubo un ciclo que disfrutamos mucho, “Poetas del Tercer
Mundo”, que se hacía los días lunes y que condujo con mucha energía y buena
onda la poeta Alejandra Méndez junto a Leandro Llul. Culminó incluso con la
publicación de una antología de las lecturas que se hicieron.
8 — “Hobbies de hotel” está
hilvanado a través de varios sectores. Sin esmerarse, cualquiera advierte una
rareza: el sector “Política” está constituido por un único verso en la página
67 (y no resaltando en el centro de la página, sino en el ángulo superior
izquierdo): “los tuertos abdican” (las comillas son mías). Y esta
contundencia la instala un poeta que es abogado (y abogados con fuerte
inclinación por el ejercicio de la política, siempre hubo). ¿Está todo dicho,
Lisandro, en ese verso solitario?
LG — Si bien mi poesía no es política —sin perjuicio de la posibilidad, en
definitiva, de que “todo” sea político de algún modo, por acción u omisión— me
pareció que no podía dejar pasar por alto el descalabro del año 2001 y en ese
verso traté de volcar mi escepticismo e ironía. Mi actividad profesional, a
propósito de la pregunta, no ha estado nunca vinculada con la militancia ni con
la actividad política. Y en cuanto a mi poesía en general, creo que dos o tres
textos que incluí en “Fin zona urbana” estarían vinculados a lo “político”
concreto, en tanto la temática del campo me permitió volcar alguna crítica al
sector rural.
9 — Y hay otra política, la del
otoño: en efecto, por “La política del otoño”, con un jurado integrado
por Marcelo Leites, Liana Friedrich y Carlos O. Antognazzi, la Asociación Santafesina
de Escritores te otorga el Premio Edición en el Certamen de Haikus “Luis Di
Filippo” para poetas argentinos. Consta en el volumen: el poeta entrerriano
Marcelo Leites “fundamenta su decisión en que el trabajo presenta no sólo
una métrica ajustada al haiku tradicional, sino que además contiene imágenes
transcendentes”. ¿Cómo se fue generando esta colección? ¿Quiénes son
para vos los principales cultores de esta estructura poética?
LG — La realidad es que tenía algunos haikus escritos de manera un poco
dispersa, pero cuando vi la convocatoria al concurso me pareció una buena
oportunidad para sistematizarlos y generar otros, a veces sobre la base de
poemas ya escritos. El trabajo con métrica, si bien no es mi ámbito natural ni
donde me siento más cómodo, me interesa e incluso en “Los cauces vacíos”
publiqué una serie de sonetos. El otoño del título hace referencia a esa
estación del año 2012, cuando se fue gestando el libro. Debo confesar que la
poesía oriental siempre me ha interesado pero no soy un erudito en materia de
haikus. No puedo dejar de mencionar a Basho entre los clásicos y más cerca en
el tiempo al mejicano José Juan Tablada (1871-1945).
10 — En 2009 tuviste tu blog. ¿Por
qué no lo proseguiste? ¿Cuáles son tus revistas y
sitios de literatura favoritas? ¿Qué pensás de la utilización del espacio
virtual como soporte para la publicación de revistas literarias, páginas
personales y libros electrónicos? ¿Advertís mayores ventajas que desventajas
comparativas en el uso del espacio digital, en lugar del soporte tradicional
(papel)?
LG — Respecto al blog, en aquel momento era el formato virtual más en boga.
Ahora creo que por la difusión de otras redes —fundamentalmente facebook—, ha
perdido alguna relevancia. Lo armé ese año y lo debo haber actualizado sólo dos
o tres veces, más que nada por pereza.
Incluso los comentarios se han llenado de spams. La verdad es que no tengo
pensado cargar nuevos contenidos. Utilizo bastante la web e incluso leo
bastante a través de la tablet o también del teléfono, pero no hay páginas que
siga demasiado. Me valgo de los buscadores para dar con determinados
contenidos. Igualmente quiero destacar un sitio que sostenía la poeta rosarina
Ketty Alejandrina Lis (“Poéticas”, el cual me parece que ya no está en el
éter), que tenía muchos libros completos, de difícil acceso en papel, y que
aproveché mucho durante el episodio de mi hernia de disco (recuerdo
concretamente la lectura de los acmeístas rusos). Y en la actualidad la
“Biblioteca Parlante Haroldo Conti”, que posee una cantidad muy importante de
archivos de libros para bajar y además grabaciones. En cuanto a la comparación,
entiendo que cada soporte tiene sus ventajas y sus posibilidades pero, al menos
al día de hoy, supongo que el libro en papel conserva una mayor jerarquía,
además del valor sensorial en sí. Personalmente, si tengo verdadero interés en
que alguien lea algún material mío, salvo que sea algún amigo de confianza,
creo que lo comprometo más al enviarle un libro (o al menos un ejemplar
fotocopiado si no me quedan más) antes que un archivo digital.
11 — Participaste en el Festival
Internacional de Rosario en 1997 y en 2004: ¿cómo recordás aquellas ediciones
—V y XII— y cuál es tu visión de cómo ha seguido desarrollándose?
LG — El formato general de esas dos ediciones fue bastante similar, ya que
los organizadores eran los mismos y la mayoría de las actividades se hacían en
el Centro Cultural “Roberto Fontanarrosa” (en ese entonces “Bernardino
Rivadavia”). La lectura del ‘97 tuvo como particularidad que fue en el marco de
una mesa de poetas jóvenes, muchos de los cuales son, al día de hoy, compañeros
generacionales. Me tocó también participar en la edición del año pasado, a raíz
de haber obtenido el premio provincial José Pedroni. Fue trascendente leer con
Mirta Rosenberg, quien obtuvo el premio por obra édita. Desde hace unos años
cambió la conducción e incluso se dejó de centralizar las actividades en el
Fontanarrosa (aunque en 2014 retornaron a esa sede). Quizá tenga que ver con
los recursos, pero antes se veían más voces extranjeras y una mayor
heterogeneidad en los registros. Ahora predomina un discurso más
postnoventista. Creo que un buen ejemplo es “30.30”, una antología
nacional de poetas de hasta treinta años, editado y presentado en el marco del
Festival en 2013.
12 — Dice Raúl Gustavo Aguirre en “Las
poéticas del siglo XX”: “El poeta nos da otra cosa: una palabra que
—fácil o difícil, accesible u oscura, escrita para unos pocos o para unos
muchos— es, todavía, la palabra de un ser humano.” ¿Poetas que
admires de palabra fácil o difícil, de palabra accesible u oscura, de palabra
escrita para unos pocos o para unos muchos…?
LG — Precisamente Raúl Gustavo Aguirre junto a Edgar Bayley son poetas que
admiro —y, por extensión, a la “generación del ‘50”—. (No entiendo por qué
razón al día de hoy no se han podido editar las obras completas de R. G.
Aguirre.) Sin utilizar palabras difíciles y evitando el hermetismo han escrito
una poesía radiante y profunda, de grandes imágenes. Y en la dicotomía
“fácil-difícil”, con todas las comillas que puedan caber, podría pensar en
Nicanor Parra y César Vallejo. En nuestro país dos poetas que resultan
fundacionales, en cierto sentido, son Juan L. Ortiz y Oliverio Girondo, con
registros y paisajes tan diferentes cada uno. Digamos que, de modo general, me
interesa cuando la oscuridad surge de las imágenes más que de una sintaxis
quebrada o de un léxico culterano. Y no puedo dejar de mencionar, no sólo por
la ayuda personal que me brindó, sino por la admiración para con su obra, a
Hugo Diz.
13 — Julio Cortázar revela por ahí
que un amigo suyo por el que se sentía querido, José Miguel Oviedo, en la época
cuando sólo conocía de él unos pocos poemas que le habían sido publicados,
afirmaba que ellos eran “conmovedoramente malos”. ¿Ubicarías poemas
“conmovedoramente malos” entre tus propios textos?
LG — Ya que mencionás a Cortázar, me quedo con el narrador.
Y algunos textos de “Salvo el crepúsculo”, por ejemplo, me parece que se
quedan en meros juegos de palabras inocentes. Pero en cuanto a mi escritura,
desde ya que encuentro innumerables textos malos y “conmovedoramente malos”. El
adjetivo “conmovedoramente” me da a pensar en algo escrito demasiado desde el
sentimiento y el corazón y que, por esta razón, desbarranca. Concretamente,
hace unos días mis padres encontraron unos haikus de hace muchos años que le
escribí a mi padre, los cuales son muy flojos. Y para textos malos sin la
excusa de la emoción, pienso en un poema que incluí en “Los que siguen”,
que pretendió ser “experimental”, basado en recortes de un texto en prosa.
14 — ¿Con qué poéticas dialoga tu
obra? Y a dos décadas de tu primer libro: ¿cómo
describirías el desarrollo de tu poesía desde “Esta música abanica cualquier
corazón” hasta el último?
LG — Resulta un tanto complejo establecer los
posibles parentescos con otras poéticas, no porque no los haya, sino porque me falta
la objetividad para hacerlo. He tratado de prestar atención a lo que han
escrito los poetas rosarinos que me preceden y también a mis compañeros de
generación. Hay gente de mi edad fuera de Rosario con la cual mantengo
vínculos, como Emiliano Bustos, Martín Carlomagno, Lautaro Ortiz y Carlos
Juárez Aldazábal. Me referí además a la generación del ‘50. La posibilidad de
la imagen del surrealismo, de manera atemperada, ha estado presente también. Sí
creo que mi poesía es claramente urbana y me siento muy influido por la música
—el rock fundamentalmente y algo de jazz—. En lo que hace al desarrollo,
supongo que los primeros poemas eran un poco más inocentes y etéreos, pero no
sé si he podido despegarme de determinadas imágenes y temas que de algún modo están
siempre presentes. Y la ironía podría ser otro de los recursos de los que
intento valerme.
15 — ¿Cómo
te cae, cómo procesás la decepción que te produce cuando una persona te promete
algo que a vos te interesa —y hasta podría ser que no lo hubieras solicitado—,
y luego no sólo no cumple sino que jamás alude a la promesa?
LG — Es amplia la pregunta, porque me ha
pasado no sólo en la poesía, sino en mi vida afectiva y laboral. Estas
situaciones me generan ansiedad, luego paso por un período de semi-incredulidad
y finalmente termino en la etapa de resignación. Acotándolo a la poesía, me ha
pasado que se me ha convocado a proyectos que luego se han frustrado por
diversas razones o incluso donde luego se me ha excluido. Lógicamente que estas
cosas molestan y decepcionan, pero he tenido enormes —y siempre más—
satisfacciones, además de las que brinda la escritura en sí de la poesía.
*
Lisandro González selecciona poemas de su autoría para
acompañar esta entrevista:
DE REFILÓN
En el velorio de la
tarde
cae una rodaja, se
corta un péndulo.
Alguien
en el último espejo
escribe. Tersos
baldíos.
Todo sucede
en el pequeño tamaño
de las horas.
Hasta brotan
cigarrillos
en rosas de cobre.
Umbrales alambran
otras memorias.
Y un tango. Cuelga
de una pieza con
aliento a polvo.
Y el cielo, que deja
de lado
algunas nubes.
(De “Esta
música abanica cualquier corazón”)
*
DEGRADACIÓN
La luna se
arqueaba
cuando le
tocábamos la punta.
Su movimiento
era éxtasis, locura.
Pero un día
no dejó que la
volviéramos a tocar.
Ahora la luna,
estrellas
son simples
elementos decorativos.
(De “Leña del árbol erguido”)
*
OCHO (PARADO EN EL MUELLE)
un pez fuera del
agua
se pregunta por la
altura de los edificios
por ese extraño
color azul celeste
de la muerte posible
—las aves recortan
ese gelatinoso
panorama
hasta que la mano
del pescador
lo vuelve al agua—
¿será “otro” ese pez
que palpó otra
muerte
diferente
a la que le espera
una o dos horas más
tarde
en la boca de un pez
mayor?
¿será entonces pez
muerto,
comido
pero no
“pescado”?
¿o será
ese par de horas
otra forma de
salvación?
(De “Intervalo lúcido”)
*
ROCK SINFÓNICO
tardes adolescentes
la música será un
ancla
que se arroja
a tu interior
flotan un caballero
y un bufón
en esas aguas
pesadas
de peces de plomo
y sirenas
tremendamente
esquivas
(De “Los cauces vacíos”)
*
¿y para quién será lo que has
amontonado?
Lucas, 12-20
la última cosecha
pone en la
disyuntiva
de seguir ocupándose
en acumular ganancias
o dar el campo en
alquiler
y dedicarse sólo a
descansar, sí
pero sobre todo a
disfrutar
los beneficios de
una vida de beneficios
éstos y no otros
pensamientos ocupan la cabeza
del conductor de la
4 x 4
que a 160
toma con cierta
displicencia la curva
que lo toma, lo
vuelve carne entre hierro retorcido
chamusca esa
disyuntiva de prosperidad más o menos cómoda
los graneros
repletos, pero de sangre
y la misma
disyuntiva del ángel
en susurrarle
durante la curva
algo
“un acto de contrición da a un alma la salvación”
Graham Greene: “Brihgton, Parque de diversiones”
(De “Fin zona urbana” – Antología de poetas
rosarinos)
*
¿Dónde irá con
esos poemas
mordiéndole los
talones
—sacudiendo los pies
para que no
estorben,
no piense ni lo que
pasó
ni lo que pudo—?
Sí, desde la altura
se observa esa mujer
que huye de poemas
escritos no por mano
del hombre que la amó
y ensayó versos
en el fragor del
amor o desaliento
si no de sus poemas
propios.
Raras criaturas
crecidas del musgo
del horror.
(Anna Ajmátova corre por calle Italia…)
(De “Poemas lumbares”)
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de
Rosario y Buenos Aires, distantes entre sí unos 300 kilómetros,
Lisandro González y Rolando Revagliatti.
*
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