El otro escenario
—¡Azucena! ¡Otra
vez tildada con la computadora…!—su grito en mi oído me hizo saltar de la silla—.¿Qué
son esas imágenes? Que yo sepa acá exportamos tuercas y
tornillos, no bailarinas clásicas…
Otra vez me
había sorprendido. La señorita Eugenia Soler, jefa de personal.
Profesión: harpía.
No supe qué
contestar. Atiné a balbucear una excusa, que por supuesto no creyó.Luego le
dije sonriendo nerviosamente: mi nombre es Maia, Azucena es el segundo.
—No se vaya
por las ramas Ferreyra,… y póngase a trabajar de una vez.
Volví contra
mi voluntad a las tuercas y tornillos, pero era inevitable volar a mis clases
de ballet. Pensaba todo el tiempo en la Gala. Sería mi primera presentación en
un teatro.
La chaqueta
azul marino me apretaba y la camisa cuello Mao me ahogaba.Todo en esa oficina
me afixiaba.
Para Giselle
usaría las ropas campesinas en tonos otoñales. La escenografía me fascinaba. El bosque, el pantano, el
paisaje bucólico de la puesta. Repasaba mentalmente los movimientos. Ojalá la jefa
me permitiera salir antes el viernes para el ensayo general, pensaba. ¡Qué
música, qué historia: romántica y tan
triste a la vez!
—Ferreyra,
cuando termine el stock, prepare estos costos. Antes de retirarse deben quedar
listos para entregarlos al ingeniero Mayorga.¿Entendió?
—Sí, señorita Eugenia,
entendí.
¡Cómo
recordaba a Maia Plitzeskaia! Su gloriosa Giselle. ¡Inolvidable! A ver, a ver
seguro que en You Tube está.
—Che, Maia,
estás re colgada con lo del baile ¿no? —era el estúpido de Farías, bruto, analfabeto,
decirle baile despectivamente a algo tan sublime como el ballet. Por suerte me
quedaba poco tiempo para juntar la plata que precisaba para terminar
el profesorado. Después ¡chau! ¡adiós! ¡si te he visto, no me acuerdo!
¡Ah! Acá
está. Giselle con Margot Fontayn ¿y el partenaire? ¿Rudolf
Nureyev?
—¡¡¡Ferreyra!!!¡¡¡Ferreyra!!!
Mi paciencia tiene un límite…No me provoque…
— Voy
terminando señorita Eugenia…—había podido salir rápidamente de la pantalla
donde tenía las imágenes más maravillosas de una Gala en Londres. El corazón me
estallaba de placer.
—Chau, Maia ¿te
falta mucho? ¿Querés que te espere? —era Victoria, mi mejor compañera de la
oficina.
—¿Qué hora
es?—le pregunté sorprendida.
—Y… deben de ser
las seis y algo, ya se fueron todos. Está la Soler con Mayorga y el jefe en la
oficina de personal.
—¡Nooo, me
muero, no terminé lo que me pidió…tengo que explicarle y pedirle permiso para
mañana… ¡Ay! Dios mío,
deseame suerte Vicky.
—¿Pero cómo
se le ocurre Ferreyra? ¿Usted tiene idea del desastre que es como empleada? Y
encima pide permiso para retirarse antes para ir a bailar …no sé qué cosa. ¡Usted
es una irresponsable total! Ya estamos tomando medidas drásticas, acá con el
jefe y el ingeniero…
¡¡¡Ferreyra!!!
¿Qué hace? ¿Se volvió loca? ¡Vuelva acá! ¡Ferreyra!
Los
guardias de la Empresa vieron con ojos desorbitados cómo la empleada Maia
Azucena Ferreyra volaba por las escaleras y caía como en un Grand Jeté en el
piso de la planta baja en el que se veían algunos objetos diseminados: un bolso,
un par de zapatillas de punta, unas polainas de lana y una malla de danza.
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