domingo, 22 de enero de 2017

Luis Tulio Siburu-Argentina/Enero de 2017



EL TERCER RIEL
Sábado 6 de junio de 2015. Salón de actos de la Facultad de Derecho. La Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil dirigida por Mariano Fidanza interpreta a Tchaikovsky. Finales del tercer movimiento allegro molto vivace de la Sinfonía Nro. 6 “Patética” en si menor, opus 74.
Hace dos horas terminé de gritar el último gol del Barza en un bar de Recoleta, pasé por la iglesia del Pilar para recordar en un rezo los 104 años de mi madre y crucé despacio el puente sobre Alcorta. Ahora estoy sentado entre el silencio respetuoso de la música clásica.
La orquesta transmite vida desde el escenario, aunque nadie está tan posesionado como el director. La música se me cuela por los poros, me hace cosquillas en los ojos, parece pincharme el alma. Reconozco que hace años que no escucho una sinfónica, ni desde una butaca ni en la radio de casa. Una sensación extraña me invade cuando Mariano se da vuelta y la ovación envuelve a él y sus dirigidos.
Me paro y aplaudo a rabiar su saludo y su segunda aparición agradeciendo. Yo recibí un gran regalo. Salí virtualmente de un colmado estadio de Berlín, hacia donde miraba casi todo el mundo, para introducirme en directo entre trescientos porteños extasiados. Como un autómata camino hasta la primera fila para saludar a los padres de Mariano, vecinos de hace casi cuarenta años y atino sólo a besarlos sin palabras.
Extraña sensación. ¿Es Mariano jugando con mis hijos hace treinta años? ¿Es la magia de Tchaikovsky? ¿Son los bravos de la platea? ¿Es todo junto?
Acabo de retornar por unos momentos al tercer riel. El de la emoción. Ese que en el tren imaginario de la vida, recorremos diariamente ida y vuelta, mirándolo desde la ventanilla, siempre paralelo e interminable pero no en contacto con el vagón, porque recomiendan no acercarse, puede ser peligroso. Aunque a veces violamos las reglas. Lo tocamos frontalmente y nos conmueve; otras, apenas lo rozamos y entonces ocultamos su presencia disimulando que la descarga no nos ha hecho mella.
En los protocolos de la seguridad individual, evidentemente no hay que acercarse al tercer riel. En la sinfonía de nuestra existencia – en cambio - no puede faltar el instrumento que transmite la emoción y nos pega la tremenda patada de la lágrima. Hay ciertos sonidos que hacen daño cuando eternamente se los deja a un costado.

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