jueves, 20 de abril de 2017

Gladis Ataide-Argentina/Abril de 2017



CABALLOS AL VIENTO

  La marea fluye y refluye con una canción de lluvia. Violines donde se esconde el silencio. Fuegos y rescoldos en mi alma. Atardeceres y noches vagabundas mirando el mar, dejando mis huellas en la arena de la playa.
   Imprevistamente, cruzan a mi costado caballos con las crines al viento. Me sorprenden con el piafar y sus relinchos. Un espectáculo dantesco: cuerpos esbeltos, distintos pelajes, ¡bellos! estilizados como en un cuadro de Masso.
   Galopan y corcovean; sacuden las colas en su carrera desenfrenada frente al lienzo del ocaso. En medio de la tropilla, un jinete en una imagen que resalta. Cabellos rubios, sueltos, torso desnudo, pies descalzos, apenas un jean azul… Parece un centauro dorado como una estatua arremetiendo en el paisaje crepuscular.
   La marea baja y me quedo  hechizada, deslumbrada. Desnuda, arrebujada en la arena y con  algas enredadas en mi cuerpo, soy una “centauresse” Siento alientos dulzones, dedos tibios dibujan caricias en mi rostro y reptan por mi espalda, por mis senos...  El sonido del galope me aturde. Me rindo calcinada en voz de fuego. Un volcán callado, un lento y tibio despertar. Me quedo estática en el umbral, en el ala perdida del tiempo, mientras la tropilla se pierde en el horizonte. Se aparea con las nubes y se diluye entre las lenguas espejadas de las olas…
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