CABALLOS AL VIENTO
La marea fluye y refluye con una
canción de lluvia. Violines donde se esconde el silencio. Fuegos y rescoldos en
mi alma. Atardeceres y noches vagabundas mirando el mar, dejando mis huellas en
la arena de la playa.
Imprevistamente, cruzan a mi costado
caballos con las crines al viento. Me sorprenden con el piafar y sus relinchos.
Un espectáculo dantesco: cuerpos esbeltos, distintos pelajes, ¡bellos!
estilizados como en un cuadro de Masso.
Galopan y corcovean; sacuden las colas
en su carrera desenfrenada frente al lienzo del ocaso. En medio de la tropilla,
un jinete en una imagen que resalta. Cabellos rubios, sueltos, torso desnudo,
pies descalzos, apenas un jean azul… Parece un centauro dorado como una estatua
arremetiendo en el paisaje crepuscular.
La marea baja y me quedo
hechizada, deslumbrada. Desnuda, arrebujada en la arena y con algas
enredadas en mi cuerpo, soy una “centauresse” Siento alientos dulzones,
dedos tibios dibujan caricias en mi rostro y reptan por mi espalda, por mis
senos... El sonido del galope me aturde. Me rindo calcinada en voz de
fuego. Un volcán callado, un lento y tibio despertar. Me quedo estática en el
umbral, en el ala perdida del tiempo, mientras la tropilla se pierde en el
horizonte. Se aparea con las nubes y se diluye entre las lenguas espejadas de
las olas…
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