viernes, 21 de abril de 2017

Guillermo Gitz-Argentina/Abril de 2017



Selfie

Arrollando áreas mentales insoportablemente incautas,
surge la fotogenia social, un protagonista inmodesto.
No es que no existiera pero ahora suma un plus de vanidad.

He aquí la simbiosis entre autofoto e híper-ego teatral,
promocionando toda una complacencia colectiva imparable
en asociación con un narcisismo sintético arrollador.

Irrumpen equilibristas de un carrusel estético innatural
de sonrisas prefabricadas y risas pre-programadas.
Cada brazo y silueta desmedida es parte integral
de una imagen deformada por la contorsión muscular.

Se vitorea impulsivamente cada movimiento de la cámara,
tanto el desaliñado como el impecable lucen sus poses.
No hay ruido, solo presunción y mente dúctil para captar 
su foto perfilada o periférica desde el foco hacia los iris.

Clics constantes como sonido incidental del pasatiempo,
se prohíbe el bostezo descuidado o el dedo en zona gris.

El índice aprieta el agudo aparato y el mecanismo se propulsa
modelando los físicos y el vertiginoso momento lúdico.
Segundos de suspenso y la pantalla propone su formato fiel.

Al crear perfiles carismáticos efímeros en encuadrados espacios,
trasciende la estética de la piel y el cutis que matiza la foto;
el trasfondo brillante o apagado no importa solo vale el rostro.

La fantasía de la eternización de la sonrisa es el súmmum
en la elaborada propuesta de la seducción convencional.
Se promueve un autoelogio excesivo al seleccionarse a sí mismo,
focalizándose en uno en vez de enfocar la inmensidad ambiental.

Los quince minutos de fama se conquistan reproduciendo
millares de instantáneas virtuales personalizadas o grupales;
despilfarro de tiempo ocioso en miles de tomas con gesto insulso.

El paisaje típico es referencia para fechar los recuerdos honrosos,
creando una guía turística dinámica para la próxima inmediatez focal.
El archivo digital es el sustituto del álbum de reminiscencias;
innegablemente aún hoy hay fotos que merecen el cuadrito vulgar.

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