Pintura de Ricardo Roberto González-Argentina |
El cuidador
Juan, el viejo flaco y áspero, suele
estar de mal humor y cuando habla, lo
hace
a los gritos.
Hace muchos años que está al cuidado de la antigua y sombría
casona de Villa La Delfina, en un valle atrás de las montañas.
La
vivienda está revestida por fuera con una tupida hiedra, que la hace
más aislada, más misteriosa . En la gran
sala de estar, se destaca un piano de cola
negro
y dos
sillones canapé de pana roja, todo cubierto con sábanas blancas.
En las paredes, grandes retratos de rostros adustos de
miradas penetrantes.
La larga entrada de ese paraje
solitario, tiene plantado
a ambos lados y en
linea recta dos
filas de casuarinas. En otoño se amarronan.
Por algo le dicen el
árbol de la tristeza.
Los dueños se fueron a vivir a un
país vecino y nunca regresaron, ni se supo
nada de ellos, tampoco vino ningún familiar a ocuparse o interesarse por la casa.
El viejo dientudo con naríz de tucán y mentón adelantado, baja cada tanto
al pueblo, para comprar algunos víveres y se queda hasta el atardecer. Ese día
se pone
otro sombrero y las botas más
nuevas.
Suele contarle al cantinero y a los
parroquianos que juegan a las cartas, algunas cosas raras que pasan allá arriba
en la montaña. Arruga la frente antes
de empezar a hablar de un pájaro extraño, que aparece chillando siempre a la noche delante de la
casa y vuela del níspero al olivo y del olivo al
níspero. ¨Tiene cara de mujer y cuerpo y mirada de lechuza,
dice el viejo, -¨cuando lo miro, esconde
la cara entre las plumas, revolotea y ríe sarcásticamente¨
Cuenta que una noche de luna llena,
le disparó con una escopeta, pero el
pajarraco se metió en la casa y se perdió tras la puerta, por la que había entrado.
Dice que es una hechicera
convertida en pájaro, porque esa misma noche,
él había salido a mirar los árboles y escuchó que el pajarraco le gritaba.¨
No me busques, no me busques!!! Porque me vas a encontrar!!!¨ y se reía provocándome y burlándose!!!, ¨ dice
el viejo, ¨- y le tiré con la petaca que tenía en la mano¨. Ellos saben que el
viejo se enginebra desde temprano, pero
a la vez sienten cierta curiosidad, porque
también piensan que los borrachos no mienten.
Una mañana tormentosa de invierno
los arrieros que vadeaban con sus mulas cargadas, encontraron un cuerpo
flotando boca abajo, en las aguas del
Río Manso.
Al darlo vuelta, vieron que era el viejo de la casona. Tenía toda la cara tan lastimada, como si hubiera
muerto a picotazos.
Gracias Ricardo por acompañar mi texto con tu pintura. Beso Jóse
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