EL DÍA DUERME EN CONCIERTO DE
GRILLOS
El día descubre una “verónica”
propia de un torero. Por breves momentos su capa de vida esconde su próximo
sueño.
Ella pensó, mientras
los pájaros piaban buscando el nido y los polluelos clamaban por su alimento.
Con algazara se iniciaba el reposo de una jornada de mucho movimiento. El sol
se despedía mostrando su mejor vestuario, en capas de arrebol que mostraban un
paisaje casi irreal, matices esfumados desde el rosa hasta el rojo encendido,
pasando por los celestes hasta llegar al azul oscuro. La temperatura había
bajado radicalmente y debió abrigarse pese a estar en verano.
Había sido una tarde
de adioses, la partida estaba programada para el día siguiente, muy de mañana.
Sentíase triste por dejar todo aquello, incluidas sus gentes que se habían
convertido en un remanso de alegría y fortaleza. Fue un paréntesis en su
complicado vivir citadino.
Ya era noche cerrada
cuando regresó a la casa donde alojaba. La oscuridad reinaba por todas partes,
se oía un concierto de grillos y sapos recreando sus oídos. La luna nueva proporcionaba
sombras a cuanto obstáculo se colocaba por delante. Árboles y tranqueras, casas
y una laguna cercana, tomaban un aspecto fantasmagórico, con un brillo de plata
que invitaba a soñar, o temer la presencia de algún mito hecho realidad.
El frío y la helada
habían humedecido la senda y las pequeñas piedras se habían pegado al pavimento
arenoso, de manera que el transitar por el camino rural, a pesar de la
oscuridad, se hacía regular, hasta en aquellos lugares donde la arboleda
ocultaba ese baño lunar. Un suave olor a campo, mezcla de tierra húmeda,
flores, pasto verde y estiércol seco, se entremezclaban en perfecta armonía,
uniéndose para proporcionar una imagen que sugería, ¡exactamente eso!, una
noche de campo.
Se podría decir que
iba sola, pero a poco andar, los diferentes sonidos le dieron la certeza de que
estaba bastante acompañada y permitió que pudiera meditar sobre tantas cosas
importantes que debía resolver en breve. Llevaba una pequeña linterna, pero
nunca la encendió; de haberlo hecho, habría cometido una irreverencia al
invadir ese bello paisaje nocturno, con un raquítico y extraño haz de luz. De
poco habría servido en esa deliciosa soledad acompañada de un mundo que
despierta con la noche y pregona su presencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario