miércoles, 23 de agosto de 2017

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Agosto de 2017



POLVO ERES Y EN POLVO TE CONVERTIRAS

Sentado en mi poltrona favorita, ubicada en el sitio más grato del hogar, observo el ir y venir de mi mujer en sus afanes culinarios;  aunque estos me están causando un sobrepeso alarmante del que no puedo quejarme. La advierto embebida en sus múltiples tareas preparando una sorpresa más.  Y vaya,  que siempre lo ha conseguido durante los muchos años que hemos compartido.
¡Podría decirse que soy un hombre feliz! Ha pasado tiempo, mucho tiempo, sin embargo siento que el cariño, la comprensión e incluso la pasión y todas sus variantes aún están  presentes en nosotros. Creo que la satisfacción y tranquilidad  frente a la vida ha colmado nuestras  expectativas.
Hoy,  no es un día cualquiera. Hace tanto que no quisiera recordarlo en años. Sin embargo, la torta me lo recordará igual,  49,  a uno de las bodas de oro, realmente un gran logro. Nuestros  hijos esta vez no estarán en casa, pero los infaltables compadres y los íntimos no se perderían este festejo por nada. Seis hijos, una cuota más que suficiente. ¡Irresponsables!, dijeron algunos a nuestras espaldas. Sin embargo, mi mujer y yo asumimos con mucho compromiso la tarea. Costó demasiado este arduo camino de crianza y formación, pero el logro fue bueno.
             No  puedo evitar que mis ojos se humedezcan cada vez que los recuerdo, sobre todo al segundo hijo. Murió chiquito, después de una corta enfermedad que hizo lo suyo. La angustia nos unió mucho más como pareja. Estamos seguros que este angelito nos recibirá al llegar a la otra vida, mi mujer lo piensa y yo trato de convencerme de ello.
Hoy es buen día para recordar. Los invitados tardarán en llegar y mi mujer tendrá la tranquilidad para enfrascarse en su sorpresa.

                 Aquella avenida comenzaba justo en el grifo de agua. Como farola encendida, indicaba los fuegos del entorno. Las parejas de amantes parecían ánimas escuálidas de placeres, deambulando por el lugar desde que la noche se hacía presente hasta el amanecer.
La calle de los Suspiros era un callejón bullicioso y de alegría estridente. Siempre me la había imaginado como un verdadero mercado de perversiones.
Ese día, como novicio en vacaciones, decidí dar curso a mi apostolado y poner a prueba una  definida vocación religiosa. Como hijo único, debí vencer la oposición de mis padres. Pero al fin accedieron: “Es la voluntad de Dios”, dijo mamá,  persignándose, mientras mi padre colocaba los ojos en blanco, moviendo beatíficamente su cabeza, en señal de poco convencimiento.
Cuando salí de casa, esa tarde presagiaba lluvia y miré hacia lo alto, allí vi una nube cargada de negra energía. Me pareció la mano de Dios queriendo limpiar la conciencia de los pecadores. Rosario en mano y vestido deportivamente, enfilé  hacia mi reto religioso. Una ola de voces y melodías, que en mucho se parecía al clamor de almas perdidas, salía del interior de una casa de remolienda. Las escaleras del prostíbulo eran como dunas. Los clientes ebrios subían a duras penas y bajaban rodando, cuando el dinero se les acababa.
            Apenas llegué arriba, fui recibido por la dueña de la casa. Mujer grande y gorda que no pasaría inadvertida en ninguna parte. Su cara arrugada hacía alarde de maquillaje. Sus manos terminadas en garras rojas, lucía sus dedos apretados de oro y brillantes. Me saludó afablemente,  pensando que era un nuevo cliente. Al saber que era un misionero y futuro cura, me dio la despedida con un río de palabras no repetibles.
Un poco azorado por el inesperado recibimiento, pero con la porfía del que cree tener la razón,  bajé a la calle. Arriba, la cabrona miraba a través del visillo transparente, cual tupida tela de araña, sobando sus manos y esperando como viuda negra a sus clientes, para atacar sin piedad sus bolsillos.
Ya las gotas de lluvia anunciaban el próximo aguacero. Me refugié bajo la marquesina de un cine porno. Estaba totalmente iluminado, luciendo con largueza afiches de escenas eróticas, que sin poder evitarlo me causaron una desazón de cintura para abajo.
 De pronto se acercó una chica demasiado jovencita  para estar en ese lugar y a esa hora.
-¡Hola!, ¿estás solito? - Sí, claro, pero al parecer ya no.- ¿Quieres que vamos a pegar un polvito? Me dijo en forma sugerente. Creo que abrí los ojos más de la cuenta, no esperaba en ella una prostituta.
 -No, gracias, soy novicio religioso.- ¿Y qué  onda, te perdiste de camino?- ¡No!, ando en misión pastoral.- contesté con la cara abochornada.- ¿Y que huevá es esa? Me contestó con ironía. - Conversión, otra vida cogida de la mano de Dios.- ¿Oye,  parece que te equivocaste de camino, o eres un huevón cartucho? - Te lo digo en serio, volver al buen camino, sería lo mejor que podría pasarte-, dije sin pensar que podría ofenderla.
-Mira padrecito, no te mando a la mierda sin vuelta porque te veo cara de buen gallo. Hace rato que te miraba y creo que estás  bastante apetecible como para perderte como cliente. Además,  pegar un buen polvito nos calentaría un poco.
En ese momento se desató un aguacero a todo dar. Las gotas parecían rebotar en el pavimento, obligando a los transeúntes correr para guarecerse igual que ratones en busca de madriguera.  – Oye Padrecito, te invito a mi pieza para aguantar el chaparrón. - ¿Crees que eso esté bien? -  ¡Oye!, no seas cachetón, si no quieres, mala cueva, no te violaré, en todo caso ahí veremos qué pasa…Descuida, esta vez no te cobraré. Además ¡tengo mucho frío!  Un revolcón nos hará bien a los dos.
La seguí sin responder, su frescor juvenil y su ingenua vulgaridad me hicieron aceptar el desafío. ¡La convertiría!- me dije.
Llegamos a un oscuro cuchitril. Una casa vieja con muchas piezas. En una de ellas se detuvo y abrió con rapidez el candado que impedía el paso. Al dar la luz,  observé una modesta cama de una plaza, cubierta con un cubre desteñido por el uso. Había dos sillas viejas con ropa doblada sobre ellas. Un velador cubierto por un pañito tejido, donde  destacaba una lámpara, protegida por una pantalla medio destartalada. Unos póster  ponían algo de vida y color en el ambiente. Sobre la cama colgando en la pared, una imagen de yeso. Este detalle me dio un poco de confianza.
La muchacha se sentó en la cama,  cerca de la almohada,  y yo,  al otro extremo, en la punta, justo para salir de estampida, si el caso lo ameritaba.
-Por lo menos aquí estamos más abrigados. Bueno, ¿necesitas sexo o solamente quieres conversar? -Sólo quiero conversar contigo. 
             La observé con más atención, su pelo castaño brillaba a la poca luz de la ampolleta y sus rulos húmedos se movían graciosamente. Llevaba una apretada blusa con un escote, donde se adivinaban unos pechos erguidos que invitaban a mirarlos. De camino había observado su cintura de hormiga y el trasero tentador que al andar balanceaba con ritmo acompasado. Era más bien bajita, pero el conjunto era francamente llamativo. Su rostro bastante gracioso, hacía de su presencia un oasis en el desierto de mi prolongada abstinencia. Sentía oleadas de calor  y la confusión  impedía  que me concentrara en mi discurso. Debí hacer acopio de toda la fuerza de voluntad que aún me quedaba para evitar contemplar sus muslos firmes, forrados en ajustados jeans.
Ella me envió una sonrisa que puso luz a su hermoso rostro de adolescente. Al fin pude decir - ¿Cómo te llamas, niña? -Francisca, pero en el oficio me dicen Panchy. -¿Y qué edad tienes, Panchy? Adivino que eres muy jovencita. -La edad no se pregunta ni se dice,  padrecito. -¿Desde cuándo estás en esto?
 Advertí un aleteo de pestañas y un suspiro, como para concentrarse en la respuesta. -Salí de mi casa, allá en el sur, hace poco tiempo. El conviviente de mi vieja se me estaba insinuando. El hijo de puta ya le ha hecho dos hijos a mi madre. Por eso prefiero trabajar vendiendo bien mi cuerpo y no dárselo en bandeja a un desgraciado como ese. Cuando junte un pequeño capitalito, compraré mercaderías para vender en la calle. - Lo lamento.- dije, tratando de entender la situación.
- Sin plata, se hace lo que sea para salir adelante. Por ahora debo comer y dormir bajo techo. Es lo menos, o ¿no? -Pero tal vez…, dije a lo tonto, tratando de entender comportamientos con los cuales antes no me había enfrentado.
Volví a insistir, - ¿Pero pudiste trabajar en otra cosa, no es así? -Traté, pero sin recomendaciones es muy difícil;  por otra parte, no tengo edad para vivir sola, pero eso no se lo digas  a nadie o me devolverán donde mi madre y eso sería terrible.
-Te sugiero  pienses que hay un Padre quien nos cuida y nos quiere a todos por igual. - De mí se olvidó hace tiempo, creo que no me mira ni de reojo. - ¿Sabes leer? Insistí.  -Claro que sí, estuve hasta octavo en la escuela del pueblo. -Entonces,  como supongo que hoy no trabajarás, quédate leyendo este librito. Te lo dejo y mañana lo comentaremos ¿A qué hora te conviene que nos juntemos? -A esta misma hora, si es que no tengo clientes.
-Como yo ocupé tu tiempo, te dejo este dinero, que si bien no son tu tarifa, pero al menos de algo te servirán. -Listo,  gracias, si me pagas por leer me conviene.  Me llegan muy bien, para mañana no tenía ni uno.
Dije que debía regresar a mi casa, la noche estaba muy fría y ya era tarde, junto con tenderle la mano en señal de despedida. Ella me la tomó, pero también acercó sus labios a mi mejilla. Sin quererlo sentí un vuelco en mi interior y en la mente se me cruzó por un instante el deseo de pegar su cuerpo al mío y recorrerlo con mis manos heladas. Un desconcierto total me hizo  salir de estampida. Ya en la calle, agradecí el frío que calmó aquellos repentinos ardores y traté de ordenar mis pensamientos. Me dije: -Es parte de la misión, debo luchar contra las tentaciones y todo aquello que me aparte del camino fijado por la vocación.

Al día siguiente, a la misma hora,  toqué con leves golpes la puerta. Ella estaba aguardándome. -Hola, ¿estás desocupada? -Si, entra, te esperaba - Te preparé un tesito. Compré unos pastelillos para servirnos mientras conversamos.
 Miré con detención a la muchacha y vi en su conjunto algo que me supo a peligro. Mirada que ella advirtió proponiéndome con cara maliciosa. -Oye, padrecito, ¿y si dejamos ésto para después y empezamos con un polvito?
  Dije enojado: -¿Eres tonta, o qué? Te expliqué que era novicio en misiones. No vengo en busca de tu cuerpo, sino por el contrario, pretendo que lo cuides para la familia que algún día tendrás.  - ¡Huevón conchudo! ¿Por qué tengo que aguantar tu mal humor?...Sale de mi pieza y déjame tranquila. Predica tus huevadas en otra parte. Conversión, Já, já, já, si me cago de la risa. Ándate a la mierda y en bote, para que no te ensucies. Yo no te pedí que vinieras hoy,  y tampoco me interesa hablar de religión. Ándate a la cresta cura cartuchón.
Tomé la chaqueta y con la cabeza a punto de estallar, salí del lugar caminando a casa con paso rápido. Esa noche tuve pesadillas, veía a la chica desnuda cerca de mí. Estiraba los brazos para alcanzarla, pero con una sonrisa de coquetería ella se alejaba. Desperté sudando y con el pantalón mojado. Después de una ducha helada de mañana,  decidí  poner orden en mi cabeza. Debía darme tiempo para decidir la estrategia misional con respecto a la muchacha. Pasaron unos días en que me debatí entre el cielo y el infierno, yo era hombre al servicio de Dios y no podía olvidarlo.
Sin embargo, ya se acercaba el fin de mis vacaciones. Por ello,  a modo de despedida, decidí ir por última vez a visitar a la chica. Lo haría como penitencia y acto de fe.
Llegué al atardecer, rogando en mi interior no encontrarla en la pieza, así habría cumplido en intención y habría evitado el encuentro. Para mi pesar, apenas toqué la puerta, apareció ella más atractiva que nunca; con una mirada entre inocente y picarona. -Hola,  padrecito, sabía que eras tú, todos los días te esperaba para disculparme. Fui grosera contigo, no debí enojarme. No me guardes rencor.
Dije un poco cortado: -Hola chiquita, vine a despedirme. Ya se acerca el fin de mi licencia... Debo disculparme, fui muy torpe, quise hacer una conversión  fácil donde no correspondía. Creo que mis talentos fallaron por ahora, pienso que todavía no estoy listo. Pero al menos algo hemos conseguido, ser amigos aunque termines despidiéndome a empujones…Te prometo que aceptaré tu trabajo, si es que se le puede llamar así.
Ella puso cara de orgullo al decirme.  - Padrecito, te contaré que ahora tengo otra ocupación y me pagan bien. Anteayer me animé, fui a un barrio elegante a ofrecer mis servicios como cuidadora de niños. Me contrataron altiro, la nana de la casa había enfermado y no hallaban con quién dejar a los chicos. Como yo tengo hermanos menores, no me ha costado nada cuidar a esos diablillos revoltosos, incluso creo que estoy encariñándome con ellos.        
-Que bien, te felicito. ¿Y el oficio anterior?  -Si puedo hacer otra cosa, claro que lo dejaré. Además, no tengo mucha experiencia en el asunto. Te confesaré que tú habrías sido mi primer cliente serio. Los dos anteriores fueron borrachos que no me hicieron ni cosquillas. Apenas llegaron a la cama se quedaron dormidos hasta el otro día.
Sentí un vuelco en mi estómago y un latir de pulsos en todos mis sentidos de casto varón. Solamente atiné  a decir torpemente: -Me alegro,  por lo menos he sembrado en ti algo bueno.
Turbado y sintiendo un calor desagradable en las mejillas, decidí terminar luego la conversación. -Chiquita debo dejarte, me esperan en casa. Sólo pasaba a despedirme antes de preparar mi partida al noviciado. -¡Pero si recién llegas!, al menos tomemos un tesito, todavía me quedan galletas y algo de queque. -No, muchas gracias, debo regresar. Y alargué mi mano en señal de despedida.
La joven me la tomó y repentinamente se pegó a mí, besándome con pasión. En ese momento sentí que mi cuerpo explotaba en un deseo carnal desconocido. Ya no pude ni quise seguir resistiendo. Mi mente ya no pensó y mis manos no fueron mías al recorrer con apremio esa piel de mujer joven. Sentí ese miembro de hombre célibe encabritándose dolorosamente.
La muchacha discretamente alargó el brazo y apagó la luz. Pienso ahora que lo que  siguió a continuación,  fue el cumplimiento a cabalidad de la ley natural de los mortales.
El frío amanecer aquietó los fuegos y sin decir una palabra nos separamos. Regresé a casa con un torbellino en la cabeza y en el cuerpo un cansancio de soldado después de una batalla. Al día siguiente, al subsiguiente y durante casi una semana o más, a la misma hora y en el mismo lugar, se repitió el mismo sortilegio entre pasión y descubrimiento.
Ya no podía regresar al noviciado en el tiempo previsto, por ello pedí licencia para prolongar mis vacaciones, por razones personales que a mi llegada explicaría. Por ningún motivo confesaría el dilema en el cual me encontraba.

Un mes y medio más tarde y mientras nos besábamos me dijo: - Padrecito, vas a ser padre de todas maneras…hoy lo supe,  pero de familia. Estoy embarazada.
Sentí que la boca se me sumía en el estómago y un mareo provocado por la noticia me hizo buscar apoyo en la pared. No atiné a otra cosa más que decir: -¡Dios, como pude haber sido tan bestia!, debí prever esto y no dejarme llevar por los sentidos.
Francisca me miró buscando alguna muestra de alegría, pero solamente debo haber tenido cara de preocupación y desconcierto. Alterada por mi reacción, me preguntó ansiosamente. -¿Qué, es que acaso no estás contento?  Yo estoy que no caigo en el pellejo de felicidad. Un hijo tuyo, para mí es lo máximo… Pero veo que esto no te lo esperabas. Si no quieres este hijo, cresta,  yo lo tendré igual y le daré  todo el amor que siento…Y si quieres, ahora mismo te vas y te olvidas de mí para siempre. Dicho esto,  abrió la puerta y me forzó a salir.
Dije de manera impersonal: -¡Francisca, perdona, pero no estoy bien! Mañana vuelvo a verte, ya tendré más ordenada mi mente y podré decirte algo amable. En este momento creo que es imposible. Perdóname.
Por su rostro advertí unas lágrimas que corrían silenciosas y que prontamente limpió de un manotazo. Se notaba que pasaba por una mezcla de frustración y abandono por mi actitud tan ambigua. Sin embargo, en ese momento no pude hacer más que salir con pasos vacilantes cerrando la puerta tras  de mí.
Yo no podía coordinar ideas, sin embargo debía pensar, analizar la situación. Debía tomar una determinación urgente. Para mí renunciar al sacerdocio era muy difícil, significaba un ideal  acariciado desde pequeño que se me escapaba sin poder evitarlo. Contar a mis padres que había embarazado a una menor de edad y para colmo, una principiante en la prostitución, a la cual deseaba con todos mis sentidos. Honorablemente pensaba que me había enamorado de ella; si es que a ésto se le podía llamar amor. Por otra parte, nunca había trabajado en ningún oficio remunerado y tampoco estaba preparado para hacerlo. Oraciones y cánticos religiosos no podían mantener a una familia. Por ello, este arduo dilema me tenía como  en un torbellino.  En ese momento mi deber era controlarme y asumir lo que la razón me aconsejara, pues seguro Dios ya en nada me ayudaría, mal podría pedir ser escuchado. Me había dejado llevar por la carne. Lo más grave de esta situación era que en esto no solamente estaban involucradas dos personas, sino que se agregaba una tercera, cuya próxima llegada ya se había anunciado.

-Padrecito, ¡querido despierte!- cerca del oído dice mi mujer. - Las visitas están llegando. Vamos a recibirlas - junto con ello se inclina y me da un ligero beso en la frente.
-Sí,  ya voy  chiquita, estaba recordando tiempos pasados y recreándome en ellos.- La miro con cara maliciosa y le cierro un ojo. Ella, azorada, mueve la cabeza y se dirige a sus ocupaciones.
Llega a mi mente el siguiente precepto. “Polvo eres y en polvo te convertirás”. No puedo evitar sonreír al mirar al cielo para decir a media voz: - Y vaya qué polvos.  Gracias, Señor, he recibido más dones de los que merezco. Gracias.

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