El amor
de mi mamá
Por los niños que no superaron
“la próxima vez”
-Te lo
tengo que contar… Disculpá pero te lo tengo que contar…
Hay
angustia en la voz masculina. Se interrumpe. Se escuchan murmullos del otro
lado de la línea telefónica y de pronto la mujer oye esa voz suave, tierna,
amada, esperada:
-Tía, te
cuento algo pero no te pongas mal, si? Mamá me empujó por la escalera y…
-Ppero…
¡¿cómo?! ¡qué locura! Ay querido… Pero… ¡¿cómo pudo…?!
Necesita
abrazarlo, protegerlo. Desea borrar los mil kilómetros que la separan de ese
niño. Necesita envolverlo con su amor, por el niño, por ella misma. Su corazón
se detiene en el dolor. Las palabras desaparecen. Una piedra se instala en su
abdomen.
-Te… te
lastimaste…? Te duele?
¿Cómo
preguntar si se lastimó? ¿Acaso importa si siente o no dolor? La mujer se
postra y suplica a Dios por alivio para el pequeño, para su alma atormentada y
su cuerpito sufriente. ¿Qué señal necesita para cruzar la línea, para
interceder, para proteger? Se promete que la próxima vez irá a la policía o al
juzgado, o a ambos. Sí… será cuando suceda la próxima vez.
-Un juez
de menores te escuchará. Viajo allá y te llevo al Juzgado para que cuentes lo
que te ocurre -le explicó la tía dos semanas atrás, cuando comenzó este camino
de horror y pidió al pequeño que fuera a vivir con ella. El niño mostró su
dolorosa realidad: se siente responsable por sus hermanos menores, prefiere
exponer su cuerpo y su alma antes que entregar a sus hermanitos al descontrol
materno.
La mujer
no tiene fundamentos para rescatarlo. Vive lejos. En su provincia todas las
puertas se cierran, algunas ni siquiera se abren. Los menores deben vivir
con su madre. No reciben su denuncia porque usted no vive con ellos.
A la
mañana siguiente recibe otro llamado del padre adoptivo:
-Te lo
tengo que contar… disculpá pero te lo tengo que contar… Hoy mi esposa obligó al
nene a prometerle que no regresará de la escuela porque si vuelve a casa lo
matará…
-Por
favor… hacé algo por favor. No es tu hijo pero debés hacer algo. Si esto les
pasara a tus propios hijos realizarías la denuncia y los sacarías de la casa.
-Y repitiendo las palabras del día anterior: -Llevalo al hospital, hablá con
algún vecino, con la maestra. Por favor reaccioná antes que sea tarde, vos
vivís allí, tomá conciencia. Por favor hacé algo… te lo ruego por favor… Yo ya
estoy viajando y voy directamente al Juzgado esperando puedas respaldar mi
denuncia.
-Y… pero…
no sé… es que… ¿sabés…? yo creo que no deberías meterte, yo sólo te cuento para
que lo sepas…
Los
pensamientos de la mujer se dispersan recordando situaciones referidas por la
criatura. Deditos machucados por la puerta. Su ropa cortajeada con tijeras. La
hebilla del cinturón estampada en sus brazos. Los padres golpeadores pegan
donde no se ve, señora, en esa casa no pasa nada. Rehacer tarea
escolar por encontrarla despedazada en la basura. Permanecer de pie en el patio
“hasta que el frío te enseñe a respetarme”. Insultos, amenazas. Desprecio,
indiferencia. Cargar culpas y miserias ajenas. Parece que hubieran pasado años
en esas semanas. La infancia del chiquitín librada a la ira de su madre. Vivir
con miedo. ¿Vivir…?
-Sí… voy
directamente al Juzgado y también haré la denuncia en la Policía. No importa que esté sola en
esto, rescataré a ese niño. El sonido del teléfono la sobresalta. Escucha
unos segundos. El móvil cae. La mujer se derrumba. Su mundo se desmorona. Su
alma se desgarra.
Los
testigos coincidieron. El niño con guardapolvo blanco avanzó hacia la ruta
provincial, caminando lenta y pesadamente, sin detenerse, ni siquiera parecía
escuchar las advertencias de la gente.
Una joven
levantó del suelo un cuaderno escolar y en la última hoja, escrito con roja
prolijidad, leyó luego de letras infantiles: ¡Otra vez no has hecho la
tarea! Mañana debes venir con tu madre a clase. La muchacha volvió sus ojos
al fatídico título: “Dibujar” -y en la línea siguiente- “El amor de mi mamá”.
La misma joven se estremeció cuando percibió una dulce sonrisa dando serenidad
al rostro de ese angelito. Las autoridades consideraron irrelevante esta
información.
Me has sorprendido con alegría, querida Graciela. Mil gracias por publicar mi cuento, aprecio tu gesto generoso al darme un espacio en tu Literarte.
ResponderEliminarMis felicitaciones por esta tarea de difusión que realizas con constancia, respeto, dedicación y esfuerzo.
Muchos cariños, que estés muy bien y tengas días plenamente bendecidos
Analía