EL DESTINO NO PERDONA
Llevaba hora y media en la
biblioteca de la
Universidad. Tenía un certamen de Castellano sobre la vida y
obra de Garcilaso de la Vega,
no el Inca, el otro, el español, aquel nacido en Toledo en 1501 y fallecido en
1536. De pronto dejó el lápiz, se restregó sus ojos para relajarse. Iba a
continuar con su estudio cuando sintió un latigazo en su corazón. Su mirada se
encontró con la luminosidad proyectada por las pupilas de unos ojos masculinos.
Una corriente eléctrica le recorrió su cuerpo, quedándose con la vista clavada
en aquel joven que sonriendo algo murmuraba, sus labios se entreabrían y
cerraban pausadamente.
Emilia, no esta interesada en el
amor, a pesar de tener 23 años y ser de agraciada belleza, sólo le interesaba
estudiar y obtener un título de
Pedagogía en Castellano.
Javier, sin despegar sus ojos de los
de ella, se levantó, dejando el libro que leía y lentamente se aproximó. -
¡Hola! - dijo. - ¡Hola! - Contestó ella.
- Me llamo Javier Rivera…
-Yo, Emilia.
-Te conozco desde hace mucho.
Diariamente concurro a esta biblioteca y me extasío contemplando tu figura
mientras estudias, y tú, en todo este tiempo no te has dignado mirarme. –dijo
en un tono risueño.
-Vengo a estudiar y no a conocer
gente.
-Pero nuestras miradas se han
encontrado.- le contestó en el mismo tono.
-Sí, pero sólo por casualidad. Y
tomando sus libros, se marchó.
Javier, esbozando una sonrisa, se
frotó las manos. A lo menos, ya había iniciado el contacto.
Tres meses después, Emilia presentó
su tesis de grado, obteniendo el ansiado título aprobado con distinción.
Envió su currículum a varios
establecimientos educacionales de Viña del Mar, recibiendo variadas ofertas de
trabajo. Eligió, finalmente como inicio a su labor docente, el prestigioso
Liceo Integral “Miguel de Cervantes”. Al tercer mes, sus remuneraciones le
permitieron arrendar un pequeño departamento en el centro de la ciudad. Lo
alhajó con exquisito gusto femenino, disfrutando de él y de la hermosa vista al
océano.
Sus padres vivían en Osorno, y la
visitaban cada dos o tres meses. Ella era feliz con su trabajo, la elección de
su carrera la llenaba de satisfacción.
Una tarde, en que salía de la
biblioteca del colegio, a la que había concurrido en busca de información para
sus clases, de pronto, se encontró de frente con Javier, a quién nunca había
olvidado, pero tampoco lo recordaba muy a menudo. Otra vez las miradas se
encontraron, y ambos fueron atraídos por una fuerte carga de adrenalina que
recorrió sus cuerpos llenándolos de una suave correspondencia.
Nació en ellos una linda amistad,
que día a día se fue acrecentando. De lunes a jueves cenaban juntos en el
departamento de ella. El viernes, por la tarde, Javier viajaba a la Serena, a casa de sus
padres.
Pasaron algunos meses, y Emilia se
sintió muy preocupada por el atraso que presentaba su período. Concurrió a una
clínica para realizar un test de embarazo, que dio positivo.
Creyó que el mundo había llegado a
su fin. ¿Qué diría Javier cuando le informara de ésta situación? ¿Qué haría
ella? ¿Cómo lo tomarían sus padres? ¿Y los de Javier? ¡Ese fin de semana había sido el más
tormentoso de su vida! – Pensó con terror -
Luego se acostó, pero no pudo conciliar el sueño.
Ese lunes por razones de trabajo,
Javier, viajó directamente a Santiago. Al ver que pasaban las horas, y él no la
llamaba, ello acrecentó su angustia. La soledad y la imperiosa necesidad de
comunicarle su estado, la hizo decidirse a llamarlo por el celular, contrariando
el compromiso que habían acordado:- “No llamar jamás, pasara lo que pasara”-.
Javier, no aceptaba llamadas particulares en los equipos de la Empresa.
-Aló ¿Quién llama?
-Soy yo, Emilia.
-No puedo atenderte en este momento,
estoy en una reunión de trabajo.
-Pero necesito urgente informarte
algo muy especial.
-Espérame hasta mañana martes, como
siempre, cenaremos juntos. ¡Te amo!- Y cortó.
Sumida en su angustia trató de leer,
sin lograr la atención al libro que tenía en sus manos.
Efectivamente, el martes, a las
19:30, llegó puntual a la cita, llevando en sus manos un hermoso ramo de rosas
rojas. Ella, en tanto, tenía la cena preparada y la mesa dispuesta. Se
fundieron en un jubiloso abrazo y un largo beso selló el regreso.
Al final de un ardoroso encuentro de
amor, ella le hizo saber su estado de gravidez.
-¿Cuántos meses tienes?
- Estoy en los tres meses.
Él, feliz saltó de la cama, bailando
semidesnudo. Luego, arrodillándose frente a ella la acarició, la besó y le dio
las gracias. Le prometió que él se haría cargo de todo. Que ella sólo se
preocupara de preparar, la que será la pieza del bebé… Luego rompió en
sollozos, llorando de felicidad. Lo que más ansiaba en esta vida era tener un
hijo, y lo había engendrado en ella, su amada e idolatrada Emilia. En un
momento de euforia máxima, le hizo saber que pronto podrían casarse. Y a sus
padres ya no les dedicaría su presencia los fines de semana. Ella se abalanzó
sobre él y lo colmó de besos por la felicidad que le ocasionaba esta
maravillosa noticia.
Luego, Javier cogió su chaqueta y
saliendo feliz de la habitación con destino al centro de la ciudad. Quería
adquirir, lo antes posible, los artículos necesarios para el nacimiento de su
hijo.
Una hora después, sonó el teléfono.
Emilia esperó cuatro tonos, contestando:
-Aló, sí, habla Emilia.
-Señorita, habla con el Teniente
Garrido, de la
Primera Comisaría de Carabineros. Mi llamado es para
informarle que el señor Javier Rivera, ha sufrido un grave accidente
automovilístico.
Emilia se altera y no sabe qué
contestar y finalmente pregunta.- ¡Dígame cómo está Javier!
-Lamento tener que darle una mala
noticia, pero entre sus pertenencias estaba su celular y por este motivo la
llamo.
-Teniente, dígame la verdad, por
favor. Le contestó Emilia con el rostro congestionado por las lágrimas.
-Bueno, debo informarle que don
Javier falleció en el mismo sitio del suceso y sus restos están ahora en el
Instituto Médico Legal, para realizar los trámites de rigor. Le rogaría se
comunique con su familia para el reconocimiento de sus restos. En su billetera,
además de su carné de identidad y permisos de circulación, encontramos su
nombre y número en su celular, y una
larga lista de artículos para bebé. Reciba usted mis respetos y condolencias...
Emilia sólo atinó a decir: -Está
bien, gracias...Y junto con apagar el aparato, cubrió su rostro con sus manos
para ahogar un amargo sollozo que estremeció su cuerpo. ¡Lloró hasta secar sus
lagrimales¡…
Después de largo rato, en que dio
curso a su desesperación, se sentó en la cama y pensó: “La frágil levedad del
ser se hace presente en el instante menos oportuno en la vida de los seres
humanos. Hace una hora, todo era alegría para nosotros, el futuro se veía
promisorio y el nacimiento de nuestro hijo coronaría nuestra felicidad, y
ahora, ¿qué?”...
Los restos de Javier fueron llevados
a La Serena,
donde ahora descansa en paz.
El embarazo de Emilia resistió el
agravante dolor causado por el deceso de Javier. Iba en su cuarto mes de
gestación, habiendo superado con fortaleza, el trauma emocional. Todo esfuerzo
físico, intelectual y moral, lo destinaría al bien superior que significaba
llevar en su vientre la simiente de quien fuera su gran amor.
- Todo lo daré por su recuerdo y por
nuestro hijo. - Había prometido a Dios, arrodillada ante el altar mayor de su
Iglesia.
Una tarde, en el ascensor del
edificio, cuando corría su quinto mes de embarazo, al coger la bolsa de
supermercado, se adelantó una mano femenina que se ofreció acompañarla hasta el
departamento ubicado en el mismo piso, donde ambas habitaban.
De ese primer contacto nació una
amistad que se hizo fuerte con el paso de los días. Magdalena, su vecina, dos o
tres años mayor. Delgada, de larga cabellera cobriza y ojos oscuros, le
demostró gran simpatía. Había llegado a vivir a ese edificio sólo hacía algunas
semanas. Su título profesional era: Traductora de inglés, francés y alemán,
trabajando de preferencia en su departamento, para la Cámara de Senadores del
Congreso Nacional. Fue tanta la familiaridad, que un día le manifestó que le
agradaría amadrinar al bebé. Emilia le respondió que lo había pensado y que así
sería. Desde ese instante el pequeño Javier tendría dos mamás, dándose ambas, a
la tarea de hacer los preparativos para el parto.
El día 28 de Agosto, a las 09:10
nació Javier Alfonso. Fue bautizado y Magdalena, lo recibió como su madrina.
Cuando el bebé cumplió tres meses, Magdalena los invitó a visitar su casa en
Ovalle. Emilia, aceptó encantada, estaba gozando de su feriado anual luego del
post-natal.
En Ovalle fueron recibidas con
muestras de afecto, por los padres de Magdalena, un matrimonio de edad
avanzada, Manuel y Eugenia. Luego de cenar, se retiraron a los aposentos que
les tenían preparados con anticipación. Por la mañana disfrutaron de las
sombras de los naranjos, y luego, el abundante almuerzo que culminaba con una
siesta, como es costumbre en esa región. Fue así que el matrimonio se retiró a
su dormitorio y Magdalena al suyo. Javier Alfonso, dormía en su cuna, en tanto,
Emilia se dispuso a recorrer la casa.
Primero el huerto, donde al final de
éste corren las cristalinas aguas del río Limarí y en sus riberas, los
cañaverales meciéndose al suave soplo del viento. Regresó a la casa y dirigió
sus pasos a una sala que decía, “Biblioteca”. Estaba en la semipenumbra, los
cortinajes no permitían el acceso de la luz solar, afuera, brillante y
calurosa. Corrió las cortinas y sus ojos se asombraron al ver, en diferentes
lugares, fotografías de Javier junto a Magdalena. Buscó una explicación, pero
no la encontró. Corriendo llegó al dormitorio de ella... estaba dormida, al
remecerla, Magdalena, despertó sobresaltada viendo en los ojos de Emilia la
sorpresa. ¡Lo sabe todo!, pensó. Sentándose en la cama le abrió su corazón
manifestándole:
-Soy la esposa de Javier,
tramitábamos el divorcio luego de seis años de matrimonio. Genéticamente no
puedo concebir hijos y Javier sólo quería tener un hijo, ello le llevó a pedir
el traslado a Valparaíso e iniciar los trámites de divorcio. Viajaba los
viernes de cada semana para efectuar los trámites. Regresaba los lunes a
Valparaíso. Nos encontrábamos en casa de sus padres en La Serena, lugar en que yo
tenía mi trabajo. Una semana después de su muerte firmaríamos, el acta de
anulación de matrimonio.
-Nunca habló de la relación que
mantenían ustedes y, cuando me enteré, quise conocerte. Sentí odio al comienzo,
pero luego sentí un gran afecto por tu bondad, lealtad y cariño que sentías por
Javier. Ahora te quiero a ti y amo a Javiercito, es el hijo que yo no pude darle
a mi esposo, pero sí, le puedo dar todo mi cariño y amor, si tú lo aceptas y me
perdonas la falta de voluntad para explicarte. Sentía miedo a un posible
rechazo. Las dos podemos hacer de Javier un hombre grande y feliz...
Emilia no salía de su asombro, pero
en ese instante entendió el dolor de esa mujer. Comprendió que el destino juega
siempre en contra de lo propuesto.
Ambas mujeres se abrazaron, porque
si bien, habían perdido al hombre que amaban, éste les había dejado ese hijo
que ahora era el hijo de las dos...
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