viernes, 22 de diciembre de 2017

Javier Claure-Suecia/Diciembre de 2017


Sara Danius (secretaria de la Academia sueca) y  Kazuo Ishiguro, 7 de diciembre 2017, Estocolmo (Suecia).
Discurso de Kazuo Ishiguro, 7 de diciembre 2017, Estocolmo (Suecia).
Fotos: Javier Claure


La memoria, el tiempo y el autoengaño
                                                                
Como todos los años en estas fechas se lleva a cabo, aquí en Estocolmo, muchos acontecimientos relacionados con el Premio Nobel. Más exactamente, el 7 de diciembre, de cada año a las 17:30 (hora sueca) en un hermoso salón del edificio de la Academia Sueca, da su discurso el Premio Nobel de Literatura. Miembros de dicha Academia y un público exclusivo se dan cita en el recinto para escuchar las palabras del laureado con el Premio más famoso del mundo.
Acudí, una vez más, a este solemne acto pero a diferencia de las veces anteriores, llegué al local casi 50 minutos antes que empezara el discurso Nobel de Kazuo Ishiguro. Este hecho permitió ubicarme en tercera fila. Así que pude observarle minuciosamente al conferenciante. Cuando llegó la hora indicada, la secretaria permanente de la Academia Sueca, Sara Danius, junto a Ishiguro salieron de una puerta lateral. Los presentes se pusieron de pie, y los aplausos estallaron en el salón pulcro de paredes blancas con decoraciones doradas y luminosas arañas que colgaban del techo. Acto seguido, el silencio se apoderó del aposento. Ishiguro con el pelo bien corto, impecablemente vestido de terno negro, camisa blanca, zapatos negros y una corbata ploma con jaspes blancos, se sentó en la primera fila en la sección donde se encontraban los miembros de la Academia. Mientras tanto, Sara Danius, dio la bienvenida al público e inmediatamente cedió la palabra a Ishiguro, quien se dirigió a la tarima. Y desde allí dijo en tono humorístico: “Escuché que la puerta por la cual atravesamos Sara Danius y yo, se abre solamente dos veces al año. Me siento honrado por ser una de las personas que ha cruzado esa puerta. Me pregunto si la puerta está cerrada con llave, si trato de salir por el mismo camino” (risas). Luego empezó su discurso titulado “Mi velada con el siglo veinte y otros pequeños descubrimientos”. Un texto de 10 páginas que describe cronológicamente la vida y los episodios por los que pasó Ishiguro.
Su padre era científico, un oceanógrafo a quien el Gobierno británico le había ofrecido un trabajo. Así llegaron a Inglaterra, toda la familia, en abril de 1960. Kazuo tenía apenas 5 años. Estudió el nivel primario en un colegio de Guilford, una ciudad ubicada a 43 kilómetros del centro de Londres. Y cursó sus estudios secundarios en otra ciudad próxima a la que vivía. También asistía a la catequesis y formó parte del coro de una iglesia. Al referirse a esa época dice: “Cuando iba de visita a casa de un amigo, sabía que tenía que ponerme de pie en cuanto entraba un adulto en la habitación, aprendí que durante una comida debía pedir permiso para levantarme de la mesa. Al ser el único extranjero del barrio, me perseguía una suerte de fama local”. Sin duda alguna que se integró en la sociedad inglesa. Pero también es cierto que la influencia de sus padres en el hogar, marcaron tradiciones niponas en la vida del laureado. Este hecho hizo, quizá, que mantenga una imagen viva, y a distancia, de la cultura japonesa.
Cuando habla de sus padres agrega: “La intención de mis padres era que regresásemos a Japón  dentro de un año o tal vez dos. Durante nuestros primeros once años en Inglaterra vivimos en un permanente estado de vuelta a casa el año que viene. Mis padres seguían siendo visitantes y no inmigrantes. A menudo comentaban entre ellos las peculiares costumbres de los nativos sin sentirse en absoluto impelidos a adoptarlas”. Todo esto confirma lo ya conocido en muchas familias inmigrantes en algún país. Es decir, viven con un pie en el país de origen y con el otro en el país acogedor, planificando el retorno a casa. Pensamiento, que con el tiempo, se va languideciendo; ya que los miembros de la familia estudian, trabajan y forman sus propias familias. O sea, van echando raíces en el país hospitalario. Entonces lo que parecía pasajero, en un momento determinado del tiempo, se torna en una eternidad. Y con una verdad de por medio: los padres que llegaron a una edad avanzada difícilmente adoptan las costumbres del país acogedor, y no suelen aprender bien el idioma. Pero también debo decir que obviamente hay excepciones.
Según las palabras de Ishiguro, el alejamiento físico de Japón y de su ciudad natal Nagasaki ha contribuido, de alguna manera, a que se formara como escritor. En su discurso mencionó: “Cada mes me llegaba un paquete de Japón con los cómics, revistas y boletines educativos del mes anterior, que yo devoraba con fruición. Los comentarios de mis padres sobre sus viejos amigos, parientes y episodios de sus vidas en Japón, me proporcionaron imágenes e impresiones. Además, yo tenía mis propios recuerdos de mis abuelos, de mis juguetes favoritos, de la casa tradicional japonesa, de mi parvulario, de la parada del tranvía, del perro feroz que vivía junto al puente, de la silla del barbero etc”. De hecho, todos estos recuerdos son recursos en potencia para la imaginación de un escritor o de un poeta. El haber dejado su país a muy temprana edad puso en movimiento su imaginación con todo ese material acumulado en su mente. Podríamos decir, entonces, que antes de convertirse en escritor poseía mucha materia prima para pulir. No cabe duda que sus estudios de Literatura Inglesa y Filosofía en la Universidad de Kent, y después su posgrado en escritura creativa en la Universidad de East Anglia, contribuyeron también a su éxito como escritor.
El autor de “Pálida luz en las colinas” confesó que aprendió mucho de Marcel Proust, especialmente en la ordenación de los acontecimientos y las escenas en una novela que no sigue necesariamente la lógica de la cronología, ni la de una trama lineal. También se siente influenciado, entre otros escritores y cantantes, por Franz Kafka y Jane Austen. Con razón la secretaria de la Academia, Sara Danius, comentó: “Kazuo Ishiguro es una mezcla de Jane Austen y Franz Kafka, pero también hay que añadir un poco de Marcel Proust”.
En octubre de 1999, el galardonado visitó Auschwitz, el campo de concentración  situado en territorio polaco e invadido durante la Segunda Guerra Mundial por la Alemania nazi. De seguro que su memoria fue ocupada por los recuerdos del bombardeo atómico a Nagaski en 1945. De esa visita ha manifestado: “Tuve la sensación de haberme acercado mucho, al menos geográficamente, al corazón de la oscura fuerza bajo cuya sombra creció mi generación. En Birkeneau , una húmeda tarde, contemplé las ruinas de las cámaras de gas –extrañamente descuidadas y abandonadas- prácticamente como las habían dejado los alemanes después de volarlas y huir del Ejército Rojo”. Y se pregunta: ¿Qué debemos recordar? ¿Cuándo es mejor olvidar y mirar hacia adelante?
Preguntas que ponen en alerta a nuestra memoria en este mundo que nos ha tocado vivir. Ishiguro ha trabajado como asistente social y con personas que no tienen casa. Tal vez por esta razón ha dicho que en su carrera se ha topado con individuos que sufren enfrentándose a los recuerdos de su pasado y, además, afirma que esta realidad se puede aplicar a las comunidades y a las naciones.
La Academia Sueca explicó que los temas más recurrentes en la obra de Ishiguro son: la memoria, el tiempo y el autoengaño. Y que el escritor, inglés de origen japonés, explora sobre lo que se debe  hacer para sobrevivir como individuo y como sociedad. Otros expertos en asuntos “ishigurianos” aseguran que en sus obras indaga cómo la memoria se relaciona con el olvido, la historia con el presente y la fantasía con la realidad. En otras palabras, Ishiguro trabaja con ese filtro que tenemos en la mente, y que nos permite almacenar información en conformidad con nuestro entorno social, nuestro trabajo, estudios, capacidad intelectual etc. Pero también es posible que esa información acumulada  sea errónea o, en su caso, vaya alterándose para seguir un camino desfigurado lejos de los buenos modales, la ética y la moral. Para, finalmente, caer en el autoengaño. Además, es preciso señalar que la información que no se activa o no se repite, para formar surcos cerebrales, se va borrando con el tiempo hasta llegar al olvido. Probablemente por todo eso, el homenajeado ha escrito sobre personas que se debaten entre olvidar y recordar.
Ishiguro, en su disertación, hizo algunas incursiones en la esfera política: “El año 2016 marcado por sorprendentes, y para mí deprimentes, acontecimientos políticos en Europa y en Estados Unidos, y de nauseabundos actos de terrorismo por todo el planeta, me obligó a admitir que el imparable avance de los valores liberales que había dado por garantizado desde mi infancia podría haber sido una mera ilusión”. En concreto, el liberalismo es una doctrina política que aboga por la libertad individual y el dinamismo privado, siendo su máximo objetivo la no intervención del Estado. Dicho de otra manera, el liberalismo pone en tela de juicio la relación entre los seres humanos y la sociedad, tomando en cuenta el poder político, las leyes, la justicia, los derechos, la propiedad etc.

Y lo que señala Ishiguro, no es sino la decadencia de las fuerzas políticas en los países del mundo. La defensa de las libertades y derechos que atañen a los individuos, a grupos políticos, a gobiernos, a las instituciones y a las autoridades públicas; ha tomado rumbos totalmente inaceptables. En muchas partes del mundo existe una degeneración en la vida política. Y, por consiguiente, ha surgido desigualdad, soberbia, deterioro en los sistemas democráticos, xenofobia, desfalcos, matanzas, racismo, falsedad, cinismo, regímenes totalitarios y corrupción, incluso en los países con democracias establecidas. Dos ejemplos claros de todo esto: el presidente de Corea del Norte, Kim Jong-Un, un joven, de peinado extravagante, sin mucha experiencia en la política y relativamente ignorante. Donald Trump, un exmagnate de la construcción, también ignorante en muchos aspectos y soberbio como sus antecesores. Con sus amenazas de una guerra nuclear ostentan su poderío militar, y pueden llevar a la humanidad a una hecatombe mucho más devastadora de lo que se vio en Hiroshima y Nagasaki.

Ishiguro ratifica también que después de la caída del Muro de Berlín, han surgido enormes desigualdades de riqueza y oportunidades entre países y dentro de los mismos países. Y en la misma dirección señala: “En particular, la desastrosa invasión de Irak de 2003 y los largos años de políticas de austeridad impuestas a la gente corriente después de la escandalosa crisis financiera de 2008, nos ha llevado a un presente en el que proliferan ideologías de ultraderecha y nacionalismos tribales. El racismo, en sus formas tradicionales y en sus versiones modernizadas y maquilladas, vuelve a ir en aumento, revolviéndose bajo nuestras civilizadas calles como un monstruo que despierta”.
Evidentemente, la bochornosa invasión a Irak bajo el pretexto de que Saddam Hussein estaba en poder de armas de destrucción masiva, fue el estandarte de Estados Unidos para consolidar su poder en el mundo, y así evitar que su hegemonía sea disputada por otros países. El populismo ultranacionalista en muchos países europeos,  los partidos de ultraderecha que se acomodan en los Parlamentos de Europa son instrumentos, cuyos efectos tienen su desenlace, entre otras cosas, en ese “racismo modernizado y maquillado”.
Pues bien, Kazuo Ishiguro es un escritor audaz porque ha transgredido el tradicional discurso Nobel. A diferencia de sus antecesores, habla de política, de racismo, de la caída del Muro de Berlín etc. Es dueño de un lenguaje que ha sabido relacionar la historia con el presente. Por lo tanto, escribe con vigor emocional sobre los valores liberales, de su Japón posnuclear, de la aristocracia británica, de la memoria colectiva y de la conciencia frágil que nos puede engañar.

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