jueves, 15 de febrero de 2018

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Enero de 2018



UN REGALO PARA DON COSME

EL TÍO COSME, CUANDO DESPERTABA
DESPUÉS DE UN REGADO FESTEJO,
SENTADO EN LA MESA SE LE OÍA DECIR:
 “EL SUEÑO COMO ERA SUEÑO, SOÑABA
 LO QUE QUERÍA Y AL DESPERTAR,
LA MARÍA  SE SENTÍA HALAGADA”
 L. CORDERO C.

            El poeta y pintor se desprendió de una de sus últimas creaciones como obsequio a don Cosme, un campesino norteño, de tierra adentro, por esos hermosos valles del norte chico. Se lo obsequió en la creencia que el hombre apreciaría su trabajo, luego de darle a conocer que él era un artista bastante reconocido.
            El vate estaba de partida y pasaba a despedirse, luego de terminadas sus entretenidas vacaciones, en una casa cercana a la del viejo, y quiso compartir su trabajo, como una forma de demostrar su aprecio por sus atenciones. Esta vez no hubo mate cebado con yerba buena, ni tortillas de rescoldo, ni largas conversaciones para amenizar la charla de antiguos recuerdos. En esta ocasión, la visita fue bastante breve y, al despedirse, le entregó una hoja blanca enrollada y prendida con un elástico, donde dijo había un proyecto de pintura. Al menos, eso entendió anciano, quien muy agradecido, elogió el presente con un fuerte apretón de manos.
            Por la noche, Don Cosme tomó cuidadosamente el cilindro de papel, con sus manos ásperas y callosas, que sabían de la dureza de la azada y del arado, poco a poco le sacó la cinta elástica que contenía el papel, luego, lo observó muchas veces, lo puso derecho, luego patas para arriba, de costado, del otro lado y en cada postura lo estuvo contemplando largo rato. Finalmente, decidió prenderlo en la desnuda pared de su habitación, pensando que sería un buen cuadro, y también para pensar de qué de trataba, cuando quisiera dormir y no tener sueños trajediosos. A lo mejor, esta contemplación le permitiría entender lo que el “futre”, venido de la ciudad, había querido decir con esas figuras extrañas que de momento, no alcanzaba a comprender. Pero como era un regalo de un famoso debía conservarlo en buen lugar, y además, para que pensaran que él también entendía de arte.
            Luego que una de sus hijas le diera la cena, después de haber laborado en su tierra hasta que el sol se escondió, se fue a la cama, pero antes de dormirse, quiso concentrarse en la contemplación de la pintura y lo hizo con todo el deseo de entender de qué se trataba, hasta que sintió que sus ojos requerían descansar. Esa noche se durmió como angelito apenas apagó la vela.  

            “Se encontró con un señor vestido con larga túnica que dijo ser Jesús. Él bajaba de una casa de forma extraña, era alargada, con recovecos y puntos negros que algo indicaban. Terminaba como descansando en la cubierta de una barca. Lo raro era que las olas estaban arriba y no abajo como sería lo normal. En el pecho llevaba un corazón, y de sus labios creía entender lo que decía, en un lenguaje diferente al que él hablaba. Le explicaba que era el Padre que le daría felicidad, siempre que fuera preocupado y cariñoso con sus ocho hijos. Ahí estaban los cinco puntos que correspondían a los nacidos de su esposa, porque no todos eran de la misma mujer. Aunque reconocía que todos eran sus hijos, sabía que tres estaban con sus respectivas madres. Sus amores, eran las dos niñas a quienes deseaba casar con hombres de bien, para que les dieran una vida saludable, casas modernas, tan modernas como las de la ciudad y a sus hijos varones, tantos amores, como se los había dado a él.
            Más abajo había un angelito, solamente estaba su nombre, Eros, al menos a él le pareció que así era, pero este extraño ser celestial, portador de arco y flechas, le explicó en un amable suspiro, así como la brisa del atardecer, que sus flechas eran para los jóvenes. No para él, porque ya tenía su pellejo muy duro para que éstas pudieran penetrar. Su amor debía estar dedicado siempre a María, que aunque vieja y fea como él, ambos se habían conocido en otra época, cuando eran jóvenes y hermosos, y fueron felices en ese lecho, desde que oscurecía hasta el segundo canto del gallo, cuando el sol se insinuaba por los cerros del oriente.. Es cierto que él había sido un hombre muy ladino en su juventud y muchas niñas lindas le habían abierto su corazón, y le habían dejado hacer, y de ese hacer eran los tres retoños que no estaban en casa. Si éstos se hubieran acercado al padre, la María los habría corrido a palos. Pero él igual los consideraba sus hijos y nunca los olvidó.
            De pronto, la imagen del señor de barba oscura y vestido blanco, comenzó a perderse y en su lugar quedó un signo. Le pareció que significaba la paz y la tranquilidad. Así como él sabía de las medallitas que a veces regalaba el señor cura a lo pequeños que se portaban bien.
            El sueño lo tenía tan impactado, porque sin ser allegado a la iglesia, él creía en Jesús y   sin lugar a dudas, supo que Él lo había visitado, sabía de su vida anterior y lo disculpaba de todos sus errores pasados.

            Al canto del gallo despertó a don Cosme, con una sudoración que le bañaba  el cuerpo. Ya el sol estaba sobre los montes cercanos y empezaba a calentar tibiamente la tierra recién arada el día anterior. Supo que debía levantarse porque, Benita y Ermelinda, ya le tendrían listo su desayuno, para ir con el estómago preparado a su mañana de labor.
             Sin embargo, el sueño lo tenía en la punta de su mente, tanto como un recuerdo presente.  En él estaba María, su vieja María, quien lo había abandonado hacía muy poco. Una fiebre la había pescado y no la soltó hasta que la llevó al cementerio. Por ello, una vez desayunado, pidió a sus hijas fueran a cortar las mejores flores que encontraran en la huerta, y un tiesto de agua. Debía ir a visitarla al pequeño cementerio que quedaba cerca, casi a medio kilómetro de la casa.
            El trabajo aguardaría. Le pareció que el extraño sueño le había dejado un mensaje de paz, hasta se sentía liviano, sin saber por qué. Entonces recordó agradecido el regalo del hombre de la ciudad, porque le permitió soñar cosas buenas, con aquella pintura loca que solo en sueños entendió.  

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