UN REGALO PARA DON COSME
EL TÍO
COSME, CUANDO DESPERTABA
DESPUÉS
DE UN REGADO FESTEJO,
SENTADO
EN LA MESA SE
LE OÍA DECIR:
“EL SUEÑO COMO ERA SUEÑO, SOÑABA
LO QUE QUERÍA Y AL DESPERTAR,
LA MARÍA SE SENTÍA
HALAGADA”
L. CORDERO C.
El poeta y pintor se desprendió de
una de sus últimas creaciones como obsequio a don Cosme, un campesino norteño,
de tierra adentro, por esos hermosos valles del norte chico. Se lo obsequió en
la creencia que el hombre apreciaría su trabajo, luego de darle a conocer que él
era un artista bastante reconocido.
El vate estaba de partida y pasaba a
despedirse, luego de terminadas sus entretenidas vacaciones, en una casa
cercana a la del viejo, y quiso compartir su trabajo, como una forma de
demostrar su aprecio por sus atenciones. Esta vez no hubo mate cebado con yerba
buena, ni tortillas de rescoldo, ni largas conversaciones para amenizar la
charla de antiguos recuerdos. En esta ocasión, la visita fue bastante breve y,
al despedirse, le entregó una hoja blanca enrollada y prendida con un elástico,
donde dijo había un proyecto de pintura. Al menos, eso entendió anciano, quien muy
agradecido, elogió el presente con un fuerte apretón de manos.
Por la noche, Don Cosme tomó
cuidadosamente el cilindro de papel, con sus manos ásperas y callosas, que
sabían de la dureza de la azada y del arado, poco a poco le sacó la cinta
elástica que contenía el papel, luego, lo observó muchas veces, lo puso derecho,
luego patas para arriba, de costado, del otro lado y en cada postura lo estuvo
contemplando largo rato. Finalmente, decidió prenderlo en la desnuda pared de su
habitación, pensando que sería un buen cuadro, y también para pensar de qué de
trataba, cuando quisiera dormir y no tener sueños trajediosos. A lo mejor, esta
contemplación le permitiría entender lo que el “futre”, venido de la ciudad,
había querido decir con esas figuras extrañas que de momento, no alcanzaba a
comprender. Pero como era un regalo de un famoso debía conservarlo en buen
lugar, y además, para que pensaran que él también entendía de arte.
Luego que una de sus hijas le diera
la cena, después de haber laborado en su tierra hasta que el sol se escondió,
se fue a la cama, pero antes de dormirse, quiso concentrarse en la contemplación
de la pintura y lo hizo con todo el deseo de entender de qué se trataba, hasta
que sintió que sus ojos requerían descansar. Esa noche se durmió como angelito
apenas apagó la vela.
“Se
encontró con un señor vestido con larga túnica que dijo ser Jesús. Él bajaba de
una casa de forma extraña, era alargada, con recovecos y puntos negros que algo
indicaban. Terminaba como descansando en la cubierta de una barca. Lo raro era
que las olas estaban arriba y no abajo como sería lo normal. En el pecho
llevaba un corazón, y de sus labios creía entender lo que decía, en un lenguaje
diferente al que él hablaba. Le explicaba que era el Padre que le daría
felicidad, siempre que fuera preocupado y cariñoso con sus ocho hijos. Ahí
estaban los cinco puntos que correspondían a los nacidos de su esposa, porque no
todos eran de la misma mujer. Aunque reconocía que todos eran sus hijos, sabía
que tres estaban con sus respectivas madres. Sus amores, eran las dos niñas a
quienes deseaba casar con hombres de bien, para que les dieran una vida
saludable, casas modernas, tan modernas como las de la ciudad y a sus hijos
varones, tantos amores, como se los había dado a él.
Más
abajo había un angelito, solamente estaba su nombre, Eros, al menos a él le
pareció que así era, pero este extraño ser celestial, portador de arco y
flechas, le explicó en un amable suspiro, así como la brisa del atardecer, que
sus flechas eran para los jóvenes. No para él, porque ya tenía su pellejo muy duro
para que éstas pudieran penetrar. Su amor debía estar dedicado siempre a María,
que aunque vieja y fea como él, ambos se habían conocido en otra época, cuando
eran jóvenes y hermosos, y fueron felices en ese lecho, desde que oscurecía
hasta el segundo canto del gallo, cuando el sol se insinuaba por los cerros del
oriente.. Es cierto que él había sido un hombre muy ladino en su juventud y
muchas niñas lindas le habían abierto su corazón, y le habían dejado hacer, y
de ese hacer eran los tres retoños que no estaban en casa. Si éstos se hubieran
acercado al padre, la María
los habría corrido a palos. Pero él igual los consideraba sus hijos y nunca los
olvidó.
De
pronto, la imagen del señor de barba oscura y vestido blanco, comenzó a
perderse y en su lugar quedó un signo. Le pareció que significaba la paz y la
tranquilidad. Así como él sabía de las medallitas que a veces regalaba el señor
cura a lo pequeños que se portaban bien.
El
sueño lo tenía tan impactado, porque sin ser allegado a la iglesia, él creía en
Jesús y sin lugar a dudas, supo que Él
lo había visitado, sabía de su vida anterior y lo disculpaba de todos sus
errores pasados.
Al canto del gallo despertó a don
Cosme, con una sudoración que le bañaba el
cuerpo. Ya el sol estaba sobre los montes cercanos y empezaba a calentar
tibiamente la tierra recién arada el día anterior. Supo que debía levantarse porque,
Benita y Ermelinda, ya le tendrían listo su desayuno, para ir con el estómago
preparado a su mañana de labor.
Sin embargo, el sueño lo tenía en la punta de
su mente, tanto como un recuerdo presente.
En él estaba María, su vieja María, quien lo había abandonado hacía muy
poco. Una fiebre la había pescado y no la soltó hasta que la llevó al
cementerio. Por ello, una vez desayunado, pidió a sus hijas fueran a cortar las
mejores flores que encontraran en la huerta, y un tiesto de agua. Debía ir a
visitarla al pequeño cementerio que quedaba cerca, casi a medio kilómetro de la
casa.
El trabajo aguardaría. Le pareció
que el extraño sueño le había dejado un mensaje de paz, hasta se sentía
liviano, sin saber por qué. Entonces recordó agradecido el regalo del hombre de
la ciudad, porque le permitió soñar cosas buenas, con aquella pintura loca que
solo en sueños entendió.
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