CAMBIO
DE LUCES
Detenida en una esquina, con
mesurada impaciencia, esperaba el hombre verde. En la vereda opuesta, también
un grupo de personas esperaban el cambio de luces del semáforo, prestos a
partir con aceleración en sentido contrario al mío.
De pronto divisé entre el grupo, un
rostro conocido y sin importar el color del foco, atravesé la calle como guiada
por un imán. Debía encontrarme con quien divisé a la distancia.
Había llegado con
suerte, sin embargo, al mirarme reflejada en una vidriera, mi estómago dio un
vuelco de apremio, no era yo... Es decir, sí, era yo, pero con muchos años
menos y la persona que estaba frente a mí, con una sonrisa en su rostro, era
conocido pero no recordaba su nombre. Al observarlo más detenidamente, descubrí
que era un hombre por el cual no habían pasado los años, en que yo recordaba
haberlo conocido. Es más, si era esa persona, yo supe de su fallecimiento,
desde hacía bastantes años. Una larga enfermedad lo había llevado a mejor vida.
¿Pero...éste hombre ahora? ¡El
joven, yo joven y tan vivo como yo! Sin embargo, estaba feliz con esta
instancia, porque en la acera opuesta, desde hace tiempo me sentía preocupada
por las notorias arrugas que se advertían en mi rostro, y mis pies y piernas,
reclamaban las largas esperas y caminatas. Ahora, todo ello había caído en ese
reloj que se mueve a la inversa, con que todos soñamos y anhelamos, cuando el
tiempo se nos empieza a acabar.
-¡Hola!, Manolo, cómo estás. –En un
momento, llegó a mi mente su nombre.- Te recordaba igual a como te veo en este
momento.
Manuel, se acercó y me dio un cálido
abrazo, inclinándose bastante por mi baja estatura.
-Querida ¿No te acuerdas que ayer
nos vimos y quedamos de juntarnos en esta esquina? Incluso ayer me atreví a
darte un beso muy cerca de tu boca y pensé que lo habías tomado con agrado. Por
eso estoy aquí, aguardando impaciente.
-¡Oh, creo que sí! - Dije esperando
creyera esa mentira. Por supuesto que no me acordaba, pero no iba a ser tan
tonta de aclarar el punto, que curiosamente, al atravesar la calle había
retrocedido en el tiempo.
- Bueno, ya que estamos aquí
podríamos empezar por lo más importante.- Nuevamente se inclinó y buscó mi
boca. Sentí el calor de sus labios frescos y posesivos que me quitaban el
aliento. No sé cuanto tiempo estuvimos así, pudieron ser segundos, pero a mi me
pareció una eternidad. Lamenté el habernos separado, pero teníamos mucho
público en nuestro alrededor que nos miraba con curiosidad. En este tiempo, al
que había llegado, estas costumbres tan liberales no se estilaban.
Al advertir mi desconcierto, Manuel
tomó mi mano y la colocó firme en su brazo, dejándome casi pegada a su cuerpo.
Seguimos caminando por la misma calle, conversando cosas triviales. De su
familia, de la cual casi no me acordaba. En cuanto a la mía, tampoco me
acordaba. De haberlo aclarado podría haberme salido de este grato momento.
Pasamos por un salón de té y me
invitó a entrar, seguimos con nuestra cháchara insustancial. El me conversaba
sobre su afición al deporte alternado con su trabajo de oficina. Yo lo
escuchaba haciéndome cruces, sobre qué podría contarle mientras me miraba en
los espejos del lugar, pensando que después de todo, no había sido tan fea en
mi juventud como siempre me consideré. Creo este fue mi gran complejo.
Terminado el té, acompañado con un
exquisito pastel a mi gusto, le pedí permiso para ir al toilette para “empolvarme la nariz”, cosa que causó
una grata sonrisa que iluminó sus ojos, de un verde claro, y
su boca mostró la sana dentadura que recordaba haberle admirado, pensando con
malicia en el buen trabajo hecho por el dentista que lo atendió. Algún día
talvez podría comprobarlo.
Ya en el baño de damas, felizmente
estaba desocupado, abrí la cartera y me encontré con ese carné de identidad,
del cual apenas me acordaba, y con la foto que me daba vergüenza mostrar, por
encontrarme algo así como “se busca”. Tenía un pañuelo de batista, un espejo
pequeño y un labial rosado. ¿Y qué pasó con lo que antes llevaba? Nada de
tarjetas y boletas a destajo.
Mi cabeza era una computadora que
barajaba rápidamente la situación. Finalmente decidí que me iba a jugar por
aprovechar este momento, dejando de lado lo ya vivido y la vejez que ya me
estaba pisando los talones.
Llegué nuevamente a la mesa y él se
incorporó para acomodarme la silla. Pensé que esta gentileza la había dejado de
ver hacía mucho tiempo. Estuvimos otro rato y de pronto le sugerí que fuéramos
a recorrer la ciudad.
Todo me pareció más pequeño, no vi
edificios tan grandes y de pisos, ni tantas vidrieras. La gente andaba
tranquilamente, sin gran apuro, y los autos eran de aquellos que ya estaban en
museos.
Caminamos bastantes cuadras hasta
llegar a una intersección de calles donde se desplazaban los vehículos en
diferentes direcciones. Antes de cruzar Manuel, me observó fijamente y se
inclinó para buscar mis labios. Yo estaba caminando en una nube y sin pensarlo
mucho me empiné cuanto pude para enlazar mi brazo a su cuello.
En eso sentí un dolor que atenazaba
mi brazo izquierdo y mi cuerpo ya no estaba vertical, sino horizontal. Sentí
voces, una masculina decía.
-Estas ancianitas que andan solas
por la vida, no se dan cuenta de los peligros que corren al atravesar las
calles sin fijarse en los semáforos.
-Hay doctor- decía una voz joven de
mujer – No reclame tanto, usted y yo vamos a llegar también a esa edad.
Entonces tuve conciencia, dentro de
la casi inconsciencia. Había sufrido un atropello, si grave o no. No me
importaba mayormente, porque había entrado en una época pasada y había
disfrutado sintiéndome joven y amada por aquel hombre que nunca conocí, o al
menos no lo recordaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario