lunes, 19 de febrero de 2018

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Febrero de 2018



CAMBIO DE LUCES

            Detenida en una esquina, con mesurada impaciencia, esperaba el hombre verde. En la vereda opuesta, también un grupo de personas esperaban el cambio de luces del semáforo, prestos a partir con aceleración en sentido contrario al mío.
            De pronto divisé entre el grupo, un rostro conocido y sin importar el color del foco, atravesé la calle como guiada por un imán. Debía encontrarme con quien divisé a la distancia.
Había llegado con suerte, sin embargo, al mirarme reflejada en una vidriera, mi estómago dio un vuelco de apremio, no era yo... Es decir, sí, era yo, pero con muchos años menos y la persona que estaba frente a mí, con una sonrisa en su rostro, era conocido pero no recordaba su nombre. Al observarlo más detenidamente, descubrí que era un hombre por el cual no habían pasado los años, en que yo recordaba haberlo conocido. Es más, si era esa persona, yo supe de su fallecimiento, desde hacía bastantes años. Una larga enfermedad lo había llevado a mejor vida.
            ¿Pero...éste hombre ahora? ¡El joven, yo joven y tan vivo como yo! Sin embargo, estaba feliz con esta instancia, porque en la acera opuesta, desde hace tiempo me sentía preocupada por las notorias arrugas que se advertían en mi rostro, y mis pies y piernas, reclamaban las largas esperas y caminatas. Ahora, todo ello había caído en ese reloj que se mueve a la inversa, con que todos soñamos y anhelamos, cuando el tiempo se nos empieza a acabar.
            -¡Hola!, Manolo, cómo estás. –En un momento, llegó a mi mente su nombre.- Te recordaba igual a como te veo en este momento.
            Manuel, se acercó y me dio un cálido abrazo, inclinándose bastante por mi baja estatura.
            -Querida ¿No te acuerdas que ayer nos vimos y quedamos de juntarnos en esta esquina? Incluso ayer me atreví a darte un beso muy cerca de tu boca y pensé que lo habías tomado con agrado. Por eso estoy aquí, aguardando impaciente.
            -¡Oh, creo que sí! - Dije esperando creyera esa mentira. Por supuesto que no me acordaba, pero no iba a ser tan tonta de aclarar el punto, que curiosamente, al atravesar la calle había retrocedido en el tiempo.
            - Bueno, ya que estamos aquí podríamos empezar por lo más importante.- Nuevamente se inclinó y buscó mi boca. Sentí el calor de sus labios frescos y posesivos que me quitaban el aliento. No sé cuanto tiempo estuvimos así, pudieron ser segundos, pero a mi me pareció una eternidad. Lamenté el habernos separado, pero teníamos mucho público en nuestro alrededor que nos miraba con curiosidad. En este tiempo, al que había llegado, estas costumbres tan liberales no se estilaban.
            Al advertir mi desconcierto, Manuel tomó mi mano y la colocó firme en su brazo, dejándome casi pegada a su cuerpo. Seguimos caminando por la misma calle, conversando cosas triviales. De su familia, de la cual casi no me acordaba. En cuanto a la mía, tampoco me acordaba. De haberlo aclarado podría haberme salido de este grato momento.
            Pasamos por un salón de té y me invitó a entrar, seguimos con nuestra cháchara insustancial. El me conversaba sobre su afición al deporte alternado con su trabajo de oficina. Yo lo escuchaba haciéndome cruces, sobre qué podría contarle mientras me miraba en los espejos del lugar, pensando que después de todo, no había sido tan fea en mi juventud como siempre me consideré. Creo este fue mi gran complejo.
            Terminado el té, acompañado con un exquisito pastel a mi gusto, le pedí permiso para ir al toilette  para “empolvarme la nariz”, cosa que causó una grata sonrisa que iluminó sus ojos, de un verde claro, y su boca mostró la sana dentadura que recordaba haberle admirado, pensando con malicia en el buen trabajo hecho por el dentista que lo atendió. Algún día talvez podría comprobarlo.
            Ya en el baño de damas, felizmente estaba desocupado, abrí la cartera y me encontré con ese carné de identidad, del cual apenas me acordaba, y con la foto que me daba vergüenza mostrar, por encontrarme algo así como “se busca”. Tenía un pañuelo de batista, un espejo pequeño y un labial rosado. ¿Y qué pasó con lo que antes llevaba? Nada de tarjetas y boletas a destajo.
            Mi cabeza era una computadora que barajaba rápidamente la situación. Finalmente decidí que me iba a jugar por aprovechar este momento, dejando de lado lo ya vivido y la vejez que ya me estaba pisando los talones.
            Llegué nuevamente a la mesa y él se incorporó para acomodarme la silla. Pensé que esta gentileza la había dejado de ver hacía mucho tiempo. Estuvimos otro rato y de pronto le sugerí que fuéramos a recorrer la ciudad.
            Todo me pareció más pequeño, no vi edificios tan grandes y de pisos, ni tantas vidrieras. La gente andaba tranquilamente, sin gran apuro, y los autos eran de aquellos que ya estaban en museos.
            Caminamos bastantes cuadras hasta llegar a una intersección de calles donde se desplazaban los vehículos en diferentes direcciones. Antes de cruzar Manuel, me observó fijamente y se inclinó para buscar mis labios. Yo estaba caminando en una nube y sin pensarlo mucho me empiné cuanto pude para enlazar mi brazo a su cuello.
            En eso sentí un dolor que atenazaba mi brazo izquierdo y mi cuerpo ya no estaba vertical, sino horizontal. Sentí voces, una masculina decía.
            -Estas ancianitas que andan solas por la vida, no se dan cuenta de los peligros que corren al atravesar las calles sin fijarse en los semáforos.
            -Hay doctor- decía una voz joven de mujer – No reclame tanto, usted y yo vamos a llegar también a esa edad.
            Entonces tuve conciencia, dentro de la casi inconsciencia. Había sufrido un atropello, si grave o no. No me importaba mayormente, porque había entrado en una época pasada y había disfrutado sintiéndome joven y amada por aquel hombre que nunca conocí, o al menos no lo recordaba.

           




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