FRAGIL
Me desperté, no como quién se despierta a la mañana, elucidando
el nuevo día. Me amanecí desconforme y mareado. Estaba sentado en una escalera,
era una pieza cuadrada, a mi lado me rodeaban los vidrios calados por flores,
aunque soy amante de las flores, no pude divisar precisamente de que variedad
eran, pero estaban, estaban tan presentes como la escalera redonda en la cual
persistía sentado. Se escuchaban murmullos, muy allá, a lo alto de los
escalones, eran susurros de gente humana, como si estuvieran dialogando
activamente sobre un tema que interesara a todos, escuchaba opiniones, intuí
que debían de ser más de uno. Seguía mirando hacia mis costados, sin poder
moverme demasiado, mi cuerpo estaba quebrado, débil y frágil, no sentía mis
pies pero si mis ojos, que observaban ya con mucha claridad el terreno. Las
paredes eran tan grises como el cielo en la cumbre máxima del invierno. La
escalera era de madera, de un color marrón gastado, como un dibujo animado de
esos que veía cuando era chico. Sin mover mi cabeza, mis ojos se enfocaron en
mis brazos que estaban cruzados sobre mi pecho, como si me hubiera dormido
especulando y pensando en no sé qué. Buscaba explicaciones pero no las
encontraba. Empecé a desesperarme cuando de pronto un aullido proveniente del
final de la escalera me sobresaltó. Sentí mi cuerpo, no era un gato, era un
mugido muy diferente al de los gatos, pero si era de un felino. Los susurros se
callaron y dieron paso a los gritos desesperantes de este ente que emitía el
gruñido. Mi mirar era fijamente hacia arriba, sin emitir sonido y movimiento.
Seguí esperando. Lo escuche cuatro veces más y se calmó. Los murmullos sonaron
nuevamente. Poco a poco empecé a sentir mi cuerpo, primero en forma de
cosquillas, luego en un carácter de nerviosismo. Logré pararme, me apoyé
suavemente en la escalera y empecé a subir, muy suave y lentamente, aplacando
el mayor de los silencios. Las plantas de mis pies pesaban como grandes bolsas
de concreto, pero seguía escalando. La escalera empezó a tornarse curvilínea,
seguí avanzando, los murmullos seguían debatiendo y ese ruido me daba confianza
para continuar, tenía miedo... ¡Sí que lo tenía! Pero... ¿Que era toda esta
situación? ¿A dónde estaba? Empecé a ver bultos al final, necesitaba una
explicación. Un escalón antes de llegar hacia la luz, el aullido resonó de
nuevo, hiriente y determinante. Mis pies se aflojaron y caí, me desmoroné por
la escalera, rodando y golpeando todo mi cuerpo con cada escalón, llegando de
nuevo al lugar donde había despertado. La sensación fue igual a la fragilidad
que sentí al despertar la primera vez, el cuerpo dolido, la cabeza mareada y la
insatisfacción de no saber quiénes eran ellos, ni quien era yo.
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