martes, 20 de marzo de 2018

Ascensión Reyes (Cuento)-Chile/Marzo de 2018


LA PÁGINA EN BLANCO

            ¿Sobre qué escribir? Enfrentar la página en blanco para relatar una vivencia, es un reto que cuesta bastante asumir. Lo importante es, que aquello que se cuente, sea interesante para quien lo lee. ¡He ahí el dilema! En ese momento las neuronas empiezan a trabajar aceleradamente y el computador mental, a la larga o la corta, te da la información.
            En todos los años que un adulto mayor ha vivido, las anécdotas y vivencias son muchas. Y es difícil elegir cual de ellas resultaría medianamente interesante para un lector exigente. Como a veces es importante asumir estos pequeños retos, he seleccionado una de las últimas anécdotas que viví y puedo contar.
            Una prima me avisó que don Pedro había fallecido, el apellido y la fecha, poco importan. Un señor encantador, con marcados rasgos del Celeste Imperio (Japón), ya cabalgaba en los noventa años y se sentía orgulloso de haber sido siempre, buen lector y autosuficiente total.
            Vivía con su hija mayor, pero siempre contaba con la visita periódica de nietos y bisnietos, amén de parientes y amigos, quienes gozaban de su charla matizada de recuerdos. Generalmente escuchando música de su tiempo, tangos y boleros en discos de vinilo, y leyendo cuanto libro caía en sus manos. Tenía una memoria prodigiosa, podía relatar en orden cronológico, cada una de sus vivencias, sobre todo de aquellos tiempos en que su familia sufrió la represión producto de la segunda guerra mundial.
            Su padre llegó a Chile desde Japón, solo y con deseos de sobrevivir a como diera lugar. Sin equivalencias de estudios, como muchos inmigrantes de su país, razón para, como la mayoría de sus coterráneos se arriesgara a abrir un negocio de peluquería para caballeros, donde cortaba el pelo y afeitaba, con esa técnica finita de los orientales; una navaja bien afilada que cortaba un pelo al vuelo. Al poco tiempo de llegar se casó con una joven, espigada y hermosa, hija de una familia del barrio donde tenía su peluquería. La muchacha era mucho más alta que él, pero eso no fue obstáculo para vivir años felices de matrimonio. Desgraciadamente, la felicidad siempre es breve. Cuando su hijo mayor estaba en la universidad, en segundo o tercer año de ingeniería, con un futuro que se advertía brillante, su madre, de un día para otro, empezó a sentirse mal y cuando la vieron los doctores ya tenía un cáncer inoperable.
            La buena señora, antes de morir, le pidió a una amiga y comadre que cuando ella partiera a mejor vida, se hiciera cargo de su marido. Y eso sucedió, el marido y la comadre a los tres meses, sin avisar a nadie, contrajeron nupcias.
            Don Pedro, muy dolido, por lo que consideró una deslealtad de su padre para con sus hijos, renunció a sus estudios universitarios y se independizó totalmente, dejándolo liberado del costo que significaba su carrera. De este nuevo matrimonio hubo otros tantos hermanos. Para don Pedro, su padre y su nueva familia, por largos años estuvieron en el olvido.
            Sin título y con estudios que le permitieran sólo trabajar en alguna oficina, se lanzó a la aventura. Llegó a Valparaíso a una pensión donde recibían pasajeros. El esposo de la dueña de casa, era hijo de alemanes, oriundos de la zona sur. El matrimonio tenía varias hijas jóvenes y solteras, en las que primó el ascendiente germano: altas, macizas, de pelo rubio y de tez blanca. Ni corto ni perezoso, enamoró a una de ella y la pidió en matrimonio a sus padres.
            Se casaron y de esta unión nacieron dos hijos, que ahora lo sobreviven. Su vida la llevó sin complicaciones, pese a que siempre fue asediado por las mujeres, por su físico atractivo y una sonrisa conquistadora, que lo acompañó hasta el final. De manera que, su esposa haciendo valer su carácter enérgico, como buena germana, las espantó como quien corre moscas golosas.
            Su sonrisa fue la que a mí también me atrapó, por supuesto sin malas intensiones, lo encontré encantador y ello me obligó visitarlo un par de veces, junto a mi pariente y una amiga. Poco tiempo antes había fallecido su esposa, de una enfermedad que pronto la hizo llegar a la tumba. Ya solitario en su casa, él se las arreglaba muy bien, mientras su hija estaba en su trabajo. Hasta que también comenzó a perder habilidades y pronto descubrieron que tenía una enfermedad que pronto lo llevaría a hacer compañía a su dictatorial media naranja.
            Un día me avisaron que don Pedro tenía sus días contados, una dolencia mortal había hecho crisis, por este motivo fuimos a visitarlo, como una forma de despedirnos de él mientras estaba vivo.
            Y aquí, ocurrió la anécdota. -¡Don Sergio! ¿Cómo está usted? – Perdón, no me acuerdo de usted señorita. – Soy la prima de Laura, la española - ¿Ah sí, ya recuerdo?... Estoy bien, ya me siento mejor. Perdone que esté en cama. No sé porqué me tienen acostado.- Y su rostro se iluminó con una amplia sonrisa.
            Por consejo de mi prima, estuvimos con el enfermo un tiempo breve, y luego nos invitaron a servirnos una bebida caliente, acompañada de exquisiteces. En ese momento su hija nos contó, el doctor le había diagnosticado que los días que le quedaban eran contados, porque su cuerpo de cintura para abajo estaba imposible.
            Una vez que llegó la enfermera nocturna, nos retiramos, no sin antes despedirnos de don Pedro. Esta vez ya nos reconocía. Y el diálogo fue el siguiente; - ¡Qué gusto que me visiten tantas niñas buenas mozas! ¡Qué suerte tengo! – Don Pedro ojalá que cuando podamos venir a verlo, ya esté sanito para que conversemos más. – Claro que sí. ¡Las espero! - No pude evitar darle un beso en la mejilla que me supo a despedida, pero de una despedida con sabor a duelo. Con mi dedo índice le hice la señal de la cruz en la frente y me sentí gratificada al cumplir con este papel de amistad. Ya sabía que don Pedro estaba lejos de los dolores gracias a los medicamentos que le administraban con bastante frecuencia.
            Cuatro días después, una llamada telefónica nos anunció su partida, tranquilamente y en el sueño. Dicen que este partir, sin dolores ni agitación, es la gracia que reciben las almas buenas.
            Y  ésto me halaga, conocí a un hombre de alma buena, que me hizo observar la vida con la esperanza de que a pesar de las tragedias que se escuchan en las noticias, aún existen. No todo está perdido, aún quedan esas almas bondadosas y las seguirá habiendo... Sólo que cuesta encontrarlas.

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