MOSTRAR LOS
DIENTES
Fue casi de casualidad.
El mal tiempo del sábado y la falta de una buena
película me encontraron mirando la final del single de tenis femenino del US
Open.
Era –o al menos podía ser - el último game del
partido. Las dos chicas lo jugaron con los dientes apretados. De la misma
manera que yo espero la entrega de un importante
análisis de laboratorio, observo el mal comportamiento de mi nieta, hago la
larga cola para cobrar la magra jubilación o escucho al locutor comentando un asesinato.
Ya es ganadora la simpática morocha sobre la espigada
mulata. Las dos íntimas amigas y americanas de raza negra. Otra vez los
dientes, pero esta vez en con la forma de una sonrisa amplia y tranquila. Con
dos agregados fundamentales, un abrazo largo y sentido entre ambas junto a la
red y luego la compañía de la vencedora a la vencida, en dos sillas apretadas,
cuchicheando vaya a saber de qué, sin tristeza y sin soberbia. Una escena
realmente enternecedora, que jamás había visto ni en el tenis ni en otra final
importante de algún deporte.
Me quedo pensando en la importancia de poner toda la
garra, la ansiedad, el conocimiento, la autoestima, el esfuerzo, en alcanzar la
victoria o cualquier objetivo. Pero sin faltar el respeto, evitando agresiones
hacia otros, en una lucha fuerte, sin respiro y
concesiones, pero leal. Aunque luego se nos tensen los carrillos de la
mandíbula por la dentadura apretada.
Pero no cambiemos. Dejemos que el perro y el lobo
muestren los dientes. A ellos los justifica la falta de raciocinio o el
predominio sin freno del instinto. Nosotros, los humanos, tenemos el
pensamiento. Hay que utilizarlo con criterio.
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