martes, 20 de marzo de 2018

Pablina Galleguillo-Chile/Marzo de 2018


 El Último Guanaco.

    La lejana cordillera, soleada y majestuosa, era el hogar de un piño de magníficos guanacos.  Un guanaco
 de edad madura, fornido y hermoso de color fuego, como una criatura real y seis hembras delicadas y de
movimientos elegantes, de un color un poco más claro, cinco preñadas y una con cría de seis meses.
    Recorrían cerros, disfrutando de los manjares que encontraban a flor de tierra, hojas verdes y sabrosas.
Solían beber en una vertiente, que había en la vega, donde retozaban, y se acicalaban con prontitud, y
dormían apaciblemente, en ese paraje, se dejaban oír los cantos de los tococos, que traspasaban el cielo,
 mientras la brisa cordillerana, les acariciaba sus suaves y hermosas lanas. Por las tardes corrían por el llano
 libre y expandido como una gran  cancha de carreras, era un galope mágico impregnado de libertad
perfección y felicidad, el pequeño guanaco, no se quedaba atrás, él brincaba, y con sus saltos y dejaba ver,
cuan feliz era, vivían en plenitud y armonía. Este pequeñito era muy travieso, a veces cuando ya no quería
caminar, se echaba detrás de las tolas, y se quedaba dormido plácidamente.
  Un día extraño lúgubre y nefasto, para la familia de guanacos, un olor extraño, percibieron sus finas
Narices, más tarde, un ruido sobrecogedor, como el rugido de un león, que nunca paraba, luego el silencio.
 Como siempre solían hacerlo, se dirigieron a la vertiente, a beber su refrescante agua, la bebida más fiel y
energizante de la naturaleza. Todo pasó muy rápido, un estruendo y cayó el macho herido, movía sus patas
sobre la vega hacia el cielo, como queriendo emprender el último vuelo hacia la eternidad, luego un silencio,
las hembras se echaron a su alrededor, bufando y moviendo sus orejas, varios estruendos, las hembras,
como damas de alto linaje, se fueron adormeciendo al lado de su rey, cayendo lentamente como haciendo
una reverencia a la vida, seis tiros seguidos fue la música que las separó de este mundo hacia un mundo
mejor. La vertiente se tiño de rojo y su canto de antaño se sentía más ronco, como el llanto de una madre
que le arrebatan los hijos de sus brazos, para destrozarlos delante de ella, la vega se ennegreció, como una
viuda doliente, era un manto de luto negro que olía a la fresca sangre de los inocentes guanacos que
formaron el río de dolor. Los tres cazadores reían dichosos y en su mirada un brillo de triunfo, cuanta euforia
en sus rostros, como si su acto mezquino y vil fuera connotado como algo digno de admirar, hacían
señas a la camioneta camuflada, donde estaba el cuarto cazador, se sobaba las manos dejando caer saliva
de su boca y sacando de  entre los montes, cuchillos filosos y malditos preparándose de para faenar los
cuerpos.
    El pequeño, permaneció inmóvil, escondido entre las tolas, sin hacer ruido, los hombres se fueron, no
Dejaron casi nada, aparte de las cabezas y el río de sangre y el dolor de la cordillera, que se manifestó con un
aullido del viento. El pequeño retornó sólo a las alturas, sin comprender porque era tan dura la vida y sin
saber que era el último guanaco.-

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