MOTIVACION
Mientras escuchaba la melodía,
“Run-run se fue pal Norte” de la cantautora, folklorista y varias otras
facetas, Violeta Parra Sandoval, como si fuera la primera vez que la escuchaba,
dejé que la letra de la canción me llevara al recuerdo de algo muy personal.
Así fue. Conocí a ese muchachito en
mis viajes al liceo, cuando era una adolescente. Ese viaje era digno de
recordar porque el bus, góndola en ese tiempo, generalmente iba saturado de
jóvenes y niñas de regreso a su hogar. Era pasado medio día y el estómago
reclamaba el almuerzo. En ese tiempo poco se daba, el que alternaran hombres y
mujeres, excepto los romances precoses, sin embargo, nuestros secreteos y
lecturas de novelas de Corín Tellado, eran un hecho. Empezábamos a conjugar la
palabra, amor directa o indirectamente.
Este viaje era de risas y miradas,
en esos antiguos vehículos colectivos que circulaban por los cerros, como mulas
cansadas. Cuando se debía detener para dejar pasajeros, bajaba un muchacho para
colocar un madero en una de las ruedas traseras, porque seguramente los frenos
del vehículo, no eran muy seguros. Cuando debía partir, el conductor debía
acelerar a todo dar, para que el vehículo no se fuera para atrás. En ese
momento el ayudante estaba presto para sacar la cuña, hasta el próximo paradero,
donde se hacía la misma operación. Como casi siempre, coincidíamos en el
regreso, muchas niñas y niños eran los mismos.
Cierto día, sentí las miradas
interesadas de un chico muy bien parecido, alto, seguramente para su edad,
delgado y con un vestir de caballero. En esos tiempos, aún no se conocían, las
zapatillas, blue jeans, parkas, salidas de cancha y otras prendas que
reemplazaron el vestir tradicional de hombres y mujeres. Eso no quiere decir
que sea tan vieja. Sólo que el devenir de costumbres ha sido muy, pero muy
acelerado.
Esos ojos verdes, en esas facciones
que me parecieron perfectas, no lo podía creer que fueran dirigidas a mí, creo
que me puse colorada hasta el pelo. Desvié la mirada y pregunté a mis amigas de
“góndola” si ellas lo conocían. No faltó la que sí sabía su nombre, y dónde
vivía, incluso agregó que era hijo de una directora de escuela del entorno. Se
me encogió el estómago al saberlo. No podía optar a esa conquista, al llegar a
casa me miré en el único espejo que había en el baño, poco menos de medio
cuerpo, sólo para ver que la cara luciera limpia y el pelo ordenado, en una
cola de caballo o en trenzas, pero en mi caso las había dejado hacía tiempo,
por lo tanto la cola era mi peinado habitual.
¡No, por favor, no te hagas
cachirulos! Me dije, ese chico es demasiado para ti.- Decía ésto con el
pensamiento a la imagen proyectada, considerando incluso, que no era una alumna
aventajada, era simplemente una “una cuatrera cualquiera”. Lo único que me
interesaba era salvar el azul de la nota. De tres para abajo era rojo.
Y bueno, fueron muchas las veces en
que coincidimos y sus miradas me confundían y sentía que en mi interior se
producía un incendio de proporciones.
Llegó el verano y a menudo iba a la
playa más cercana, la caleta Portales, bastante popular y folklórica, porque
quien más o quién menos, llevaba un arsenal de “cocaví”, pero siempre preferida
por los habitantes de los cerros Placeres y Esperanza.
A propósito de las anécdotas que
guardo de esa playa, fue una muy graciosa, estando allí con una tía y primos, de
pronto vimos pasar volando una bolsa plástica de color amarillo, recién se las
veía y tenían su precio. Como el viento la detuvo cerca, la tomamos y se la
entregamos a la señora más próxima de nuestro sitio de reposo. La mujer sin
hacer comentarios la guardó entre sus cosas. Otra señora que se encontraba más
lejos, observaba la escena y de pronto se levantó y encaró a la que había guardado
la bolsita. – ¡Mujer sinvergüenza, ladrona, devuélveme esa bolsa que guardaste,
es mía y quiero que me la entregues!- La aludida le contesto: ¡Mira, rota
insolente, que te has creído, aquí tienes tu porquería de bolsa, no sabía que
era tuya! ¡Sigue tratándome de ladrona y vas a ver lo que te va a pasar! A
pesar de que eres una guatona y yo flaca, igual te puedo sacar la cresta. Toma
tu porquería. – Y le tiró la bolsa. Menos mal que la contienda paró en ese
momento.
Si esas señoras están vivas, y
recuerdan ese momento, se darían de cabezazos por haber discutido por una bolsa,
de las que ahora amenazan al mundo con su sobreproducción.
Bueno volviendo al niño de mis
sueños, ese mismo día lo vi en la playa, estaba de pie. Se veía imponente, al
menos a mí me lo pareció. Su físico era estupendo, por mi parte, no quise
hacerme notar, podría desencantarse de la niña que él miraba, era tan
curvilínea como un palo de fósforos, en circunstancias que mis compañeras ya
lucían una abultada pechera.
Fueron varias las veces que lo vi y
varias en las que me escondí, observándolo a la distancia. ¡Oh Dios!, antes de
dormir pensaba en él y me contaba historias en que ambos éramos protagonistas.
Supe que era de misas y novenas,
desgraciadamente, a pesar de vivir lejos, acudía a las misas en que suponía lo
encontraría. Pero nunca lo vi. Sin embargo, en una novena que fui con una
amiga, lo encontré parado en la esquina. Al pasar se acercó y me dijo: ¡Hola!,
¿te acompaño?- Me salio un “bueno” casi silencioso – ¿Como te llamas? – Le dije
mi nombre, odiando que no fuera original y mis apellidos comunes y corrientes. -¿En
qué curso vas? - y así fueron preguntas y respuestas de un diálogo propio de
los adolescentes de esos tiempos. Yo me sentía flotando en una nube, no podía
creer que por fin me hubiera hablado ese muchacho ideal. Finalmente me atreví a
preguntarle ¿Qué hacías detenido en esa esquina? – Estaba despidiéndome de la
calle y las personas que siempre veo. -¿Y por qué? – Porque me voy al norte a
estudiar, trasladan a mi madre.- En ese momento se me vino la alegría al suelo.
Tanto
había admirado en silencio a ese muchacho y ahora que lo conocía, se marchaba.
– ¿Y regresarás algún día? – No lo sé, puede que nuevamente destinen a mi mamá
a la zona, entonces volveríamos a nuestra casa que queda aquí cerca.
Conversamos una o dos cosas más y nos despedimos, yo le deseé éxito en el nuevo
lugar al que iba, lo mismo hizo él y el final fue un desabrido apretón de
manos. No era costumbre, los bezos en la cara y los abrazos efusivos.
Dejé de verlo, incluso me hice
conocida de su hermana, no llegó a la amistad, pero siempre estaba en mi
recuerdo y casi atesoraba todo lo que sabía de él. Hasta el momento en que debí
trabajar en una empresa y ya mi entorno fue otro, alternar con gente joven y
mayor, cumplir un horario más estricto y aprender cada día funciones nuevas. Con el tiempo conocí a un hombre del que me
enamoré, pero como adulta, me casé, tuve hijos y mi vida siguió sin
complicaciones, salvo los problemitas de salud que a veces desgastan el ánimo y
las finanzas.
En este momento soy mayor y mi
esposo está en el descanso eterno. Hace poco vi a mi muchacho en un bus, yo iba
acompañada de una sobrina. ¡Por favor, cámbiate de lugar! Me miró con cara de
pregunta. -¡Después te cuento!
Le toqué el hombro, a lo que
respondió con su mirada tranquila de hombre mayor, poco había cambiado, seguía
siendo estupendo como cuando muchacho, aunque sus cabellos acusaban una tonsura
incipiente. Me miró con cara de interrogación - ¡Hola! y quedó esperando el
motivo por el cual lo había tocado.- ¿Cómo está tu hermana? Hace tanto tiempo
que no la veo y me preguntaba si todavía vive donde mismo. – Claro que sí – Y busqué en mi cabeza un
tema para enfocar la conversación para no perder su atención. Creo que le hablé
de los tiempos en que coincidíamos en la “gondola”, poco se acordaba, pero
igual, siempre tuvo respuestas educadas y en ningún momento lo sentí con
desagrado. Luego, debía bajarse, pero antes, me pasó su mano para despedirme.
Una mano grande, tibia y acogedora. Y se bajó del bus. Nunca más lo he visto.
Mi sobrina estaba curiosamente
interesada en lo que yo conversaba y apenas se bajó, me preguntó. -¿Y? Cual es
la historia.- Demoré un poco en hacer memoria sobre mis recuerdos de aquella
época, y en lo que resto de viaje se la conté. Cuando terminé, sentí algo así,
como un descanso, como cuando se termina de leer un libro y se cierra la última
página.
Y eso fue realmente, cerrar un
círculo que había quedado abierto y seguía en mi mente danzando como recuerdo
frecuente. No sé si fue el hablar con él, aunque más bien creo que fue el hecho
de enfrentar mis timideces de adolescente, con mi personalidad actual llena de
desafíos y este fue uno de los más importantes.
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