LOS SECRETOS
DEL AGUA
La fábrica
tiene ese no se qué, viste. Como los cafés, los bancos de plaza, el tablón en
la tribuna durante el partido previo, la sala de espera de algún hospital, el
último asiento del micro en un largo viaje a Escobar.
A veces – no
siempre - son el refugio de tipos particulares. Con mezcla de filósofos y un
colchón de años y hechos vividos. La diferencia en este caso es que no hay vaso
de vino y volutas de humo, sombra fresca, ganas de hablar con el de al lado,
angustia para disimular o formas de matar el tiempo. Aquí hay dos mamelucos
azules, con olor a metalúrgicos.
Aarón
Weigandt y Juan Grants. Una letra más una letra menos, que querés, han pasado
muchos años. Un moishe escapado de chico de un campo de concentración en
Polonia y alguien que se quedó sin Letonia, su patria, cuando más frío era el
viento ruso. Un soldador de primera y un electricista que pelaba los cables con
los ojos cerrados. Ya no hay de esos. No se los pidas a ningún selector de personal.
Agradezco a Dios haberlos conocido.
Éramos como
ochocientos, y si había que elegir a los más callados, ellos se llevaban la
cocarda. Pero cuando te veían pasar preocupado, con la cara seria, seguramente por
algo importante, otras por pelotudeces, te llamaban con una seña – ni para eso
abrían la boca – y te tiraban insólitamente una frase que tenían en común, como
si viniera ya pegada al pasaporte de los expatriados…”¿El agua está corriendo?....Dejála que corra…”
Ahora en los
veranos, lejos ya del ruido y calor del horno de tratamiento térmico o del
silbido de los tornos, cuando en la orilla o sentado en una piedra remojando
los pies, disfruto de los cristalinos arroyos cordobeses, miro el agua y pienso
– como Aarón y Juan - en sus secretos maravillosos, la ligereza con que calma, el milagro de bendecir, su virtud de lavar, el
hervor cocinando, en la sed que desaparece,
los misterios que guarda en el fondo del océano, la lluvia que nace en una nube furiosa para
bajar a regar los sembrados, la dulzura
del río que refresca al bañista, la cura de la llaga.
Y se me cae
una lágrima salada como el mar, por el polaco y el letón.
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