Delfos
Desparramado
en la nostalgia de los tiempos,
vive,
pervive Delfos.
Tan
efímero como eterno,
tan
recóndito como hospitalario,
tan
misterioso como revelador.
Me
reencarno en aquel peregrino
—dos
mil quinientos años a mi espalda—,
vuelvo
a purificarme en las aguas del Castalia,
duermo
al raso en el barranco de Pleistos
y
me hablan los dioses de siempre,
desde
Apolo a Gea, de Zeus a Atenea.
Y
tengo una consulta para la Pitonisa:
“¿A
qué cielo irá mi cuerpo desvencijado
cuando
la negrura me devore?”
Espero
la tablilla reveladora.
Llega
el sacerdote. Me la entrega.
“Tu
alma es el cielo prometido.”
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