MILAGRO EN
GUACHALAITE
Al
pie de las sierras de Cochinoca en la precordillera jujeña,
viven
Chango y la abuela, con sus cabras, ovejas y algunas llamas.
Desde
hace dos años están solos, acompañándose uno a otro después de que el vendaval sorprendiera
al abuelo y a los padres del chico cuando regresaban de una Feria Artesanal en
Quichagua.
El
Guairazul, huracanado como siempre, provocó un alud que los sepultó. Nunca
pudieron encontrarlos.
Chango
no logra acostumbrarse a la ausencia, piensa que no han muerto que de seguro para
resguardarse tomaron por Huaytiquina, donde el sol se oculta sin ruido y se perdieron.
Necesita
creerlo, por eso, cada mañana, cuando el disco de fuego comienza a enviar sus
señales cambiando los colores de los cerros, espera verlos aparecer entre las
muñas con su paso tranquilo y las alforjas llenas.
Una
vez se lo dijo a la abuela pero ella lo miró con tanta tristeza que no volvió a
tocar el tema.
El
atardecer sereno y dorado lo inspira para sacar de su anata esas melodías tan
dulces que, está convencido, son las que ayudan a los animales a digerir mejor
los pastos. Un sordo tronar le hace levantar la cabeza, muy alto el pájaro de
metal cumple su rutina.
Es
la horita de volver –decide- e interrumpe el concierto de la flauta indígena.
Un
silbido pone en alerta a Tilka, su perra pastora, que empuja a la manada hacia
el camino de regreso.
Divisó
el rancho enmarcado por el sol y el aire le acarició la nariz con un olorcito
tentador. Seguro que la abuela hizo pasteles con dulce e'tuna - pensó saboreándose.
Dejó
los animales en el corral y seguido por Tilka entró en el rancho. Se sorprendió
al ver a la abuela recostada.
_¿Pasa
algo, abuela? -preguntó alarmado.
_Pasa
que su abuela está vieja y tiene los huesos cansados Chango. ¿Todo anduvo bien?
_Sí,
solo que la Chita se iba derechito derechito pa'l lado del Guachalaite, suerte que la Tilka la trajo.
_Tenga
cuidado m'hijo, ya sabe que por esos lados ni usté ni nadie debe pasar, es en Guachalaite,
según dicen, donde nacen las brujas y
como no les gusta ver a los cristianos en sus tierras son capaces de
transformarlo en aña.
_El
abuelo ¿habrá pasado alguna vez por el Guachalaite? –se animó a preguntar.
_Usté
sabe que de esos temas no hablo – contestó la anciana adivinando hacia dónde
conducía la pregunta.
Al
Chango lo atravesó un escalofrío pero el hambre de sus diez años desvió la
atención hacia la mesa.
De
improviso, ella dijo
_Chango,
me parece que usté va a tener que pensar en mejorar su vida.
_¿Mejorar?..
¿Por qué, si así estamos bien?
_Porque
yo no he de durar como la Pachamama y a usté le falta muchísimo trecho todavía.
_Y
bueno pues, cuando crezca pensaré.
La
mujer permaneció silenciosa y no se habló más.
Esa
noche el chico durmió intranquilo, las palabras de la anciana lo habían
preocupado, nunca hablaba del pasado ni del futuro.
Cuando
el sol comenzó a pintar los cerros no pudo más y lo despertó:
_Chango,
hijo, tengo que ir a Quichagua, a la salita...
Saltó
del catre.
_¿Está
enferma abuela? Ya me parecía que no andaba bien.
Quédese tranquila que ya preparo el carro, no
se mueva.
Corrió
en busca de los burros y los ató al carro. Con gran esfuerzo ayudó a subir a la
mujer y ella recostó como pudo su doliente humanidad.
Tilka
se ubicó junto al chico e iniciaron el camino hacia Quichagua en busca de
ayuda.
El
sol estaba a pleno y calentaba las piedras, la anciana pedía agua con frecuencia.
La
precaución de los animales hacía lenta la marcha.
Se
detuvo en un chorrillo para refrescarse y dejar que los burros bebieran.
La
mujer preguntó, mientras recibía el alivio del agua fresca:
_Dígame
Chango, ¿falta mucho?
_No,
abuela, estamos por llegar a los Cruces.
Azuzó
a los burros que se esforzaban por aligerar el paso, momentos después entraban
en el desfiladero. Los cascos resonaban con un seco toc-toc que Chango
confundía con los latidos de su corazón. Sintió las lágrimas en la boca. Tuvo
mucho miedo.
Cien
metros adelante tendría que optar: cruzar por Guachalaite para acortar camino o
seguir el más largo y evitar el territorio de las brujas.
¿Qué
hacemos Tilka? – murmuró.
Un
nuevo quejido de la abuela lo decidió: A la derecha burros, a la derecha. ¡Vamos…
Vamos! Que las brujas los transformen en guayatas porque tenemos que llegar.
Y
sin darse cuenta comenzó a gritar con todas sus fuerzas: tenemos que llegar, tenemos
que llegar, más rápido, más rápido que nos alcanzan las brujas y como poseído sacudía las riendas sobre los
lomos grisáceos.
Chango
sintió que su ropa se inflaba, que el aire inundaba todos sus sentidos y que su
cuerpo era una pluma flotando en el espacio.
Cerró
los ojos. Lo invadió una sensación de plenitud y un prolongado sonido, una O.... interminable le llegó desde las
entrañas del cerro.
Después,
el silencio profundo.
Oyó
que alguien le decía: Todo está bien muchacho, todo esta bien, has llegado a Quichagua,
pues.
Sintió
un gran alivio, vio al médico junto a la abuela y murmuró sonriendo:
yo sabía, yo sabía, yo sabía que venceríamos a las brujas Tilka, lo sabía... lo
sabía...
muñas: arbustos pequeños
aña: zorrino
guayatas: gansos salvajes
No hay comentarios:
Publicar un comentario