domingo, 22 de julio de 2018

Hebe Zemborain-Argentina/Julio de 2018


MILAGRO EN GUACHALAITE
                                   
Al pie de las sierras de Cochinoca en la precordillera jujeña,
viven Chango y la abuela, con sus cabras, ovejas y algunas llamas.
Desde hace dos años están solos, acompañándose uno a otro después de que el vendaval sorprendiera al abuelo y a los padres del chico cuando regresaban de una Feria Artesanal en Quichagua.
El Guairazul, huracanado como siempre, provocó un alud que los sepultó. Nunca pudieron encontrarlos.
Chango no logra acostumbrarse a la ausencia, piensa que no han muerto que de seguro para resguardarse tomaron por Huaytiquina, donde el sol se oculta sin ruido y se perdieron.
Necesita creerlo, por eso, cada mañana, cuando el disco de fuego comienza a enviar sus señales cambiando los colores de los cerros, espera verlos aparecer entre las muñas con su paso tranquilo y las alforjas llenas.
Una vez se lo dijo a la abuela pero ella lo miró con tanta tristeza que no volvió a tocar el tema.
El atardecer sereno y dorado lo inspira para sacar de su anata esas melodías tan dulces que, está convencido, son las que ayudan a los animales a digerir mejor los pastos. Un sordo tronar le hace levantar la cabeza, muy alto el pájaro de metal cumple su rutina.
Es la horita de volver –decide- e interrumpe el concierto de la flauta indígena.
Un silbido pone en alerta a Tilka, su perra pastora, que empuja a la manada hacia el camino de regreso.
Divisó el rancho enmarcado por el sol y el aire le acarició la nariz con un olorcito tentador. Seguro que la abuela hizo pasteles con dulce e'tuna - pensó saboreándose.
Dejó los animales en el corral y seguido por Tilka entró en el rancho. Se sorprendió al ver a la abuela recostada.
_¿Pasa algo, abuela? -preguntó alarmado.
_Pasa que su abuela está vieja y tiene los huesos cansados Chango. ¿Todo anduvo bien?
_Sí, solo que la Chita se iba derechito derechito pa'l lado del  Guachalaite, suerte que la Tilka la trajo.
_Tenga cuidado m'hijo, ya sabe que por esos lados ni usté ni nadie debe pasar, es en Guachalaite, según dicen, donde nacen las    brujas y como no les gusta ver a los cristianos en sus tierras son capaces de transformarlo en aña.
_El abuelo ¿habrá pasado alguna vez por el Guachalaite? –se animó a preguntar.
_Usté sabe que de esos temas no hablo – contestó la anciana adivinando hacia dónde conducía la pregunta.
Al Chango lo atravesó un escalofrío pero el hambre de sus diez años desvió la atención hacia la mesa.
De improviso, ella dijo
_Chango, me parece que usté va a tener que pensar en mejorar su vida.
_¿Mejorar?.. ¿Por qué, si así estamos bien?
_Porque yo no he de durar como la Pachamama y a usté le falta muchísimo trecho todavía.
_Y bueno pues, cuando crezca pensaré.
La mujer permaneció silenciosa y no se habló más.
Esa noche el chico durmió intranquilo, las palabras de la anciana lo habían preocupado, nunca hablaba del pasado ni del futuro.
Cuando el sol comenzó a pintar los cerros no pudo más y lo despertó:
_Chango, hijo, tengo que ir a Quichagua, a la salita...
Saltó del catre.
_¿Está enferma abuela? Ya me parecía que no andaba bien.
 Quédese tranquila que ya preparo el carro, no se mueva.
Corrió en busca de los burros y los ató al carro. Con gran esfuerzo ayudó a subir a la mujer y ella recostó como pudo su doliente humanidad.
Tilka se ubicó junto al chico e iniciaron el camino hacia Quichagua en busca de ayuda.
El sol estaba a pleno y calentaba las piedras, la anciana pedía agua con frecuencia.
La precaución de los animales hacía lenta la marcha.
Se detuvo en un chorrillo para refrescarse y dejar que los burros bebieran.
La mujer preguntó, mientras recibía el alivio del agua fresca:
_Dígame Chango, ¿falta mucho?
_No, abuela, estamos por llegar a los Cruces.
Azuzó a los burros que se esforzaban por aligerar el paso, momentos después entraban en el desfiladero. Los cascos resonaban con un seco toc-toc que Chango confundía con los latidos de su corazón. Sintió las lágrimas en la boca. Tuvo mucho miedo.
Cien metros adelante tendría que optar: cruzar por Guachalaite para acortar camino o seguir el más largo y evitar el territorio de las brujas.
¿Qué hacemos Tilka? – murmuró.
Un nuevo quejido de la abuela lo decidió: A la derecha burros, a la derecha. ¡Vamos… Vamos! Que las brujas los transformen en guayatas porque tenemos que llegar.
Y sin darse cuenta comenzó a gritar con todas sus fuerzas: tenemos que llegar, tenemos que llegar, más rápido, más rápido que nos alcanzan las brujas y  como poseído sacudía las riendas sobre los lomos grisáceos.
Chango sintió que su ropa se inflaba, que el aire inundaba todos sus sentidos y que su cuerpo era una pluma flotando en el espacio.
Cerró los ojos. Lo invadió una sensación de plenitud y un prolongado sonido, una  O.... interminable le llegó desde las entrañas del cerro.
Después, el silencio profundo.
Oyó que alguien le decía: Todo está bien muchacho, todo esta bien, has llegado a Quichagua, pues.
Sintió un gran alivio, vio al médico junto a la abuela y murmuró sonriendo: yo sabía, yo sabía, yo sabía que venceríamos a las brujas Tilka, lo sabía... lo sabía...

                                                                                               

          muñas: arbustos pequeños
          aña: zorrino
          guayatas: gansos salvajes

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