Construcción
Gladis le debe todo lo que tiene a los
albañiles del barrio- dijo con saña como al pasar pero no sin un dejo de ironía
la Pocha.
Como el dicho. A cada santo una vela- se
despachó la Silvia.
Antes que nada, la Gladis se enamoró
perdidamente del Ramón. Un medio cuchara tranquilo, boliviano él. Al primer día
se había encandilado con la rubia. Bah...rubia. Con un toque de agua oxigenada.
Pero rubia al fin. Era cuando la
Gladis tenía 2 nada más. Chicos digo. Porque ahora tiene 5.
Uno por cada albañil. Pero a ella, digo yo: ¿Quién le quita lo construido?
Bueno. También lo bailado. Porque nunca dejó la bailanta. Todos los sábados
firme. Con o sin albañil. Incluso hubo una época que salió con el tipo de la
entrada. No, de él no tiene ninguno. Creo- dijo Matilde.
Recuerdo que lo primero que hizo fue la
medianera. No. Comenzó con la piecita. Bien al fondo del terrenito, pero ahí
nomás se largó con la medianera. De quince, nomás. Con eso alcanzaba para
evitar las incómodas miradas de la chusmas de al lado que la espiaban y que
siempre se la pasan hablando mal de la gente decente como uno.
Luego sí comenzó con la piecita. Para
cuando le pusieron las aberturas, ya estaba el otro. Alto, corpachón, con cara
de malo. pero un gatito con la
Gladis. Ahí fue que le hizo la cocinita y el comedor. Nadie
nunca supo como se fue del barrio. Dicen que lo fueron. En un patrullero lo
vinieron a buscar, dicen. Y no como testigo. Nunca más lo vieron aparecer.
La verja y la vereda se las hizo el
Moncho, que la jugaba de local. Vivía al lado, con su madre Doña Rita. Y parece
que le picó fuerte lo de la vecindad. Primero empezó con la vereda de la casa
de la madre. Y después se entusiasmó con la de la vecina. Total, ya que
estamos. Siguió con la verjita. Y después siguió para adentro con el caminito
de lajas. Nadie lo pudo parar, y encima Gladis meta convidarlo con mate hasta
que lo invitó adentro para una pastaflora. Y no salió más, el Moncho. Bueno.
Salía, pero se quedó a vivir un tiempo con la Gladis nomás, desoyendo los ruegos de su madre.
Un tiempo nomás porque luego se puso a construir otra vereda en la otra cuadra
y un día no volvió más.
El último que tuvo era delegado. ¡¡¡Que
lejos de aquella época del medio cuchara del Ramón!!! Este hasta tenía una bici
nueva que al poco tiempo la cambió por una Suzuki. Hasta el día que se la
chorearon. Gente del barrio nomás. De envidiosos seguramente. Que están contra
el progreso de algunos. Ellos nunca van a salir de la mugre. Yo en cambio tengo
otros ideales. Y que me importa que se haya rajado el delegado. Que yo no me
vendo así nomás. Que ya voy a encontrar algo. Y voy a vender la casita. Y me
rajo de aquí. Me voy a vivir a un barrio mejor. Por ahí edifico de nuevo.
Raúl, siempre latente el humor en tus cuentos y relatos, siempre encendida esa chispa personal que te caracteriza.
ResponderEliminarBeso Josefina