EL HOMBRE QUE PERDIÓ SU SOMBRA
Doroteo Espinoza,
estaba tan cansado, después de un día de ajetreo inusual dentro de la tienda de
artículos de regalo. Era vísperas de Navidad. – ¡Maldita Navidad! ¿Qué tiene de
especial esta fiesta para mí? Mi familia está lejos, mis hijos, mi mujer, mis
padres. Yo aquí haciendo paquetes de regalo que harán felices a otros y
tratando de ganar lo imposible de dinero para enviárselos a ellos para que
tengan para sus necesidades mínimas, o bien para que nos radiquemos en este
país donde seremos extraños, y a veces hasta resistidos, por el color de la
piel y padeciendo de un frío que cala los huesos.
Doroteo pensaba ésto
mientras envolvía un primoroso paquetito navideño de no más de mil pesos. Una
vez terminado, se lo pasó a su dueña con una sonrisa que más parecía una mueca
- “Siempre sonreír, siempre sonreír, mostrando los dientes y agregar Feliz
Navidad”- era la recomendación del Jefe de Tienda.
Y de cliente en cliente
y de sonrisa en sonrisa fue terminando su jornada de trabajo. Sin embargo, el
peso del banano sujeto a su cintura, conteniendo las monedas que los
agradecidos agregaban como propina, por su buena voluntad, le aseguraban que
después de todo, su día no había sido tan malo.
Decidió caminar las
diez cuadras que lo separaban de su domicilio. Debía despejar su mente de toda
la amargura que lo invadía. Una oscura pieza en una población donde las
viviendas habían envejecido al igual que sus dueños lo recibió junto al ladrido
del regalón de la casa. Pero el no estaba para acariciar perros; al menos por
esa noche. Abrió el candado que guardaba
su recinto y en la oscuridad buscó la perilla de una pequeña lámpara de
velador. Sin pensarlo mucho se tiro vestido sobre la desvencijada cama, que
crujió dolorosamente por un día más de recibir el peso de su enésimo ocupante.
Doroteo sólo atinó a
sacarse sus zapatillas, ocupando sus pies. Y tan pronto se acomodó, cerro los
ojos; el cansancio y el deseo de evasión hicieron lo suyo.
Sintió que su cuerpo
iba en caída libre en un precipicio sin fin, de pronto advirtió que algo se
desprendía de su humanidad. Le pareció increíble, pero lo supo de inmediato,
era su sombra que caía cerca de él. La diferencia era que ella se mostraba feliz,
daba volteretas y más volteretas flotando en el aire, en cambio él luchaba con
desesperación por asirse de algo. Siempre las alturas le habían producido
terror y ahora estaba cercano a la desesperación.
De pronto, se le
ocurrió preguntarle: - ¡Seguro tú eres mi sombra! ¿Por qué estás feliz y yo
estoy desesperado sin saber a dónde voy a caer?
-Bien sencillo - le
contestó su sombra, luego de otra alegre voltereta. - Yo siempre estoy feliz
detrás de tus problemas, éstos no me afectan. Y
me siento más sabia que tú.
-¡No puede ser, esto no
me puede estar pasando a mí!- Se resistió Doroteo.
-Mientras no me
prometas ser más positivo en tu vida, yo no volveré a ti. -Dijo mientras
disfrutaba de otro giro, siempre cayendo. -Y eso será por la eternidad.
El hombre, no podía
creer lo que le estaba sucediendo. No obstante, rápidamente se alojó en su
mente la posibilidad que ella tuviera razón. Su amargura se la estaba
provocando día a día, azotando su mente con el silicio de las cosas negativas
que le tocaba vivir. Intentó hacer un giro igual a los que hacía su sombra. Lo
hizo tan rápido y violento, estirando sus brazos e impulsándose con sus piernas
para imitarla.
El dolor que le produjo
el porrazo, al chocar contra el suelo, desde la desvencijada cama lo hizo
reaccionar, por el ventanuco vio entrar un rayo de sol. Ya no quedaba noche
para seguir durmiendo, el trabajo esperaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario