sábado, 24 de noviembre de 2018

Trinidad Aparicio-España/Noviembre de 2018


La casa del conde

La casa del Conde Contaba mi abuela, que hace muchos años en las afueras del pueblo dónde vivía, hubo una hermosa mansión propiedad “de un tal Sr. Conde.” También cuenta la historia, que un día llegó al lugar una mujer tan hermosa que el Conde, para su infortunio cayó prendido en sus redes enamorándose perdidamente de ella. Se supo con el tiempo, que la tan hermosa mujer, sólo ambicionaba riquezas y que además para conservar su belleza al igual qué Dorian Grey de Oscar Wilde, también ella había vendido su alma al Diablo. Un cierto día primero de noviembre (¿no les sugiere nada la fecha?) el Sr. Conde, y la bella dama decidieron contraer matrimonio. Las nupcials se celebraron con gran esplendor, pero la dicha duró poco: ya que a la mañana siguiente de la boda, encontraron al pobre Conde tirado en un zanjón con una gran cantidad de cuervos comiéndole los ojos. Al saberse lo ocurrido al bueno del señor Conde, fue tal el terror que cundió entre los habitantes del lugar y pueblos aledaños que nadie se atrevía a pisar ni tan siquiera a una considerable distancia de la casa. Se decía que allí, por las noches, mil espíritus malignos bailaban al compás ensordecedor del aullido de otros tantos lobos haciendo incluso que temblaran las paredes, mientras que los murciélagos dormían plácidamente colgados de magníficas lámparas. A partir de ahí, la casa que en su tiempo fue la casa del Conde orgullo del pueblo, pasó a conocerse como “La casa embrujada.” Pero... he te aquí, que un joven vecino incrédulo, y por demás curioso, una noche se propuso ir a ver que tan cierta era toda esa historia de brujería. Prismáticos en mano, hacia la casa embrujada se dirigió. A través de la reja, no se veía nada, la maleza reinaba por doquier, cubriendo todo lo que en un tiempo fueron hermosos jardines. Hasta ese momento nada hacía suponer al audaz vecino cuán cara pagaría su curiosidad. La curiosidad mata al gato, y según se contaba también debió matar al joven curioso. Un halo de misterio envolvió la desaparición del joven, jamás encontraron su cuerpo, tan sólo sus prismáticos aparecieron carbonizados al pie de la reja.
Yo visité varias veces ese pueblo pero siempre rehusé toda invitación a visitar la casa del Conde. Ignoré aquello de “ver para creer” Preferí creerlo antes que ir a verlo.

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