CARA PÁLIDA
De ello han pasado muchos años, Félix
Alejandro Polidoro Sánchez, instaló su taller de zapatero remendón, en San
Isidro, Villa cercana a Vicuña, le decían el Cara Pálida. Nadie tenía
conocimiento de donde vino, sólo que se ganaba la vida honradamente.
A diario pasaba frente a su taller Irene, una
morena de ojos negros, busto exuberante y candente andar. Verla y Cara Pálida
se enamoró de ella y ella de él. De su unión llegaron: Teófilo, Ignacia y
Leoncio.
Cuando Teófilo tenía 12 años, Ignacia 10 y
Leoncio 7, el trabajo no le rendía mucho dinero porque en la Villa se usaba,
por lo general, la ojota para las labores del campo. Sólo los domingos se
vestían de “pinta” los varones, desde
luego, calzando zapatos, como en la ciudad. Esta situación determinó que la
familia decidió mudarse a Vicuña, donde el trabajo era más abundante,
permitiéndoles un mejor pasar. Además, los niños debieron matricularlos en la
Escuela Pública Nº 1. Ésta impartía docencia hasta 6° año básico y los jóvenes
luego de terminar los primeros años debían emigrar a la Serena para continuar
en el Liceo, en el Seminario o en el Instituto Pedagógico. Por último viajar a
Copiapó a la Escuela de Minas.
En la primavera de 1944, una mañana con aroma
de azahar, Cara Pálida tomó el tren a Coquimbo. La razón, comprar material para
su taller. Misteriosamente ¡No regresó! A la semana siguiente, Irene, llamó a
sus hijos para hacerles saber las precarias condiciones económicas en que se
encontraban, al faltarles el padre. En el taller había trabajos que no estaban
terminados y el dinero empezaba a faltar. Teófilo, cumplidos sus doce años,
manifestó: - Mamá, no te preocupes, algo debe haberle sucedido a papá. Sin
embargo, lo que él me enseñó es suficiente para continuar con el negocio. Si tú
sigues preparando esos ricos panes de huevo, podemos venderlos y sobrevivir en
su ausencia.
Así fue como
Teófilo, a los doce años, pasó a ser el jefe de hogar. Al principio los
clientes se sorprendían al recibir de manos de un “niño-zapatero”, trabajos muy
bien terminados. Su prestigio creció rápidamente, lo que permitió que su
hermana Ignacia continuara estudios de humanidades en la Serena. Con el correr
de los años, recibió el título de Médico Obstetra en la capital. En tanto, Leoncio,
obtuvo con honores, el título de Ingeniero en Minas, en Copiapó.
En su taller se veía una pizarra en la cual
los clientes leían los precios de los trabajos con una nota: Los Zapatos se entregan lustrados y con
nuevos cordones. Además el muchacho enseñó a varios jóvenes su oficio.
Ya adulto,
Teófilo, de acuerdo con madre, decidió ir en busca de su padre, con sólo una
fotografía en daguerrotipo, tomada seis meses antes de su partida. Indagó en
Coquimbo, La Serena, Ovalle, no encontrando pista alguna. Desilusionado, tomó
un tren de regreso a Vicuña.
En la estación
Gualliguaica, al mirar por la ventanilla, le pareció ver un pordiosero con el
aspecto de su padre.
Descendió del tren
para observarlo con atención. Le preguntó su nombre, el hombre le respondió:
-¡No sé quien soy,
señor! Me dicen el Cara Pálida...
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