BROMA EN LA BRUMA 4
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Cual sombra son nuestros días sobre la tierra, y no hay esperanza.
1ra. de Crónicas, 29:15
Ambos se habían desplazado por
el sendero como quien dispone de todo el tiempo del mundo. Ninguno queriendo
sobrepasar al otro. El día era desapacible pero igual encontraron a un
muchachito leyendo en un banco. “Al parecer el único ser vivo del cementerio”,
pensó con ironía el más alto de los dos. El joven estudiante ojeaba Visitations de I.A.Ireland y a su lado
yacía aquella Antología que Borges
reuniera con Bioy y Silvina allá por 1940. El libro estaba abierto en Final para un cuento fantástico porque
al parecer el jovencito andaba comparando textos.
Los dos se detuvieron ante una
bóveda sin número, una como perdida, arrinconada entre la 46 y la 50. El más
alto extendió, ceremonioso, la mano izquierda invitando al otro a pasar
primero; tal vez por ser de apariencia más vieja y más débil.
A nadie se veía ya, ni siquiera
al extraño lector, porque el banco había quedado lejos y la bruma pugnaba intensa.
La mano blanca permanecía estirada, persistiendo en su ruego. El viejo
titubeaba, desconfiaba, pero al fin no tuvo otra que aceptar y entró por
delante. Avanzaron los pocos metros que el interior de la bóveda les permitía.
El más alto, siempre detrás, con las manos ocultas. El viejo se paró frente al
féretro de mármol, muy alerta a la otra figura, embozada y esbozada por la
bruma y las sombras. La figura alta se mantuvo callada unos pasos detrás. Por
delicadeza, el viejo no se atrevía a girar sobre sus talones, aunque no recordara
haber visto al otro en ninguna parte. No, no era un pariente, estaba muy seguro
de que no lo era. Ninguno de la familia solía ser tan seco y desgarbado.
Ninguno de los suyos poseía ese porte inquietante, tan lóbrego, siniestro.
¿Quién entonces?, ¿qué hacía ahí?, ¿qué buscaba?
Permanecieron en silencio
minutos que parecieron años, pues para entonces todo amenazaba eterno. La
figura alta, siempre con las manos ocultas, sopesaba la decrepitud del otro, en
tanto el viejo buscaba algún brillo delator en el de atrás o quién sabe qué.
De pronto, y a pesar de su pésima
ubicación, el viejo advirtió el movimiento. Fue un meneo cansino, leve como el
de un suspiro; y enseguida como un susurro, intuido antes que audible.
El viejo no apartaba la vista
del mármol. Un mármol devenido en pésimo espejo pero ¿qué se podía hacer?, era
lo único que había. Sospechaba el propósito de su inquietante escolta: bastaría
simplemente con cerrar la única puerta del recinto.
El viejo dedujo, aun de
espaldas, la sonrisa amplia, repulsiva, de la figura de apariencia más joven.
Los minutos pasaban y el viejo seguía sin atreverse a dar la media vuelta. Pero
era consciente de que si se abandonaba al curso de las cosas, pronto no habría
salida para ningún mortal. La bóveda quedaría aislada del cementerio y del
mundo en cuanto la figura extraña ejecutara su designio. Y sin embargo, no
obstante percibirlo, el viejo no podía reaccionar, estaba exánime, sin
posibilidad de nada concreto.
De pronto, el mármol cambió sus
claroscuros.
—¡No haga eso, por favor!
Después no le será posible abrirla de nuevo —alcanzó a suplicar el viejo.
Las bisagras chirriaron. La
figura alta soltó la esperada carcajada y con un empujón remató el temido
cierre. El sonido seco de la madera contra el marco no dejó duda alguna. La
bruma por un momento apareció como disipada, mas enseguida retornó inequívoca
por las hendijas de arriba.
—Ahora no podrá salir —balbuceó
el viejo con un hilo de voz, en tanto daba la media vuelta, consternado.
El otro se acercó y extendió la
mano izquierda contra la pared, como bloqueándole el paso. El viejo no
intentaría apartarlo.
La figura al fin habló:
—De ninguna manera, abuelo, mire
como salgo de aquí.
Y entre burlas y risitas
introdujo su pálido cuerpo (o lo que fuere) en la gruesa pared lateral, dejando
al viejo con los ataúdes, los mármoles y la brumosa penumbra.
Una vez solo, el viejo recordó
que jamás nadie, ni de noche ni de día, se animaba a caminar esos senderos
remotos. Estaba aislado, con la puerta cerrada, y a eso se reducía todo.
Al rato, el viejo hizo con los
hombros un gesto de impotencia y se dijo:
—En fin, ¿cómo saberlo de
antemano? Solo quise ser amable. Se lo decía por su bien, no por otra cosa.
Después se caló el sombrero y,
emulando a la figura ya ausente, atravesó la misma pared de idéntica manera.
4 “Broma en la
bruma” (cuento): Primer Premio en el IV Concurso Nacional de Narrativa y Poesía
de Poetas del Encuentro. San Andrés (Provincia de Buenos Aires), Argentina, 19
de abril de 2008.
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