Carlos Decker Molina presentando su novela ”Tomasa” en el Instituto Cervantes de Estocolmo. |
El exilio y sus combinaciones
Carlos Decker Molina, periodista y escritor boliviano
residente en Estocolmo (Suecia) desde hace mucho tiempo, es el autor de la
novela Tomasa que obtuvo, en el año 2014, el tercer puesto en el Premio
Internacional de Literatura organizado por la Editorial Quipus de Cochabamba
(Bolivia). Se trata de una obra literaria de profundo contenido social en
donde, Decker Molina, se asoma al mundo literario tomando en cuenta como puntos
de referencia Bolivia y Suecia. Así revela en su escritura, en este caso
particular, la dolorosa caminata del exilio. Tomasa rompe con las estructuras
de novelas a las cuales estamos acostumbrados a leer. Se utilizan palabras en
sueco, en italiano, en quechua y “bolivianismos”. Además, al final de cada
capítulo hay información adicional como por ejemplo: certificados médicos,
cartas, poemas, garabatos, diálogos, informes, certificados de asistentes
sociales, monólogos, apuntes, preguntas, dibujos terapéuticos y certificados de
la policía. También hay un glosario en donde se explica el significado de cada
palabra que no está escrita en español.
Tres personajes principales van rodando en la novela,
y a medida que uno se adentra en la lectura forman un triángulo de conversación
que crea tensión. Y, como consecuencia, mantiene al lector pegado a las
páginas. Gualberto Paniagua Mamani es la metáfora del sufrimiento. Ingmar,
periodista sueco, es la metáfora de la solidaridad sueca en los años 70. Pia,
ex mujer de Ingmar y de Gualberto, es la metáfora de la libertad. Y en la
lejanía Tomasa, la madre de Gualberto, es la metáfora de Bolivia. El exilio
tiene muchas caras, independientemente cual haya sido el motivo. Para las
personas que fueron torturadas, perseguidas y encarceladas, el exilio significa
alivio y libertad. Pero también puede denotar tristeza, soledad,
discriminación, desarraigo y, a veces, distorsiones psíquicas. El exiliado es
una persona que ha sentido en carne propia el estado interrumpido del ser,
dejando atrás todo lo que tenía en su país. En resumidas cuentas, el exiliado
se ve forzado a construir una identidad en el país acogedor partiendo de las
profundas heridas que surgieron en su país de origen.
Gualberto Paniagua, es un boliviano de procedencia
campesina que hilvanó su historia entre dos continentes. Su padre, un
“sindicatero” desaforado, lo había raptado a corta edad del regazo de su madre
Tomasa, quien sufría lo indecible por esta separación. En su país natal sufrió
la tortura y la persecución por su militancia en un partido de izquierda. Con
el paso del tiempo logra escapar a la Argentina. Y desde allí escribe cartas a
su madre:
“Mamita Tomasa: Estoy en Tucumán y me he vuelto guerrillero del Ejército Revolucionario del Pueblo. Mis compañeros son muy buenos y me han dicho que ser guerrillero es subir en la escalera de la vida del hombre para ser un hombre nuevo. Cuando triunfe la Revolución que estamos armando para dar libertad a gente como vos iré a recogerte. Patria o muerte, mamitay; tu hijo Gualberto”.
“Mamita Tomasa: Estoy en Tucumán y me he vuelto guerrillero del Ejército Revolucionario del Pueblo. Mis compañeros son muy buenos y me han dicho que ser guerrillero es subir en la escalera de la vida del hombre para ser un hombre nuevo. Cuando triunfe la Revolución que estamos armando para dar libertad a gente como vos iré a recogerte. Patria o muerte, mamitay; tu hijo Gualberto”.
Otra carta dice: “Mamitay, mi papá ha muerto, pero no
llores por él, por su culpa estamos sufriendo todos. Los compañeros y un yatiri
(brujo curandero indígena) que me lo ha mirado en coca me han dicho que no
vuelva a Bolivia porque la situación sigue jodida. Gracias a un “llajtamasi”
(compatriota), aquí he conseguido trabajo en la zafra. Seguiré juntando
dinerito para ir a buscarte. A veces no puedo dormir nada, ni una horita
siquiera. Tu hijo Gualberto”. Al parecer, la situación de Gualberto no era
placentera en Argentina. Las peripecias se sumaban unas tras otras. Había visto
morir a su padre alcoholizado, trabajaba muchas horas en la zafra y soñaba con
su madre todas las noches. En medio de todo ese agobio, el destino juega a su
favor y logra salir a Europa. Desde allí escribe otra misiva: “Mamitay: Anoche
he llegado a un lugar frío que se llama Alvesta; está en un país que se llama
Suecia. Perdona pues mamita, el flaco, el turco, el Walter y yo hemos
fracasado. Creo que ya no haré más revoluciones. Me han apaleado y sabes estuve
cerca de ti en Oruro pero me mandaron de vuelta a Argentina. A veces, querida
mamita, me entra un sonk’oynanan (tristeza) terrible; quiero llorar no más, no
duermo y me quedo mirando la oscuridad. Tu hijo G”.
En Suecia obtiene el asilo político y, al igual que
todo ciudadano, recibe un número personal: 530802 – 9159. Las primeras seis
cifras hacen referencia a la fecha de nacimiento. Es decir el año, el mes y el
día. El penúltimo dígito indica el género. Dígitos pares son
destinados para las mujeres y los impares para los hombres. Y, en consecuencia,
existe un único Gualberto Paniagua Mamani. De esta manera Gualberto va
entrando, poco a poco, a la rosca de la vida cotidiana sueca. Y su número
personal es registrado en los bancos de datos de las autoridades.
A medida que pasa el tiempo conoce a una pareja sueca, Ingmar y Pia, padres de dos hijos. Un día, lo invitan a casa para festejar “Midsommar” (pleno verano), la fiesta más emblemática de Suecia. La conversación fluye entre comida, trago y canciones. Ingmar se excede con el alcohol y se queda dormido en un sillón. Mientras Pia y Gualberto aprovechan la situación para dar rienda suelta a sus sentimientos desenfrenados, lo cual con el transcurso del tiempo cobra un desenlace fatal. Pia abandona a Ingmar y a sus dos hijos para irse a vivir con Gualberto, el indian (indio), ex militante en las filas de izquierda.
Gualberto estudia con esmero el sueco y el inglés, requisitos que le permiten entrar a la universidad, donde se forma como ingeniero cibernético. Este logro afianza su nueva identidad, obtiene un trabajo y un estatus social relativamente bueno. Pero la relación con su pareja no marcha bien y se separa de Pia. Gualberto se compra un ático en pleno centro de Estocolmo, en un barrio bohemio, y deja atrás sus conceptos revolucionarios. Se olvida de la lucha por el pueblo, del proletariado y se vuelve un pequeño burgués. Es un hombre de moda, utiliza zapatos de excelente calidad, tiene costumbres caras, acude a restaurantes y cafeterías de moda. Este cambio radical es un fenómeno curioso y real que se ha dado en mucha gente que ha llegado a Suecia con las ideas revolucionarias escritas en el pecho. A un principio hablaban de política y eran poco menos que la Revolución proletaria andando. Sin embargo, con los años, las cosas materiales y las condiciones de vida que ofrece Suecia; se han sumergido en un mundo de consumo. Y, por consiguiente, han olvidado totalmente esas ideas y principios por los que luchaban en su país de origen.
A medida que pasa el tiempo conoce a una pareja sueca, Ingmar y Pia, padres de dos hijos. Un día, lo invitan a casa para festejar “Midsommar” (pleno verano), la fiesta más emblemática de Suecia. La conversación fluye entre comida, trago y canciones. Ingmar se excede con el alcohol y se queda dormido en un sillón. Mientras Pia y Gualberto aprovechan la situación para dar rienda suelta a sus sentimientos desenfrenados, lo cual con el transcurso del tiempo cobra un desenlace fatal. Pia abandona a Ingmar y a sus dos hijos para irse a vivir con Gualberto, el indian (indio), ex militante en las filas de izquierda.
Gualberto estudia con esmero el sueco y el inglés, requisitos que le permiten entrar a la universidad, donde se forma como ingeniero cibernético. Este logro afianza su nueva identidad, obtiene un trabajo y un estatus social relativamente bueno. Pero la relación con su pareja no marcha bien y se separa de Pia. Gualberto se compra un ático en pleno centro de Estocolmo, en un barrio bohemio, y deja atrás sus conceptos revolucionarios. Se olvida de la lucha por el pueblo, del proletariado y se vuelve un pequeño burgués. Es un hombre de moda, utiliza zapatos de excelente calidad, tiene costumbres caras, acude a restaurantes y cafeterías de moda. Este cambio radical es un fenómeno curioso y real que se ha dado en mucha gente que ha llegado a Suecia con las ideas revolucionarias escritas en el pecho. A un principio hablaban de política y eran poco menos que la Revolución proletaria andando. Sin embargo, con los años, las cosas materiales y las condiciones de vida que ofrece Suecia; se han sumergido en un mundo de consumo. Y, por consiguiente, han olvidado totalmente esas ideas y principios por los que luchaban en su país de origen.
En el caso de Gualberto, todos esos cambios, que aparentemente se ven como
un signo de prosperidad, no consiguen calmar su ansiedad. Sufre de trastornos
psíquicos y tiene una profunda crisis de identidad. Él mismo afirma: “Estoy
jodido. Me acosan tanto los fantasmas de aquí como los de allá. ¿Quién carajo
soy? Padezco de orfandad, es decir soy huérfano de madre, padre y de patria. ¿No
sé quién soy?”. En un monólogo hace referencia a su madre: “Mi madre debió
haber sido una santa. ¿Qué será de ella? Anoche la volví a ver, últimamente la veo con
frecuencia. Su rostro se estrella en mi cara, recordándome que la tengo sin
tenerla. Mi madre es un sufrimiento antiguo. A cada instante me pregunto qué
podría haber pasado si me quedaba con ella”.
Pia, su ex pareja, lo describe como un hombre sin historia familiar, con
espíritu triste y acongojado por terribles pesadillas. Un hombre que estudió
con la tozudez de un loco, olvidándose de Pia y de él mismo. Probablemente así canalizó
su angustia cuando estudiaba en la universidad. Es más, una ecuación
diferencial, en una página de la novela, revela el trastorno bipolar de Gualberto Paniagua. Gualberto dice al respecto:
“mi mal es una ecuación no resuelta, pertenece a la teoría de la relatividad”. Y
se lee, entre otras cosas: “La geometría de mi ser es igual que la del
espacio-tiempo no euclidiano, es decir no es plana”. De esta afirmación se
pudiera especular, tomando en cuentas los logros y fracasos de Gualberto, que
se desarrolló en una geometría elíptica de curvatura positiva y en una
geometría hiperbólica de curvatura negativa. O sea, existe un espacio tridimensional
en el que se ha desplazado, y un tiempo en el cual ha hecho historia. Y el
espacio en el que se mueve Gualberto, en la novela, se llama Suecia: infierno y
paraíso. Paraíso porque, a pesar del empeoramiento del modelo sueco, Suecia
sigue siendo un Estado de bienestar social con una economía estable y mixta
entre el capitalismo y el socialismo. Esta realidad, ha permitido que se lleven
a cabo conquistas sociales de gran envergadura. Y gracias a ello es catalogado,
a nivel mundial, como uno de los países con altos niveles en el campo social.
Los jubilados, los niños y las personas con discapacidad física o mental gozan de equidad. Una persona sin una pierna o sin brazos tiene derecho a participar en la sociedad. Es decir, no le quitan la calidad humana. Existe ayudas económicas para las madres solteras, subsidios económicos mensuales para menores de 18 años, derecho a 5 semanas de vacaciones, derecho a 480 días pagados (a las personas que trabajan) por concepto de permiso parental, atención médica gratuita para menores de 18 años, enseñanza gratuita tanto en el colegio como en la universidad, pago relativamente bajo, para adultos, por operaciones o consultas médicas, cesantía baja; seis por ciento este año y también pronosticado para el próximo año (según la Revista de Economía, Ekonomifakta), departamentos acogedores con agua fría, caliente y calefacción que viene desde una central, excelentes bibliotecas y un buen medio de transporte. Pero ojo! que no se malentienda como que los ciudadanos reciben todo gratuitamente del cielo. En Suecia, como en todas partes del mundo, las personas que quieren vivir holgadamente y con lujos tienen que trabajar duro, para obtener un título universitario hay que estudiar fuerte. Los trabajadores pagan un impuesto alto, precisamente para mantener el bienestar en la sociedad. Los hombres cocinan, atienden a sus hijos, les cambian pañales, hacen la limpieza, lavan los platos, hacen mercado, riegan las plantas etc.
Los suecos no son muy amigables que digamos y muchos de ellos viven felices en su soledad. La mayoría de los vecinos ni siquiera saludan, a no ser que sea un extranjero. No importa si una persona es profesional o no, si vive en un departamento o en una casa. Y como dice el dicho, “no todo lo que brilla es oro”. Infierno porque en Suecia existe racismo, soledad, depresión, suicidios, desarraigo, segregación etc. De acuerdo al Centro Nacional, para la Investigación y Prevención del Suicidio, del Instituto Karolinska que pertenece al Hospital Universitario Karolinska, 1544 personas se quitaron la vida durante el año 2017. De las cuales, 1063 eran hombres y 481 mujeres.
Los jubilados, los niños y las personas con discapacidad física o mental gozan de equidad. Una persona sin una pierna o sin brazos tiene derecho a participar en la sociedad. Es decir, no le quitan la calidad humana. Existe ayudas económicas para las madres solteras, subsidios económicos mensuales para menores de 18 años, derecho a 5 semanas de vacaciones, derecho a 480 días pagados (a las personas que trabajan) por concepto de permiso parental, atención médica gratuita para menores de 18 años, enseñanza gratuita tanto en el colegio como en la universidad, pago relativamente bajo, para adultos, por operaciones o consultas médicas, cesantía baja; seis por ciento este año y también pronosticado para el próximo año (según la Revista de Economía, Ekonomifakta), departamentos acogedores con agua fría, caliente y calefacción que viene desde una central, excelentes bibliotecas y un buen medio de transporte. Pero ojo! que no se malentienda como que los ciudadanos reciben todo gratuitamente del cielo. En Suecia, como en todas partes del mundo, las personas que quieren vivir holgadamente y con lujos tienen que trabajar duro, para obtener un título universitario hay que estudiar fuerte. Los trabajadores pagan un impuesto alto, precisamente para mantener el bienestar en la sociedad. Los hombres cocinan, atienden a sus hijos, les cambian pañales, hacen la limpieza, lavan los platos, hacen mercado, riegan las plantas etc.
Los suecos no son muy amigables que digamos y muchos de ellos viven felices en su soledad. La mayoría de los vecinos ni siquiera saludan, a no ser que sea un extranjero. No importa si una persona es profesional o no, si vive en un departamento o en una casa. Y como dice el dicho, “no todo lo que brilla es oro”. Infierno porque en Suecia existe racismo, soledad, depresión, suicidios, desarraigo, segregación etc. De acuerdo al Centro Nacional, para la Investigación y Prevención del Suicidio, del Instituto Karolinska que pertenece al Hospital Universitario Karolinska, 1544 personas se quitaron la vida durante el año 2017. De las cuales, 1063 eran hombres y 481 mujeres.
El médico sociólogo estadounidense de ascendencia
judía, Aaron Antonovsky (1923-1994), creó la teoría salutogénica. Una teoría
sujetada por tres pilares: la compresibilidad, la manejabilidad y la
significatividad. Estos tres conceptos juegan un papel muy importante para que
exista una convergencia hacia, lo que Antonovsky llamó, “el sentido de
coherencia (SOC)”. A grandes rasgos, la teoría salutogénica describe la
capacidad que tiene un individuo para comprender el significado del mundo que
lo rodea. Es decir, el ser humano debe darse cuenta de la relación que existe
entre sus actos y los efectos que éstos tienen en su entorno. Debe igualmente
tener la suficiente inteligencia para asimilar y rectificar experiencias y
sucesos. Debe poseer sentimientos de carácter cognitivos emocionales para
llegar a la conclusión, de que a pesar de muchos problemas que depara la vida,
vale la pena vivirla. Además, según esta teoría, todo ser humano tiene la
capacidad o sentimiento para enfrentar los desafíos y adversidades de la vida.
También hace referencia a la aptitud y la tolerancia para comprender a otras
personas y a otras culturas. A juzgar por Antonovsky, una persona con esas cualidades alcanza el
sentido de coherencia en la vida.
Volviendo al caso de Gualberto; sin duda alguna lleva
una fisura en su fuero interno por la separación de su madre a corta edad. Fue
raptado por su padre para ser trasladado de un lugar a otro. En otras palabras,
la adaptación psicológica de Gualberto, a un nuevo entorno, ocasionó una serie
de cambios que le afectaron de forma negativa emocionalmente. Quizá por eso
extraña mucho a su madre, en su adultez, y la ve en sus sueños. Asimismo tuvo
un padre alcohólico y fue torturado en su país. Por su pasado, y a pesar de ser
profesional en el país acogedor, Gualberto no tiene capacidad para enfrentar
las desventajas de la vida, no tiene sentimientos cognitivos cabales, no puede
ver su entorno con objetividad, no quiere ver las consecuencias de sus actos de
locura, los recursos a su alcance no le son manejables, los estímulos internos
y externos no le proporcionan felicidad en la vida. O sea, Gualberto no tiene
“el sentido de coherencia en la vida”. No puede resolver la incógnita de su
dolencia y, como efecto, cae en depresiones,
tiene un sinfín de preguntas, se deja llevar por los pensamientos negativos
afincados en su mente y se encierra en su ático aislado de todo el mundo. Pia
dice al respecto: ”Lo que me molesta profundamente es que sus colegas discuten
y debaten con él sobre temas cibernéticos pero ninguno de ellos ha ido a
visitarlo en su ático de Sibirien y tampoco lo invitan nunca. Departe
amigablemente en todas las fiestas de fin de año con el personal de las
empresas en las que trabajó, pero al día siguiente vuelve a ser el 530802-9159;
es decir, retorna a la categoría profesional del colega y no del amigo”.
Dicho de otra manera, Gualberto carece de un entorno social que pueda
ayudarlo de algún modo. No tiene amigos y se emborracha con la soledad mirando
las paredes de su ático. Sus colegas son fríos y calculadores. No les gusta el
alboroto y no quieren, para nada, inmiscuirse en los problemas de Gualberto.
Jamás lo visitan, tampoco lo invitan a su casa, ni tienen una pizca de
compasión por él. Pues en Suecia no existe la pasión latina o del Mediterráneo.
Hay personas que han vivido muchísimo tiempo en este suelo nórdico, y nunca han
sido invitadas a un cumpleaños, a una boda o a un bautizo de una familia sueca.
Es cierto, uno comparte las fiestas del trabajo, pero al día siguiente uno
vuelve caer en el casillero de colega. Al fin y al cabo Suecia, es para los
suecos.
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