sábado, 22 de diciembre de 2018

Javier Claure-Suecia/Diciembre de 2018

Carlos Decker Molina presentando su novela  ”Tomasa” en el Instituto Cervantes de Estocolmo.

El exilio y sus combinaciones
                                                         
Carlos Decker Molina, periodista y escritor boliviano residente en Estocolmo (Suecia) desde hace mucho tiempo, es el autor de la novela Tomasa que obtuvo, en el año 2014, el tercer puesto en el Premio Internacional de Literatura organizado por la Editorial Quipus de Cochabamba (Bolivia). Se trata de una obra literaria de profundo contenido social en donde, Decker Molina, se asoma al mundo literario tomando en cuenta como puntos de referencia Bolivia y Suecia. Así revela en su escritura, en este caso particular, la dolorosa caminata del exilio. Tomasa rompe con las estructuras de novelas a las cuales estamos acostumbrados a leer. Se utilizan palabras en sueco, en italiano, en quechua y “bolivianismos”. Además, al final de cada capítulo hay información adicional como por ejemplo: certificados médicos, cartas, poemas, garabatos, diálogos, informes, certificados de asistentes sociales, monólogos, apuntes, preguntas, dibujos terapéuticos y certificados de la policía. También hay un glosario en donde se explica el significado de cada palabra que no está escrita en español.
Tres personajes principales van rodando en la novela, y a medida que uno se adentra en la lectura forman un triángulo de conversación que crea tensión. Y, como consecuencia, mantiene al lector pegado a las páginas. Gualberto Paniagua Mamani es la metáfora del sufrimiento. Ingmar, periodista sueco, es la metáfora de la solidaridad sueca en los años 70. Pia, ex mujer de Ingmar y de Gualberto, es la metáfora de la libertad. Y en la lejanía Tomasa, la madre de Gualberto, es la metáfora de Bolivia. El exilio tiene muchas caras, independientemente cual haya sido el motivo. Para las personas que fueron torturadas, perseguidas y encarceladas, el exilio significa alivio y libertad. Pero también puede denotar tristeza, soledad, discriminación, desarraigo y, a veces, distorsiones psíquicas. El exiliado es una persona que ha sentido en carne propia el estado interrumpido del ser, dejando atrás todo lo que tenía en su país. En resumidas cuentas, el exiliado se ve forzado a construir una identidad en el país acogedor partiendo de las profundas heridas que surgieron en su país de origen.
Gualberto Paniagua, es un boliviano de procedencia campesina que hilvanó su historia entre dos continentes. Su padre, un “sindicatero” desaforado, lo había raptado a corta edad del regazo de su madre Tomasa, quien sufría lo indecible por esta separación. En su país natal sufrió la tortura y la persecución por su militancia en un partido de izquierda. Con el paso del tiempo logra escapar a la Argentina. Y desde allí escribe cartas a su madre:
“Mamita Tomasa: Estoy en Tucumán y me he vuelto guerrillero del Ejército Revolucionario del Pueblo. Mis compañeros son muy buenos y me han dicho que ser guerrillero es subir en la escalera de la vida del hombre para ser un hombre nuevo. Cuando triunfe la Revolución que estamos armando para dar libertad a gente como vos iré a recogerte. Patria o muerte, mamitay; tu hijo Gualberto”.
Otra carta dice: “Mamitay, mi papá ha muerto, pero no llores por él, por su culpa estamos sufriendo todos. Los compañeros y un yatiri (brujo curandero indígena) que me lo ha mirado en coca me han dicho que no vuelva a Bolivia porque la situación sigue jodida. Gracias a un “llajtamasi” (compatriota), aquí he conseguido trabajo en la zafra. Seguiré juntando dinerito para ir a buscarte. A veces no puedo dormir nada, ni una horita siquiera. Tu hijo Gualberto”. Al parecer, la situación de Gualberto no era placentera en Argentina. Las peripecias se sumaban unas tras otras. Había visto morir a su padre alcoholizado, trabajaba muchas horas en la zafra y soñaba con su madre todas las noches. En medio de todo ese agobio, el destino juega a su favor y logra salir a Europa. Desde allí escribe otra misiva: “Mamitay: Anoche he llegado a un lugar frío que se llama Alvesta; está en un país que se llama Suecia. Perdona pues mamita, el flaco, el turco, el Walter y yo hemos fracasado. Creo que ya no haré más revoluciones. Me han apaleado y sabes estuve cerca de ti en Oruro pero me mandaron de vuelta a Argentina. A veces, querida mamita, me entra un sonk’oynanan (tristeza) terrible; quiero llorar no más, no duermo y me quedo mirando la oscuridad. Tu hijo G”.
En Suecia obtiene el asilo político y, al igual que todo ciudadano, recibe un número personal: 530802 – 9159. Las primeras seis cifras hacen referencia a la fecha de nacimiento. Es decir el año, el mes y el día. El penúltimo dígito indica el género. Dígitos pares son destinados para las mujeres y los impares para los hombres. Y, en consecuencia, existe un único Gualberto Paniagua Mamani. De esta manera Gualberto va entrando, poco a poco, a la rosca de la vida cotidiana sueca. Y su número personal es registrado en los bancos de datos de las autoridades.
A medida que pasa el tiempo conoce a una pareja sueca, Ingmar y Pia, padres de dos hijos. Un día, lo invitan a casa para festejar “Midsommar” (pleno verano), la fiesta más emblemática de Suecia. La conversación fluye entre comida, trago y canciones. Ingmar se excede con el alcohol y se queda dormido en un sillón. Mientras Pia y Gualberto aprovechan la situación para dar rienda suelta a sus sentimientos desenfrenados, lo cual con el transcurso del tiempo cobra un desenlace fatal. Pia abandona a Ingmar y a sus dos hijos para irse a vivir con Gualberto, el indian (indio), ex militante en las filas de izquierda.
Gualberto estudia con esmero el sueco y el inglés, requisitos que le permiten entrar a la universidad, donde se forma como ingeniero cibernético. Este logro afianza su nueva identidad, obtiene un trabajo y un estatus social relativamente bueno. Pero la relación con su pareja no marcha bien y se separa de Pia. Gualberto se compra un ático en pleno centro de Estocolmo, en un barrio bohemio, y deja atrás sus conceptos revolucionarios. Se olvida de la lucha por el pueblo, del proletariado y se vuelve un pequeño burgués. Es un hombre de moda, utiliza zapatos de excelente calidad, tiene costumbres caras, acude a restaurantes y cafeterías de moda. Este cambio radical es un fenómeno curioso y real que se ha dado en mucha gente que ha llegado a Suecia con las ideas revolucionarias escritas en el pecho. A un principio hablaban de política y eran poco menos que la Revolución proletaria andando. Sin embargo, con los años, las cosas materiales y las condiciones de vida que ofrece Suecia; se han sumergido en un mundo de consumo. Y, por consiguiente, han olvidado totalmente esas ideas y principios por los que luchaban en su país de origen.
En el caso de Gualberto, todos esos cambios, que aparentemente se ven como un signo de prosperidad, no consiguen calmar su ansiedad. Sufre de trastornos psíquicos y tiene una profunda crisis de identidad. Él mismo afirma: “Estoy jodido. Me acosan tanto los fantasmas de aquí como los de allá. ¿Quién carajo soy? Padezco de orfandad, es decir soy huérfano de madre, padre y de patria. ¿No sé quién soy?”. En un monólogo hace referencia a su madre: “Mi madre debió haber sido una santa. ¿Qué será de ella?  Anoche la volví a ver, últimamente la veo con frecuencia. Su rostro se estrella en mi cara, recordándome que la tengo sin tenerla. Mi madre es un sufrimiento antiguo. A cada instante me pregunto qué podría haber pasado si me quedaba con ella”. 
Pia, su ex pareja, lo describe como un hombre sin historia familiar, con espíritu triste y acongojado por terribles pesadillas. Un hombre que estudió con la tozudez de un loco, olvidándose de Pia y de él mismo. Probablemente así canalizó su angustia cuando estudiaba en la universidad. Es más, una ecuación diferencial, en una página de la novela, revela el trastorno bipolar de Gualberto Paniagua. Gualberto dice al respecto: “mi mal es una ecuación no resuelta, pertenece a la teoría de la relatividad”. Y se lee, entre otras cosas: “La geometría de mi ser es igual que la del espacio-tiempo no euclidiano, es decir no es plana”. De esta afirmación se pudiera especular, tomando en cuentas los logros y fracasos de Gualberto, que se desarrolló en una geometría elíptica de curvatura positiva y en una geometría hiperbólica de curvatura negativa. O sea, existe un espacio tridimensional en el que se ha desplazado, y un tiempo en el cual ha hecho historia. Y el espacio en el que se mueve Gualberto, en la novela, se llama Suecia: infierno y paraíso. Paraíso porque, a pesar del empeoramiento del modelo sueco, Suecia sigue siendo un Estado de bienestar social con una economía estable y mixta entre el capitalismo y el socialismo. Esta realidad, ha permitido que se lleven a cabo conquistas sociales de gran envergadura. Y gracias a ello es catalogado, a nivel mundial, como uno de los países con altos niveles en el campo social.
Los jubilados, los niños y las personas con discapacidad física o mental gozan de equidad. Una persona sin una pierna o sin brazos tiene derecho a participar en la sociedad. Es decir, no le quitan la calidad humana. Existe ayudas económicas para las madres solteras, subsidios económicos mensuales para menores de 18 años, derecho a 5 semanas de vacaciones, derecho a 480 días pagados (a las personas que trabajan) por concepto de permiso parental, atención médica gratuita para menores de 18 años, enseñanza gratuita tanto en el colegio como en la universidad, pago relativamente bajo, para adultos, por operaciones o consultas médicas, cesantía baja; seis por ciento este año y también pronosticado para el próximo año (según la Revista de Economía, Ekonomifakta), departamentos acogedores con agua fría, caliente y calefacción que viene desde una central, excelentes bibliotecas y un buen medio de transporte. Pero ojo! que no se malentienda como que los ciudadanos reciben todo gratuitamente del cielo. En Suecia, como en todas partes del mundo, las personas que quieren vivir holgadamente y con lujos tienen que trabajar duro, para obtener un título universitario hay que estudiar fuerte. Los trabajadores pagan un impuesto alto, precisamente para mantener el bienestar en la sociedad. Los hombres cocinan, atienden a sus hijos, les cambian pañales, hacen la limpieza, lavan los platos, hacen mercado, riegan las plantas etc.
Los suecos no son muy amigables que digamos y muchos de ellos viven felices en su soledad. La mayoría de los vecinos ni siquiera saludan, a no ser que sea un extranjero. No importa si una persona es profesional o no, si vive en un departamento o en una casa. Y como dice el dicho, “no todo lo que brilla es oro”. Infierno porque en Suecia existe racismo, soledad, depresión, suicidios, desarraigo, segregación etc. De acuerdo al Centro Nacional, para la Investigación y Prevención del Suicidio, del Instituto Karolinska que pertenece al Hospital Universitario Karolinska, 1544 personas se quitaron la vida durante el año 2017. De las cuales, 1063 eran hombres y 481 mujeres.
El médico sociólogo estadounidense de ascendencia judía, Aaron Antonovsky (1923-1994), creó la teoría salutogénica. Una teoría sujetada por tres pilares: la compresibilidad, la manejabilidad y la significatividad. Estos tres conceptos juegan un papel muy importante para que exista una convergencia hacia, lo que Antonovsky llamó, “el sentido de coherencia (SOC)”. A grandes rasgos, la teoría salutogénica describe la capacidad que tiene un individuo para comprender el significado del mundo que lo rodea. Es decir, el ser humano debe darse cuenta de la relación que existe entre sus actos y los efectos que éstos tienen en su entorno. Debe igualmente tener la suficiente inteligencia para asimilar y rectificar experiencias y sucesos. Debe poseer sentimientos de carácter cognitivos emocionales para llegar a la conclusión, de que a pesar de muchos problemas que depara la vida, vale la pena vivirla. Además, según esta teoría, todo ser humano tiene la capacidad o sentimiento para enfrentar los desafíos y adversidades de la vida. También hace referencia a la aptitud y la tolerancia para comprender a otras personas y a otras culturas. A juzgar por Antonovsky, una  persona con esas cualidades alcanza el sentido de coherencia en la vida.
Volviendo al caso de Gualberto; sin duda alguna lleva una fisura en su fuero interno por la separación de su madre a corta edad. Fue raptado por su padre para ser trasladado de un lugar a otro. En otras palabras, la adaptación psicológica de Gualberto, a un nuevo entorno, ocasionó una serie de cambios que le afectaron de forma negativa emocionalmente. Quizá por eso extraña mucho a su madre, en su adultez, y la ve en sus sueños. Asimismo tuvo un padre alcohólico y fue torturado en su país. Por su pasado, y a pesar de ser profesional en el país acogedor, Gualberto no tiene capacidad para enfrentar las desventajas de la vida, no tiene sentimientos cognitivos cabales, no puede ver su entorno con objetividad, no quiere ver las consecuencias de sus actos de locura, los recursos a su alcance no le son manejables, los estímulos internos y externos no le proporcionan felicidad en la vida. O sea, Gualberto no tiene “el sentido de coherencia en la vida”. No puede resolver la incógnita de su dolencia y, como efecto, cae en depresiones, tiene un sinfín de preguntas, se deja llevar por los pensamientos negativos afincados en su mente y se encierra en su ático aislado de todo el mundo. Pia dice al respecto: ”Lo que me molesta profundamente es que sus colegas discuten y debaten con él sobre temas cibernéticos pero ninguno de ellos ha ido a visitarlo en su ático de Sibirien y tampoco lo invitan nunca. Departe amigablemente en todas las fiestas de fin de año con el personal de las empresas en las que trabajó, pero al día siguiente vuelve a ser el 530802-9159; es decir, retorna a la categoría profesional del colega y no del amigo”.
Dicho de otra manera, Gualberto carece de un entorno social que pueda ayudarlo de algún modo. No tiene amigos y se emborracha con la soledad mirando las paredes de su ático. Sus colegas son fríos y calculadores. No les gusta el alboroto y no quieren, para nada, inmiscuirse en los problemas de Gualberto. Jamás lo visitan, tampoco lo invitan a su casa, ni tienen una pizca de compasión por él. Pues en Suecia no existe la pasión latina o del Mediterráneo. Hay personas que han vivido muchísimo tiempo en este suelo nórdico, y nunca han sido invitadas a un cumpleaños, a una boda o a un bautizo de una familia sueca. Es cierto, uno comparte las fiestas del trabajo, pero al día siguiente uno vuelve caer en el casillero de colega. Al fin y al cabo Suecia, es para los suecos.

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