LA MALDICIÓN
El regocijo no podría
truncar
la trayectoria de la maldición.
Más que todo eso,
este relato es
el desdoblamiento de
un sentir.
Hay maldiciones y venganzas. No sé
si las unas conllevan las otras, pero una mujer vieja y desdentada me contó la
suya, una tarde de verano en que salí a tomar fresco aire una vez ocultado el
sol.
-¿Sabe? Yo
también fui joven de piel tersa y carita graciosa. Bonita, bonita, no. Pero
atrayente y apetecida como las frutas mejores, las más sabrosas, dulces y
jugosas. Hasta que llegó mi hora mortal con los ojos relumbrantes de un joven
moreno y rudo macho. Nuestra pasión fue un volcán y debí irme de la casa de mis
padres que no aprobaban conductas donjuanescas sin un vínculo civilmente
estatuido. Mi madre me maldijo por ese amor desbordado, tan lejano a las normas
severas que regían los hogares decentes. Pero cada día acrecentaba nuestro
fuego y fue nuestra atracción la mayor gloria de los chismes pueblerinos, hasta
que nos fuimos a la capital, nos casamos como Dios manda y, con lo poco que
Julián pudo llevar, instalamos un pequeño negocio. Trabajamos duro. Nuestra
inexperiencia se compensaba con el entusiasmo, hasta que mi hombre comenzó a
dar traspiés y sentirse deprimido. Las asechanzas de comerciantes sin
escrúpulos captaron nuestras ganancias y nos tendieron mil celadas La maldición
pesaba en el aire para mí. Llegaron hijos a nuestro hogar y la situación
empeoró. Entonces, analizando lo que nos sucedía, resolví ponerme inteligentemente
a desmenuzar las dificultades para poder abordarlas. Llegué a la conclusión que
de mí dependía en gran medida salvar el buque que se hundía. ¿Acaso por el amor
no estábamos en este trance? Pues, el amor debería darnos fuerzas para salir de
él. Y así como Julián parecía ser el mismo hombre enamorado y tierno, y no el
mozalbete donjuanesco, para contrarrestar su inoperancia en otras lides, me
convertí en su guardaespaldas, su ayudante, su lugarteniente. Me instalé al
frente del negocio, revisé cuentas, descarté adquisiciones superfluas, cancelé
compromisos imposibles, conseguí prorroga a pagarés insalvables. Aprendí todos
los trámites bancarios. Postergué mi condición femenina para trabajar contando
cajones de mercaderías, inventariarlas, seleccionarlas. Hice economías
insospechadas con resultados maravillosos. Era yo la primera en levantarme y la
última en apagar la luz. Tomé mis propias decisiones y descubrí que el amor no sólo era un fecundo
mar, sino que tenía el poder de develar la oculta personalidad, sacar al brillo
del sol las incalculadas posibilidades que yo, una sencilla joven, no había
tenido oportunidad de desarrollar jamás.
Nuestra mala
racha fue pasando. Levantamos nuestro negocio y nuestra casa, la suerte volvió
a reír con nosotros. Tiene sus periplos la vida humana, ¿sabe? A la vuelta
completa tiene uno que encontrarse con las cosas buenas que dejó un día. Volvió
el entusiasmo y el optimismo. Se produjo nuevamente el encaje y el equilibrio.
Cambiamos al giro de paquetería el almacén. Julián se encargó de ventas a
domicilio que algo lo alejaron del hogar y yo asumí el mando en el local establecido.
La experiencia nos había madurado y ya
sabíamos dónde colocábamos el pie. Aprovechando el panorama de brillo con los
buenos tiempos que soplaban, una vez compré un entero de la Lotería y se lo regalé a
Julián que estaría de cumpleaños ese domingo. Un par de días después un sólo
grito salió de nosotros y un sólo abrazo unió a toda la familia: ¡HABÍA
OBTENIDO EL PREMIO GORDO...! un corazón grande palpitando jubiloso. Eso éramos
los cuatro...Celebraciones, proyectos. Sollozar de alegría después de tan largo
período de dureza. Era como ver luz después de mucha oscuridad. Las peripecias
y conflictos habían quedado atrás...
Estábamos en
la cúspide y la bandada de alas hermosas que había echado a volar y el cascabel
de la risa que había puesto en mi pecho, muy dentro como un capullo suave,
quedaron súbitamente silenciosos...JULIÁN SE FUE CON OTRA...Y no se fue solo.
Todo el dinero se fue con él...
Quizás desde
cuándo, posiblemente mientras yo más afanada estaba tratando de salvar el hogar
del caos en que su irresponsabilidad nos había sumido, entabló él ese amorío
que se llevó todo. Y mirando mi vacío hogar, mi vacío corazón, lloré... ¡Cuánto
lloré! Y con mis manos ajadas por el trabajo, puestas sobre las cabezas de mis
dos niños dormidos, lo maldije salvajemente...Deseé el mayor daño a quien había
pisoteado mi cariño, mi dignidad, mi confianza, con la más sucia traición.
Una maldición
tiene fuerza si se le desea desde dentro. Todo lo que fue amor para él, se
convirtió en odio. Tanta intensidad puse en este anhelo que llegué a
alimentarme de él. Me nutrí de resentimiento como si el pensamiento se
concentrara en un punto después del cual sólo existe el vacío. La depresión fue
mi sombra. Tanta carga emocional hube de tener que casi me sentí aliviada y no
me extrañé cuando a los tres meses supe su muerte por un fulminante ataque al
emprender viaje con su nuevo amor...
Una mueca
quiso ser carcajada. La risa de esa vieja me sobrecogió. Eran como astillas
salpicando la tranquila noche. A lo lejos brillaban las primeras estrellas...
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