lunes, 11 de febrero de 2019

Lucía Lezaeta Mannarelli-Chile/Enero de 2019


IMPERATOR


            Argive Micens cruzó el umbral del alto edificio que administraba y saludó seriamente, como era su costumbre, al mayordomo que aparecía emergiendo de los subterráneos. Eran las ocho de la mañana de un día cualquiera y comenzaba la vida nuevamente. Ya estaban los jardineros regando los prados. Salían los chicos para el colegio en cada hornada por los ascensores. El incinerador ensuciaba el azul del cielo. Las luces rojas de los indicadores  de pisos pestañeaban más rápido: 13, 11, 9, 7, 5, 5, 5, 5,...5, 5, 5, 5... Argive observó desde el mesón de su oficina el número, tanto rato encendido, y comenzó a impacientarse. ¿Qué pasaba al maldito ascensor número tres, que siempre se atascaba en el quinto piso?... ¿Otra vez estaría descompuesto?... Salió al pasillo y presionó el indicador. Sólo consiguió que aterrizaran los ascensores 1 y 2, totalmente atiborrados de inquilinos. Ubicó al mayordomo. ¿El electricista?...-No ha llegado todavía. – Anoche trabajó hasta tarde reparando el tablero adicional del piso doce. ¿Y el mecánico...? – El mecánico no vendría esa mañana porque tenía trabajo de taller atrasado. El equipo técnico de mantención podría revisar la semana próxima. Mientras tanto, los auxiliares, que actúan de ayudantes, pueda ser que reparen la avería. Pero hay que revisar las Listas de Encargos. ¡Claro! Tenía que ocurrir hoy.- Justo hay una mudanza: Llegarán los del 1114 con los muebles y cómo los van a subir...? En el Libro de Reclamos, el señor del 2508, con su espantosa letra de intelectual, ha dejado constancia de que en los pasillos del veinticinco ha encontrado. ¡Horror! ¡Hojas de lechuga...! - ¡Tienen que ser los mozos del aseo...! ¡Hasta cuándo tendré que recalcarles que los días martes y jueves hay feria libre en el parque y las señoras suben frutas y verduras por las escaleras y ascensores, dejando el desparramo de basuras...! El teléfono de Administración suena y suena.- Sí, con Micens...Buenos días. ¿Los hombres que limpian las ventanas...? No, todavía van en el piso trece. Sí, la anoto. Conforme. Colgado el fono y anotado otro pedido en la Lista de Encargos...Señor Administrador...mi auto... Sí, ¿Qué sucede con su auto?
            Argive Micens, levanta una ceja, como siempre que algo no le agrada. No le gusta el tono del 1540, ni menos que le suceda algo a un vehículo, para eso cancelan un Derecho de Estacionamiento. Porque el lugar del Mustang del 1540 lo ha utilizado una impertinente Renoleta. Nada menos que la de los jovenzuelos del piso diez... ¡Pardiez! – ¿Dónde se ha metido el vigilante de los automóviles...? Inmediatamente ésto se subsana. ¡Ah! aquí vienen llegando los electricistas.- Que se pongan de acuerdo con el mayordomo que tiene las llaves donde se guardan las herramientas.
            Argive Micens tiene otros asuntos más importantes que estudiar. Hay que actualizar la Nómina de los Morosos. Los Servicios Comunes han subido. Luz eléctrica  encendida, día y noche, en los pasillos de treinta pisos. Riego de los prados y jardines circundantes.  Mantenimiento de los ascensores. Revisión de las calderas. Calefacción. La torre del agua. Estacionamiento de los coches. Aseo de las escalas. Ni soñar con dar salvoconducto al 2203, que piensa mudarse: deben tres meses de gastos comunes. Ya ha sucedido otras veces: por ejemplo, que otros más vivos han tratado de mudarse en la tarde de un sábado. Pero un telefonazo del mayordomo ha bastado para que Argive corra a tomar un taxi y aparezca en el momento más desagradable, deteniendo enérgicamente la maniobra de los endeudados.
            El administrador revisa listas, nombres, números. Se sumerge en cuentas, cálculos, fechas...Le interrumpen: ¿Departamentos...? - No. No, señor Todos están ocupados – Sí, los hay vacíos, pero tienen dueños. Cortante, lacónico. Su manera es escueta, precisa, dice lo justo. Nada superfluo, nada accesorio. Desde su pelo corto, cortísimo, como corresponde a un jubilado de la Marina. Su ambo gris, correcto. Calzado negro lustrado, impecable. Emana decisión, seguridad, energía.
            Con los anteriores administradores, el edificio entero parecía tambalear. Faltaba la mano firme, la mente lúcida. El capitán que empuñará el timón y guiara el barco.
            Porque él no se había podido quedar inactivo, mano sobre mano, y había asumido este puesto. Había trocado la ilimitada vastedad marítima por la distancia 4x4 o 3x2. La inmensa anchura horizontal, por la imponente masa vertical. Las cambiantes mareas, por el caleidoscopio humano. Los altos vientos del franco océano, por las asordinadas pisadas de cientos de seres que debía vigilar en su ir y venir. Las voces de mando en cubierta, por órdenes en tierra firme, dentro de una monstruosa cárcel de cemento.
            Su adaptabilidad encajó perfectamente con las variantes de la nueva situación. Había que imponerse. Y eso hacía. Había que impartir autoridad sobre los hombres y máquinas. Su experiencia le decía que el orden no es un producto que florece espontáneamente, sino siempre es el resultado de la coordinación de determinados comportamientos individuales.
            Argive Micens, se imponía por presencia. Erguía su plateada cabeza y su avizora mirada escudriñaba el detalle. Captaba el desliz, el equívoco, el fraude, el error. Tenía fama de severo e incorruptible.
            Su propio hogar era un ejemplo. Tenía una hermosa casa propia en otro barrio, lejos de éste. Con patio, flores y árboles. Una esposa atenta y diligente y tres hijos, dos mujeres y un varón. Guiados por él, formados por él con su rígida disciplina. Todos casados y fuera de su tuición. Ahora sacudía su hogar el alboroto esporádico de los nietos. Algunos robustos muchachos y unas atractivas adolescentes.
            Los timbres de los ascensores, marchando normalmente le indicaron que estaba solucionado el impasse del quinto piso. Recordó algo urgente que debía resolver: ¡Reparaciones en el 2832! Recalentamiento de una plancha olvidada por una descuidada recién casada. La infaltable charla telefónica mientras las calorías subían y subían... Humareda saliendo por las ventanas. Gritos de espanto. La desdichada plancha que quemó la alfombra y las cortinas. El mayordomo y los auxiliares precipitándose con extinguidores. Desorden y barullo, justo un par de días, antes del regreso del propietario quien había arrendado  su 2832 antes de partir al extranjero. ¡Convocatoria en carácter de extraordinaria de la Junta de Vigilancia del edificio!... A propósito, están subiendo demasiadas personas a una hora sugestiva, con bultos también sugestivos, al piso nueve. ¿Contrabando? ¿Apuestas? ¿Garito? Hay que investigar... ¡Si se pudiera limpiar toda la maleza humana...! Francamente está disgustado.
            Argive está, mentalmente con el 1704. La coqueta esposa de aquel grandote y calmado señor que vuelve tarde. Lo suficientemente tarde para que un donairoso galán se solace a sus anchas con la deliciosa señora, los martes y jueves...Y el hijo del 2206, que ha sido detenido tres veces, porque se supone que es extremista...
            Las ancianas del 201 le han dado a conocer que arrendarán la mitad del departamento. Con condiciones, naturalmente: “Alguien que no fume, no beba, no juegue, no trasnoche, no cocine en el departamento, no lave ropa, no ponga fuerte el televisor, ni lo vea hasta muy tarde, no tenga niños, ni canarios, ni canes, ni felinos. Que no practique canto, no acarree plantas, ni frutas que produzcan alergias. ¡Ah! Y que no se bañe convirtiendo el piso en una laguna. ¡Hay que prevenir, usted sabe, señor Micens...!
            Una nueva nómina colocará en las vitrinas de la Administración. Deben derechos comunes los inquilinos de los departamentos más lujosos. Curiosamente, una notificación  judicial de cobranza figura al lado de la emocionada carta firmada por los agradecidos funcionarios de servicios menores, “por haber sido ayudados financieramente en sus sentidas aspiraciones de poseer un comedor decente y también duchas calientes, en los subterráneos”... Contradicciones de la vida...Contradicciones criticables, según el administrador.
            Su monocromática mentalidad sigue un orden rigurosamente lógico. ¿Por qué, personas que no han cancelado cuentas totalmente legales, han dado gustosamente en otros rubros...?
            En su sistema de coordenadas no tiene cabida la ambigüedad. Quizás añore a veces la eficacia de los elementos que anteriormente constituían su actividad profesional. Sus hombres le obedecían y en el momento exacto se hacía presente la reacción precisa, lo que creaba una condición de equilibrio, que constituía una plataforma concreta de un sistema  sólido. En este otro tipo de labores, en cambio, todo es heterogéneo. Desde los habitantes, hasta sus intensidades de campo, sus variaciones de movimiento y sus fuerzas de reacciones  y aceleraciones.
            Como ahora, por ejemplo, los lentes ahumados de ese señor alto y moreno que viene bajando de un auto con una joven. Tomándola del brazo entra al edificio y suben al ascensor. Argive no ha podido visualizarlo bien, sin embargo percibe que no son propietarios en piso alguno, sino sólo visitantes. Por costumbre, mira hacia el indicador de detenciones. Parece que van al piso catorce. Algo le ha molestado, tal vez esos horribles lentes oscuros. Por lo demás ¿a él que puede importar? Si fuera a preocuparse por cada individuo que entra o sale...
Recuerda la frase desagradable de la pequeña judía que vendió el 1101 para adquirir una casa independiente: “Tanto lujo y despliegue de personal, ¿para qué? ¡Sí sólo se está en un conventillo elegante!”
            Argive, quisiera, honradamente,  que todo funcionara en relación a un principio hombre-máquina, en que cada cuestión específica obtiene un resultado también específico. Una mecánica que le imprimiera cierta cohesión a las posibilidades de cada condición humana. En compensación, tiene que ocuparse en determinar qué fuerza deformante influye en la actitud de los habitantes del 812, quienes reuniendo todas las condiciones de buen trato, decencia y cultura, tiran las basuras por la ventana de la cocina, ensuciando los jardines. Y el esposo y dueño de casa, baja ocho pisos a pie para encontrarse en las escaleras, “por casualidad”, con una joven...
            Distrajo su pensamiento con las correrías de los niños del edificio que jugaban en los prados. Algunas asesoras del hogar los vigilaban bastante displicentemente, mientras entablaban cordiales relaciones con los jardineros, futuros nuevos acompañantes de alguna próxima cita para un día domingo.
            Algo como emoción, le ablanda los sentimientos. También en su casa, hasta hace poco, bullangueaban niños. ¡Sus nietos! Pero, demasiado velozmente, habían transpuesto esa etapa, y  la menor Rosita, era ya una bella jovencita. Precisamente ahora estaba pasando unos días con ellos. Al convivir a su lado se apreciaba a cuántos años luz se iba distanciando cada generación de la anterior. Rosita irradiaba desenvoltura, modernismo, personalidad. Era desinhibida y siempre estaba invitada a alguna fiesta o paseo.
            Sus admiradores la seguían y ella coquetamente jugaba a desplazarse entre ellos. No había obtenido puntaje apara ingresar a la Universidad y aprovechaba su juventud para disfrutar de todo cuanto hubiese bajo el sol. Argive hubiese deseado aplicar en ella los rígidos principios  de su propia formación, pero ya no había tiempo. Su carácter se había formado en otros moldes. El resultado había sido esta adorable criatura que los dejaba embobados con su arte inigualable para arreglarse, maquillarse, peinarse y vestirse como la portada de la última revista femenina, aunque sus padres no gastaran desmesuradamente en ella. Evocó su alta silueta, con su rojo chaquetón con cuello de piel blanca y el ondeante y castaño cabello flotante al viento, como la había visto salir el sábado pasado.
            ¡Cuán distintos esos seres tan bellos, de esta conglomerado humano plagado de vicios y defectos!
            Pero este policromo espectáculo de niños, flores, colores, risas y juegos, es saludable y vivificante. ¡Vaya! Alguien viene a charlar. ¿Sabe, señor Micens...? Cambiamos la cerradura de la puerta y colocamos otro picaporte por dentro. Con tantos asaltos a señoras que viven solas, ¡pasamos con el alma en un hilo...!  La temerosa anciana que vive con su empleada en el 1419 da cuenta de las precauciones adoptadas. Ella, no es que pase preocupada de los demás, pero ha visto subir tipos que no le inspiran ninguna confianza...Argive las tranquiliza. “Hay nochero, hay vigilante, hay mayordomo. No deben sentirse preocupadas” Pero no. Es en pleno día cuando suben y bajan cualquier cantidad de personas...Además, ¿no se ha percatado   de cuántas parejas están visitando a distintas horas el departamento enfrente de ellas? El 1421 para ser más precisas...
            Al quedar solo, comenzó a trabajar. ¡Vaya el 1421...! Ha sido comprado, vendido, arrendado y subarrendado. Evidentemente, en los últimos meses no había tenido que preocuparse mayormente por ese piso. No había cuentas pendientes por ese departamento. Alguien se preocupaba de dejar anticipadamente un cheque cubriendo los gastos, cada mes. Pero...Ahora comenzó a interesarse. Recordó haber visto subir parejas completamente desconocidas. Algo, como una incipiente sospecha comenzaba a nublar su razón, como un asaltante encapuchado. Sospechas. ¿De quién? ¿Contra quién? Por sus caminos mentales, los elementos de juicio desaforadamente buscaban al culpable. Sin saber cómo, asieron una imagen desagradable, subrepticiamente  volcada en el fondo del subconsciente... Un rostro tras unos horribles lentes oscuros. Los chillidos de los niños jugando, atenuaron su actitud alerta. Corren, gritan, dan vueltas por los prados como cachorrillos en libertad. Gozan de esa estupenda y fugaz independencia espacial, antes de guardarse en sus jaulas de concreto. Morenos, rubios, blancos, colorines, pecosos, pálidos o rubicundos. Altos, chicos, gordos o menudos. Nenes de blandos pasitos, un puñado de cabecitas embriagadas de luz, liberan fugazmente de toda complicación el ánimo de Micens.
            Un poco más tarde, todo ese mundillo infantil será nuevamente reubicado, distribuido, compilado, envasado en sus pisos respectivos, integrando pieza por pieza, ese gigantesco mosaico humano, del cual ellos son una frágil porción de futuro asignada a cada uno. Por ellos, por su seguridad y la de sus padres, la respetabilidad, la moralidad y disciplina... Inconscientemente, Argive, ha levantado su ceja izquierda. Subirá inmediatamente a investigar. Pero lo detiene otro problema. Algo urgente ha surgido en el sistema eléctrico y deberá bajar a los subterráneos. También hay que medir la presión de las cañerías y la compresión y expansión del gas.
            Vuelto a la serenidad de su oficina, contempla una vez más a los chicos en sus juegos por los jardines, aunque su mente está distante... De pronto...un auto se estaciona frente al edificio y de él desciende un tipo alto, con lentes ahumados. Baja y abre galantemente la puerta del coche, tomando del brazo a una joven. Atónito, Argive Micens, contempla con un doloroso desgarramiento, el rojo chaquetón, con cuello de piel blanca y el ondeante cabello castaño envolviendo la silueta audaz de su nieta, caminando sin titubeos, con su acompañante y  subir al 1421.     
                 

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