PELOTA AZUL
¿Por qué ahora brilla el mar
diferentemente? ¿Por qué los barcos ya no inspiran el menor interés a fuerza de
tanto mirarlos y observarlos anclados ahí? O quizás no son los mismos, pero, al
fin, en la mísera casa encaramada en las cumbres del cerro. ¿Qué más da que
sean o no? Lo tangible es, lo que antes inspiraba entrañable afecto, ahora produce
violencia en mí. Sobre todo ésto. - ¿Cómo está la vecina? ¿Y Carolita...? –
Igual. Tal como la traje del hospital. Y la otra, y la otra. Y todas
preguntando estupidamente lo mismo. Sí, ya se fueron al colegio los demás. –Y
qué precioso está el mar hoy, ¿No es cierto? –Sí, ya está haciendo calor.
Claro, está haciendo calor y no está ni
siquiera el refrigerador en su sitio. Partió siguiendo el camino del tocadiscos
y la cocina nueva, flamante, adquirida con facilidades. Una ganga, fíjate, así
por lo menos si la casa es modesta, no faltarán comodidades. –Sí, pues alguna
satisfacción hay que darse. No todo será trabajar y criar chiquillos. Y
ahora...-Pero, ¿Cómo no van a encontrar un comprador? – Sí, mujer, encuentro
pero chipeado. De a diez mil pesos mensuales.- Y la operación vale veinte
millones.
El día
rutilante, insolente de luz y sol. También hay que pensar en hacerle comida al
marido y los demás niños...Se percata que en el subconsciente los trata con
cierta modificación afectiva; como si toda su familia estuviera ausente del
comportamiento emocional que la aqueja. Le dan vueltas en las circunvoluciones
cerebrales los ruegos de su madre. No, hija. ¡ No! Tiene que haber justicia. Un
Dios está mirando. Pero, ¿dónde está Dios ahora? Si ella casi no se atreve a
entrar a la pieza oscurecida. Tapada la única ventana que recibe luz, aire, sol
y el precioso panorama con el precioso mar, allá lejos. No habrá de bajar más a
lo de los comparendos. Ni abogados, ni citaciones al juzgado. Y toda la casa en
un desorden indescriptible. Los nervios de punta. El dictamen de la justicia:
accidente, fortuito, menor de edad, casualidad. La pelota azul que escapó y
Carola corriendo tras ella y el muchacho que venía con velocidad la empujo.
Tres metros. Sí, tres metros y sin baranda. Los cinco años de Carola con ese
nombre y algo de baile. Carola Barcarola. Carolín Cacao Leo Lao. Así jugaba. Su
cabecita destrozada. Sus vértebras cervicales quebradas donde no pasaría más la
savia vital. La médula que daba el tono a su parloteo, cantos y juegos. -Mamá
ya sé contar: Uno, dos, tres, siete, cinco, ocho.- Pero no Carlotita, Carolita,
Carolinita. Mi pichoncito que bajó del techo. Te comiste el cuatro y el seis.
¿Dónde los metiste? Y lo repetía hasta aprenderlo y ambas reían felices...
¿Justicia? ¿Estás en este mundo? ¿Dónde encontrarte? Un buen abogado. Pero el
padre del muchacho puede pagar uno mejor...
-Llévesela,
señora. Hemos hecho todo lo que la medicina puede. De ha hecho todo. Es cierto.
Tres operaciones. Médicos, enfermeras, hospitales, ambulancias. Tratamiento
especializado Tránsito de una unidad de internación a otra. Cotejo de diagnóstico.
Profesionales de enlace. Informes “Determinada la alteración de la integridad
de su campo de conciencia...”
Esa extraña placa
de platino incrustada como en la cabeza
de un horrible ser espacial, en la caja craneana de la niña. El
retroceso de su mente a la primera etapa infantil, sin control de esfínteres.
Los terribles ojos fijos y sus gritos... El temor de volver a escuchar aquel
grito, aterroriza...Abre la puerta. Ahí está el pequeño bulto, vendado, inmóvil
a fuerza de calmantes. Durmiendo, en el límite indefinido e indefinible de la
normalidad y la monstruosidad. Con el cerebro totalmente alterado. Felizmente
no durará mucho... ¿Es qué una madre puede pensar así? ¿Es que la capacidad
para sentir tiene validez solamente en el placer? Pero ¿por qué no existe la
misericordia? Carolita, rubia, graciosa, inofensiva, jugueteando como los
ángeles con sus hermanitos, alegrando la pobreza, repitiendo los cantos del
último cantautor. (Cómo le daba risa ese nombre). ¡Cántalo! –decía Carola al
verlo en la tele. ¡La Tele! El desgarramiento que sintió al ver cuando se
la llevaron también por el camino de las
compraventas de ocasión que habían seguido los demás artefactos
electrodomésticos y hasta los flamantes cubrecamas a telar... -Primero está la
salud, hija- había dicho su madre. Pero aún con todo eso no se podía comprar la
salud, la vida, la inteligencia, la normalidad y nada es devuelto cuando se ha
perdido. “Traumatismo Encéfalocraneano Múltiple”, “Cerebro dañado. Como una
información conjetural, claro está.” El diagnóstico se le quedó grabado como
una fulminante razón. La más cruel de las respuestas. Accidente. Toda
bajada debería tener barandas. Es
cierto. Pero ningún municipio tendría ítem suficiente para proteger cuanta
escala, quebrada o precipicio existe... ¿Por qué haberle regalado esa maldita
gran pelota azul, de plástico? Quizás nada habría sucedido si la puerta no
hubiera estado abierta...O tal vez sí. Esos muchachos en cualquier momento
podían empujar a un niño pequeño. ¿En qué estaba ella que no se dio cuenta
cuando la niña salió corriendo? Fue un instante, un minuto o un segundo, lo
preciso para que sucediera. Seis meses de agonía, gastos, carreras, noches,
noches y noches sin sueño ni reposo. Y el muchacho ese riendo
insolentemente con los compañeros de
juegos, como si nada...Tiene ya dieciséis años. Físicamente puede ser hasta
padre de familia ya...La primera reacción: ¡Matarlo! Que ese padre y esa madre
sufrieran lo mismo que ella...- No, Hija. ¿A qué desgraciarte? ¿Quién cuidaría
los otros niños y el marido?- Nadie podrí librarte de la Correccional...Es
fácil aconsejar...Palabras y palabras. ¿Son algo ante este infierno?
El mar está
demasiado azul hoy. Azul como aquella pelota...Como los azules ojos de Carolita
cuando le brillaban al reír...
¿A qué
misteriosas leyes obedece el mundo que, de súbito, puede perder su armonía?
Reflexión, sensatez. Rigen solamente si todo está normal. Pero ahora...Ese
volver los ojos blancos y prorrumpir en estertores con la cabecita vendada como
un lastimoso fardo o una momia que, por equivocación, no está tranquila en su
sarcófago...Y esa mirada sin expresividad que no encontrará resonancias ya ni siquiera
con el afecto...-No durará mucho-...Fue el consuelo del doctor al entregarle el
pequeño bulto. Pero ya era mucho. Demasiado. Sufría, sufría y todos sufrían.
¿Hasta cuándo? Podría darse el caso, como habían explicado, que durara años en
ese espantoso limbo... ¡NO! ¡No era posible! Felizmente la casa está sola a
esta hora...Suave, suave...el almohadón fue cargado con más fuerza...y la
pequeña respiración que aún mantenía el latido y el contacto con la vida, dio
un solo sobresaltado aletazo final...
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