Rosario
de labios
I
“Gocémonos,
Amado, y vámonos a ver la hermosura al
monte y al collado, do mana el agua pura; entremos más adentro en la espesura.”
(San
Juan de la Cruz)
Consumado, todo va tomando el color de un solo vuelo, donde
la imagen del misterio continua entre el marco de su puerta, no, atreviéndose
al paso de mi aguardo. Peregrinación, que despierta en el santuario, y seduce,
esta encarnada pasión, dilatándose ya, por la mirada que recubre lo divino.
II
Alumbramiento, arrodillándose junto al goce beso sus pies,
y rezo el pronto regreso del ángel, ese, aventurándose con un “quién no lo
desea”, hilado ya, al dorso de la cruz, acechando el deleite de ser, el cordero
de virtuoso delirio.
III
“Aquesta
viva fuente que deseo, en este pan de vida ya lo veo”
(San
Juan de la Cruz)
Alargo su mirada que se incrusta muy dentro, pidiéndole
quedarme a su lado, ofreciéndome despejar aún más el vuelo, donde se teje la
vida con un acabamiento por florecimiento, después de encender la llama de un
ave círculo de velas; y se profana la entrada, se le pide al padre, el legado
hijo, así de suave, recostado al pie del manzano, recibiendo la médula,
brillando por su calvario parabién entrega.
IV
Fugaz retoña, se bautiza en mis aguas, mientras lo
contemplo, llevándolo al callado sacrificio, cuando más, me sepulta la mirada
de su bien exquisito estigma. Navego como prueba de fe uniendo cielo y tierra,
disolviendo el árbol del bien por mal. Más, así, se renueva la estatura de lo
alto, regresándome la mirada, que atravieso por otros paisajes de arrinconados
tiempos, cuando se incrustaba la luz sobre la superficie acallando los colores,
mostrando la piedad de ser Cuerpo.
V
“Cubre
con su pisada firme, la huella de salino vida sobre un cuarto de lápida arena”.
*
Desde ese instante en oración continua, nacieron los cantos
a través de saborear los pinos de la montaña, cantos, inmemoriales sobre
etéreas lágrimas, llamándolo océano, este brillo sobre un acariciar su rostro.
Así, lo cubro con el manto de sus propias aguas, y temblando lo bebo por los
dos costero leños, invitándome, más la diadema sumergida en único collar de
olas.
VI
Criatura vestido con túnica de halagos, vuelvo a la cruz
donde un día naciste; hoy en mi memoria te encuentro sin el cobijo de épocas anteriores,
subiendo más alto, de nuevo los peldaños, para llegar a ti, colocándote aquella
pasada sangre que se mezcla con el sudor ardiendo en la vertical línea
sosteniendo tus manos; y se hunden como remos, en propio río ligero, igual,
santo abanico respirando por todo su cuerpo. Además, es suave, ir bajando por
cada madero; ya en la boca, el roce de sal, ya en el costado la abierta
caricia, radiante, bajo la voluntad de Dios; más se estima y se percibe, cuanto
lo disfrutó en pasada vida, el acaecimiento atrayéndole a través de la mirada
este brioso rosario de labios.
VII
Llega con bronceada fuente, se anuncia el encuentro y
tranquilizo el espacio del crucifico, con lo más duradero en la memoria:
galopando fuerte la sangre por las venas, al tenerlo cerca, mirándome, navegar
dentro de su noche. Me rodea con su dulce silencio que aspiro de los aéreos
gestos, guiándome hasta su altar. Allí, le presento la doblez enmarcando todo
su cuerpo, pidiéndome ese pronto regreso a ella.
VIII
Lo introduzco en mis aguas, me disfrazo de su mandamiento,
y con mis palmas juntas, froto entre ellas el bálsamo que cubrirá después su
dormido atuendo - aliento.
IX
Recorro lo traslucido, bajando todos los escalones; me
regodeo en su vivero que se me ofreció hermoso, palpando el pronto crecimiento
alabando floreciendo de la húmeda tierra, que espera darle su semillero oleaje,
entre luces todavía; así, callado, pero con respirar suplicante frente al
último atuendo que reviste su cuerpo: lo desprendo.
X
Queda, fijo sobre aquel desnudo goteo, mientras, más, entro
a lo íntimo de su esencia clamando la entrada de convertirse en líquido fuego,
deslizándose ya, por las paredes de mi boca.
XI
“Nunca,
reveles otra vez aquella voz, ella –o él –, le teme y detiene su más interno
sueño por un no comprendo.” *
Consumado acto de muchas memorias; vuelvo colocándole su
corona de santo, siendo él, imaginándome muy subterránea; aún así, recojo su
descanso, lo cubro con el mismo bálsamo abrigo, para tenderlo en lo azul de un
ensortijado silencio, y sin disculparme, miras, cómo beso tu encantado espacio,
cómo bebo de su albo vino; y, puedo maravillar el presagio, ya que, aún eres
figura, eres ausencia en mis brazos. Sin embargo, le diste un brillo para
atrapar esta ventura, de ser la que espero, por lo clandestino de tenerle entre
cruzados maderos sosteniendo la complacencia de bañarme en su incrustado lago,
liberándome, la ceremonia con su néctar sagrado en la voz, -muy mía-,
pretendiente del privativo perdón, esperando el siempre húmedo, -muy suyo- así
sea.
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