COSA DE REYES
En una tarde de otoño, del siglo XVII, el Rey del
pueblo de Saladillo, salió a pasear por los hermosos jardines de su palacio, en
compañía de su Dean, el Camarlengo del Cardenal y un vasallo. Más allá de estos
lugares, un profundo bosque evitaba el contacto con la pobreza y desesperanza
de los súbditos.
Esta vez, sin embargo, quiso ir a comprobar los
rumores que llegaban a sus oídos sobre las paupérrimas condiciones de vida de
sus pobladores. Atravesó el bosque, y antes de salir de éste, el vasallo les
hizo entrega de un sayo y un par de ojotas de esparto, para no ser reconocidos.
Vistieron las prendas, ocultando sus rostros y el
ropaje real. Se convirtieron en un grupo de peregrinos, como tantos otros, que
pasaban a diario por el villorrio. Recorrieron las pobres callejuelas sumidas
en el barro, se enfrentaron cara a cara con la muerte. A ésta le arrebataron un
moribundo que se arrastraba asido de una de sus piernas. Acompañaron largo
trecho el sepelio de una abuela muerta por el escorbuto, enfermedad común en la
aldea, debido a la mala alimentación y extrema pobreza. Fueron testigos de la
riña de varios hombres por una hogaza que el palacio hacía llegar, una vez a la
semana, al poblado.
Ante tanta calamidad, el corazón del monarca se
conmovió y ordenó al Dean repartir, al día siguiente, harina para que en la
aldea se preparara este vital alimento. También ordenó hacer entrega de
terrenos aptos para el cultivo de granos y hortalizas; mejorando de esta manera,
la vida de los pobladores.
Al atardecer, de regreso al palacio, la comitiva
encontró a dos hombres sentados sobre una roca, llorando copiosamente. El
monarca de acercó a ellos y les preguntó:
-¿Por qué lloran?
Uno de ellos respondió:
-Lloro porque mi amigo llora, y él llora porque ha
muerto la cabra con cuya leche alimentaba a su pequeña Emilia.
Interrogado el segundo hombre dijo:
-Lloro porque mi amigo llora, porque lloro la muerte
de mi cabra, con cuya leche alimentaba a mi pequeña Emilia.
El Rey volvió a preguntar:
-¿Dónde está la cabra muerta?
Al unísono ambos respondieron:
-¡Allí... tras ese matorral!
-Vayan a ver – dijo el Rey.
Los acompañantes del monarca respondieron:
-Acabamos de pasar por ese lugar y nos llamó la
atención una cabra que estaba alimentando a su crío. Los afligidos hombres
corrieron a ver tal milagro.
Efectivamente, la cabra alimentaba a su crío. Con la
sorpresa reflejada en sus rostros, los hombres, volvieron la mirada para buscar
la comitiva; sólo alcanzaron a ver cuando ésta se perdía tras una cortina de
luz que interponía la puesta de sol, allá lejos, en el rojo horizonte...
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