jueves, 21 de marzo de 2019

Agustín Alfonso Rojas-Chile/Marzo de 2019


COSA DE REYES

                En una tarde de otoño, del siglo XVII, el Rey del pueblo de Saladillo, salió a pasear por los hermosos jardines de su palacio, en compañía de su Dean, el Camarlengo del Cardenal y un vasallo. Más allá de estos lugares, un profundo bosque evitaba el contacto con la pobreza y desesperanza de los súbditos.
                Esta vez, sin embargo, quiso ir a comprobar los rumores que llegaban a sus oídos sobre las paupérrimas condiciones de vida de sus pobladores. Atravesó el bosque, y antes de salir de éste, el vasallo les hizo entrega de un sayo y un par de ojotas de esparto, para no ser reconocidos.
                Vistieron las prendas, ocultando sus rostros y el ropaje real. Se convirtieron en un grupo de peregrinos, como tantos otros, que pasaban a diario por el villorrio. Recorrieron las pobres callejuelas sumidas en el barro, se enfrentaron cara a cara con la muerte. A ésta le arrebataron un moribundo que se arrastraba asido de una de sus piernas. Acompañaron largo trecho el sepelio de una abuela muerta por el escorbuto, enfermedad común en la aldea, debido a la mala alimentación y extrema pobreza. Fueron testigos de la riña de varios hombres por una hogaza que el palacio hacía llegar, una vez a la semana, al poblado.
                Ante tanta calamidad, el corazón del monarca se conmovió y ordenó al Dean repartir, al día siguiente, harina para que en la aldea se preparara este vital alimento. También ordenó hacer entrega de terrenos aptos para el cultivo de granos y hortalizas; mejorando de esta manera, la vida de los pobladores.

                Al atardecer, de regreso al palacio, la comitiva encontró a dos hombres sentados sobre una roca, llorando copiosamente. El monarca de acercó a ellos y les preguntó:
                -¿Por qué lloran?
                Uno de ellos respondió:
                -Lloro porque mi amigo llora, y él llora porque ha muerto la cabra con cuya leche alimentaba a su pequeña Emilia.
                Interrogado el segundo hombre dijo:
                -Lloro porque mi amigo llora, porque lloro la muerte de mi cabra, con cuya leche alimentaba a mi pequeña Emilia.
                El Rey volvió a preguntar:
                -¿Dónde está la cabra muerta?
                Al unísono ambos respondieron:
                -¡Allí... tras ese matorral!
                -Vayan a ver – dijo el Rey.
                Los acompañantes del monarca respondieron:
                -Acabamos de pasar por ese lugar y nos llamó la atención una cabra que estaba alimentando a su crío. Los afligidos hombres corrieron a ver tal milagro.       
                Efectivamente, la cabra alimentaba a su crío. Con la sorpresa reflejada en sus rostros, los hombres, volvieron la mirada para buscar la comitiva; sólo alcanzaron a ver cuando ésta se perdía tras una cortina de luz que interponía la puesta de sol, allá lejos, en el rojo horizonte... 

      

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