lunes, 23 de noviembre de 2020

Guillermo Gitz/Noviembre de 2020


 

El Alma del Barrio

 

Un barrio con un parque y una fuente y una estatua,

parece idéntico a otros barrios con plazas y bustos.

Sus florestas brumosas dentro de ventosos jardines

son sobrios recipientes de atardeceres textuales.

 

El corazón del barrio dormita plácido e ilusorio,

su alma se enfoca en las relaciones humanas fatigosas.

Cada entrecruce leal potencia las almas vigorizadas,

usufructuando léxicos de palabras de moda y vindicación.

 

La fauna de la ciudad tanto diurna como nocturna

son especímenes inconciliables por su disímil currículum.

Los individuos de a pie o las estirpes urbanas fugaces

no admiten ser domesticados los unos por los otros. 

 

Una melodía se escurre por la ventanilla de algún auto,

a veces es exquisita y otras es una pesadilla criminal.

La música del barrio es concordante con su estética,

cada cual posee la suya desde décadas o desde ayer.

 

Trazar el origen de un barrio puede ser tarea frustrante,

nadie tiene la clave para investigar su historia oficial.

Pero es innecesario conocer su linaje para habitarlo,

uno se ubica donde puede y después se va habituando.

 

Tomar un espacio urbano como propio es abusivo;

es que el alma del barrio es potente y escurridiza a la vez,

promueve declaraciones de elogio tanto como de crítica.

A algunos les tocó residir en tal o cual zona y la atesoran;

frustrante es habitar un barrio que nos desconsuela.

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