El otro cielo
Cuando llegué a las puertas del cielo, no había nadie esperándome.
Golpeé mis manos como en un viejo ritual que usábamos cuando era un niño,
una práctica de los tiempos sin luz ni teléfono ni casi nada.
Un anciano de barba larga abrió y me dijo:
Dejá abierto, no me quiero perder lo que está sucediendo en la nube número diez.
Dejé la puerta entreabierta como me había dicho y lo seguí corriendo hacia
ese lugar, hacia esa nube.
Un pibe hacía malabares con una pelotita. Desde donde estaba yo, demasiado lejos
para mi vista, parecía una naranja.
La pasaba de su cabeza a sus rodillas, de ahí hacia sus pies y volvía a una secuencia
similar, apenas cambiando el orden anterior.
Los miles de personas o almas o vaya saber que éramos, mirábamos en silencio un acto
que era mágico e inexplicable.
Le pregunté al anciano quién era y me contestó que era un pibe que había llegado hace
unos pocos días y desde entonces, su acto no se había detenido jamás.
Desperté de este sueño impresionado y confundido.
Desayuné rápido y salí a caminar. Las paredes hablaban de él, las revistas y los diarios
tenían su rostro y todo estaba impregnado por su muerte.
Cuando vuelvo a casa, mi gato Sasha juega con la última naranja que nos queda y sus
ojos parecen decirme que los dioses nunca mueren.
Qué gusto encontrarte en la página de Graciela, Andy, con tu poesía tan necesaria. Muchas gracias.
ResponderEliminarUn abrazo y mis mejores deseos
Analía
¡Genial, Andrés! Siempre es un gusto leerte, tu poética es dueña de un estilo propio, sorprendente, inimitable y singular. ¿Qué más se puede pedir?
ResponderEliminar¡Salud y felicidades!
Lina