lunes, 21 de junio de 2021

Daniel Gómez-España/Junio de 2021



 

El pequeño pueblo

 

El pequeño pueblo de las casas centenarias,

viejas piedras que guardan el paso de la gente,

musgo melancólico en los techos de pizarra,

y el humo macilento de una chimenea

pavoneando sus cocidos y fabadas.

Tarde sobre la que se agachan las nubes metálicas

y pluviosas.

El viejo en un rincón, abrigado en los aleros

del hórreo familiar, y fraguando

con sus manos nudosas las madreñas invernales,

las viejas andando por las calles enmudecidas,

surcando el puente soñoliento y dormido

que se abre paso en un arroyo cargado

de frío, de peces, de pasados otoños.

Hojas muertas en el sendero, los cayados temblorosos

y anudados en las manos abriéndose camino,

y el campesino, un poco a lo lejos, hurgando

con su fuerza por el viejo terruño de Asturias.

Suena pues la campana de la iglesia,

con su gélido, rural tañido,

allí clavada en un recoveco del pequeño pueblo;

suena, y parece que ella temblara en esos pinos,

y en el metal aguado de las nubes.

Es tiempo de rezar.

Se abre la piadosa puerta de madera inmemorial,

y los cayados de los frágiles ancianos

se sientan en los bancos.

Llueve. Sigue lloviendo.

El techo de la iglesia gotea y se mezcla con el rezo

y con el crujido de las vestimentas arrodilladas.

Allá a lo lejos, la campana retumba

y retumba en el oído del campesino,

que vencido por esa, su tierra natal y milenaria,

decide volver a su casa. Y dormir.

 

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