LA AYUDA DEL ALIENÍGENA
Los dos amigos coincidieron en la estación de metro de Valley Center. El suburbano estaba
casi repleto a esas horas de la tarde, pero aún se podía caminar por el túnel de forma
decente, sin dar molestos y desagradables empujones a los ciudadanos que en él se
encontraban, andando, paseando muchos de ellos por el arcén, muy cerca de las vías.
Fue una gran casualidad. Cosas que pasan de vez en cuando. Podía haber sido cualquier otro
encuentro, cualquier otro emotivo cruce entre dos conocidos, pero había sido entre dos viejos
amigos de la escuela en este caso: Allan y Peter. Los casi dos metros de Allan hacían
contraste con los apenas uno setenta de Peter. No era la primera vez que se encontraron tras
abandonar cada uno de ellos la escuela, pero la última vez que habían coincidido era tres o
cuatro años atrás. No habían cambiado mucho de aspecto, desde esa última vez.
- ¡Qué tal, Peter! Te veo fuerte como un roble, cada día parece que estás más en forma. Debes
hacer ejercicio cada día, macho.
- No te pienses, Allan. Por cierto, que me alegro de volverte a ver. Sería cosa de hace tres
años que nos encontramos por la calle, en Orange Street. ¿Te acuerdas, amigo?
- ¡Cómo no me voy a acordar, Peter!. Yo venía de ver a una amiga de su casa, y tú venías de
ver un partido de béisbol, en el cual había perdido tu equipo favorito. ¡Menuda cara de perro
rabioso tenías, tío!
- Sí, no me lo recuerdes, Allan. Ese año estuvimos a punto de perder la categoría. Pero las
cosas han cambiado mucho desde entonces, ¿eh?. Los Devils han hecho un gran progreso
con los cuartos que tienen, ¡menudo equipo han configurado para romper moldes en la Liga!
Allan sabía que su amigo era sincero y buena persona. Para él era un amigo muy especial.
Sabía como ningún ser humano puede saber que Peter no era el típico hombre que se juntaba
por conveniencia con otras personas. Lo veía en sus ojos...y en su mente. Podía saber
cualquier cosa que éste pensase, aunque tenía sumo cuidado con la intimidad de los demás, y
más en concreto de su gran amigo. Le sabía mal meterse en sus cosas privadas, era como una
falta de respeto y algo poco digno. Allan tenía sus principios, su dignidad. Un ser de otro
mundo, bien lo sabía (y no lo sabía nadie más en la Tierra), pero con sentimientos y nobleza
como pocos hombres y mujeres hay en la vida.
Los dos amigos se despidieron con un fuerte abrazo y prometieron volverse a ver mucho
antes que la última vez. Se dieron los teléfonos para ir a ver juntos un partido de los Devils
que jugarían al cabo de unos días.
Habían pasado cinco días desde aquel encuentro en el metro, y no faltaba mucho para el día
del partido de béisbol de los Devils. Ya tenían los dos las entradas, y el interés por ver el
espectáculo deportivo iba en aumento a medida que se acercaba la gran tarde. Pero Allan
sabía que no todo estaba en orden, que debía prestar especial atención a un asunto que se
podía convertir cada vez en más peliagudo. Su amigo Peter estaba en peligro. En auténtico
peligro. Y él no lo sabía. Sabía que a Peter le buscaban unos hombres, desde hacía días o
semanas para asesinarle. Querían acabar con él. Y eso no podía ocurrirle a su amigo, no
podía consentirlo, entre otras cosas porque él no había hecho nada malo. Hacer algo malo
sería harto inusual en él, conociéndole bien como le conocía. Sabía que había una confusión,
una tercera persona que se había metido en medio y no había actuado como debía. Las
personas oscurecidas y precipitadas son capaces de cualquier cosa, como poner la vida en
peligro de seres inocentes. Así que se dio bastante prisa, cogió el móvil y le hizo una llamada
a su amigo. Suerte que le había dejado su número hacía unos días, porque si no hubiese sido
más complicada la ayuda . Cuando acabó de marcar la numeración de su amigo, sonaron
unos pitidos de espera, y en seguida la voz ronca de Peter:
-¿Sí? ¿Diga?
- Buenas noches, Peter. Soy tu amigo Allan. Te llamo para decirte algo importante. No salgas
mañana a la calle, ¿de acuerdo? Y no es una broma. Te quiero mucho. ¿De acuerdo?. Mañana
en casita, ¿vale?
- Perdona, Allan. Mañana tengo que ir a trabajar, debo salir de aquí a las siete de la mañana.
¿Qué demonios te pica, para decirme estas cosas a estas horas de la noche?. ¿Estás bien?.
- Estoy perfectamente, y espero que me hagas caso. Es por tu bien, amigo. Y ahora debo
dejarte. Hasta pronto.
Allan colgó el móvil y Peter se quedó con cara de estupefacción. No podía creer lo que le
había dicho su amigo. Si no era una broma y él estaba bien, ¿para qué demonios le daba ese
supuesto aviso o advertencia?. ¿Qué se creía Allan, que tenía dotes de vidente o era un ser de
otro mundo? Tonterías suyas, pensó.
La noche fue peor de lo que le hubiera gustado. Una fría y horrible pesadilla le hizo
despertarse de golpe y con mucho temor, con la alegría eso sí que todo había sido un mal
sueño. Pero había visto en imágenes que era asesinado por unos hombres, como le hizo ver
su amigo Allan. Al final decidió no ir a trabajar. Tal vez Allan sabía más de lo que parecía en
un principio. Al fin y al cabo, pensó que tal vez algunos de los que viven en la Tierra son en
realidad de otros planetas. Y tal vez Allan lo era. Sonrió y decidió preguntárselo la próxima
vez que se vieran, en el apasionante partido de béisbol de los Devils.
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