viernes, 22 de marzo de 2024

Luis Tulio Siburu-Argentina/Marzo 2024


 

LA ARMADURA DE PLUMAS 

 

 

Fulgencio es veterinario. Lo han llamado los dueños de una granja para que revise al gallo porque anda con diarrea, secreción nasal y ocular y con mucho letargo, tanto que hace rato que no pisa a una gallina, cosa que afecta mucho a la economía del establecimiento, ya que no han conseguido subsidio estatal por epidemia aviar o mejoras en el precio de huevos y pollos.

Pero Fulgencio tiene un complejo de base psicológica. Le aterrorizan los picotazos de las gallinas, que a su vez lo odian a él porque el veterinario siempre anda con una camiseta de Boca debajo de la campera, como sobrándolas. Así que hay que buscar una alternativa para que Fulgencio atraviese confiado y sin inconvenientes el gallinero hasta donde el gallo está tirado esperando atención. Dicen que la necesidad tiene cara de imaginación. Y eso es lo que hace pensar a la esposa del granjero, en una alternativa segura para resolver la situación.

Entra ella al galpón donde acostumbran a estar las ponedoras y se pone a juntar todas las plumas desparramadas por el suelo. Luego las lava bien, les saca todos los piojillos, corta con su habilidad de costurera una chaqueta de cuerina y le adhiere con pegamento las plumas recogidas. Ya está. Falta sólo el copete. Eso es fácil. Su marido hizo la colimba en el Regimiento Patricios y se ha traído de recuerdo el casquete del uniforme, al cual ella también adorna ahora con plumas y una cresta roja de pañolenci. Ya está lista la armadura de plumas para que Fulgencio entre confiado y protegido al gallinero. Realmente la singular chaqueta simula, casi, casi, un perfecto gallo, que por el tamaño hasta puede ser de riña.

Después de tanto trabajo de ésta mujer Fulgencio no se puede negar, así que se pone la armadura y se manda dentro del gallinero. Las gallinas miran de reojo al extraño gallo que apareció de golpe, pero atinan solamente a hacer una barrera para que no les coma el alimento y lo dejan hacer.

Fulgencio llega hasta el gallo enfermo. Además de lo que le habían adelantado los patrones, estaba con hinchazón en la cara por acumulación de líquido,  picazón en la cabeza e inapetente. Fulgencio se da cuenta porque se rasca continuamente con la patita y además el granjero le había comentado que no había comido nada desde hacía dos días. El veterinario verifica que el plato de maíz está sin tocar.

Fulgencio trata de recordar las clases de Virología Aviar de la facultad y se le pasan por la mente diferentes enfermedades, como ser, Viruela aviar,  Bronquitis infecciosa, Leucosis linfoide, Bursitis, Laringotraqueítis e Influenza, que en su mayoría son altamente contagiosas, de rápida diseminación. De todas ellas entiende que la que más coincide con los síntomas es la Influenza, por lo que manda urgente al granjero a galope tendido hasta el pueblo a comprar la medicación adecuada.

Llegado el medicamento inyectable, Fulgencio se lo aplica rápidamente y decide quedarse junto al gallo durante la noche, para acompañarlo en su convalescencia y poder observar el resultado del remedio elegido.

Estaba Fulgencio dormitando a la madrugada cuando sintió algunos pasos y se dio cuenta que tenía seis gallinas a su alrededor haciéndole arrumacos, con nítidos síntomas de estar en celo y bastante excitadas. Lo primero que se le ocurre como defensa fue ponerse las dos manos sobre sus genitales por si la confusión de las gallinas continuaba o pasaban a la acción, pero después decide entrar a la etapa del convencimiento verbal: - Ay chicas, dejen dormir a papito, mañana seré complaciente con ustedes…Ramón y Ramona, el matrimonio de granjeros, que era de poco dormir y observaban la escena, se reían a carcajadas detrás de la ventana de su hogar.

Temprano, cuando vio que el gallo se iba recuperando, Fulgencio, en puntas de pie, huye del gallinero. Una gallina que tenía el ojo derecho abierto le comenta a otra que está semidormida: - Al final, este gallo de raza desconocida, mucho tamaño, mucho tamaño, pero resulta ser un maricón…no sabe lo que se perdió. Éramos seis, se hubiera hecho un festín…

 

 

 

 

 

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