sábado, 20 de julio de 2024

Jorge Etcheverry-Argentina/Julio 2024


 

Del diario del paciente

 Me sentí de repente como suspendido en el espacio y de repente el cielo se me vino encima.  Mi cabeza sintió un golpe en la frente, pero que me llegó como de muy lejos.  Del cielo, contra el que mi espalda se adosaba, colgaban invertidas las casas de la calle, los niños que ahora estaban callados y me miraban, y los árboles, pero yo no me caía hacia abajo.  Me parecía que una serpiente de fuego se me anidaba en la cabeza subiendo desde la columna vertebral.  Abajo, es decir arriba, veía algo así como un fresco naranja, que fuera de piedra, iluminado por una luz blanca y calurosa, húmeda, que hacía destacarse unas figuras enormes de seres borrosos que temblaban en su inmovilidad, tallados en la misma piedra que unas enormes flores de formas ingenuas, en las que se posaban ocasionalmente enormes pájaros.  Grandes plantas verdosas asumían el color del friso en el instante mismo en que aparecían en mi campo visual y pasaban a alinearse, petrificadas, junto a los otros objetos de ese universo de piedra.  Yo miraba desde afuera, pero también estaba ahí, mi cuerpo como el de un mono de piedra de color naranja.  Yo era una pobre gárgola, acurrucada, formando parte del muro.  Las lágrimas me corrían por las mejillas de piedra.  Estalló un trueno.  Al cielo lo cruzaron relámpagos.  Llovía.  Toda mi epidermis lloraba humillada, vuelta hacia el sol.  Yo era una pobre gárgola de piedra en un ángulo del templo, soportando el templo sobre mis angostas espaldas de piedra de gárgola llorante de piedra roja del templo.

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