Revista Literarte creada en Noviembre de 2001 para la difusión de todas las disciplinas del arte.Declarada de Interés Cultural por el Honorable Concejo Deliberante de Vicente López en Diciembre de 2002.
DECLARADA DE INTERÉS CULTURAL POR LA SECRETARÍA DE CULTURA DE LA PRESIDENCIA DE LA NACIÓN ARGENTINA SEGÚN RESOLUCIÓN 1706/10, en Junio de 2010
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Las aguas bajan como cintas por las laderas de la montaña. Día y noche se escucha el rumor del estrecho río Somiedo, que corre a la vera de la aldea. Allí se une al río Pigüeña, en un corto trayecto confluencian y desembocan en el caudaloso Nalón. De esa uniónnace el nombre del pequeño pueblo de unas treinta casas;“Aguas Mestas”.
Los niños del lugar se divierten pescando truchas y salmones en ese agua cristalina.
Paco trabaja duro de sol a sol, atendiendo los colmenares y los sembradíos. Alcira, su mujer, trabaja a la par, al igualque Agustín el hijo, un mozo guapo y fuerte.
Hay pocos jóvenes en el pueblo. Los que se animan, parten a las grandes ciudades a trabajar o a estudiar, en busca de nuevos horizontes; ya que en estos pueblos montañeses, la rutina es de por vida.
La única diversión son las fiestassantorales, en los prados al aire libre. La gente va a cada pueblo vecino cuando es la celebración del santo, algunos ataviados con sus vestimentas tradicionales. Van caminando y cantando al son de las gaitas y panderetas. Al llegar se acomodan en largos bancos de leño o se sientan en el pasto.Beben vino dela bota,escancean sidra yalgunos tragos de anís, meriendanalguna tortilla salada o dulce ybailan danzas regionales, al compás de los improvisados músicos.
Una de esas noches, Agustín marchó a la fiesta de Santiago, el santo del pueblo vecino.Allí estaba la jovenmás bonita del lugar. Agustín se acercó y la invitó a bailar.Hacía tiempo que quería cortejarla. Esto despertó los celos de otro joven que también estaba interesado en ella. Cada vez que la pareja se acercaba,lo molestabacon su mirada desafiante, trataba de rozarlo con la intención de provocar su enojo, para así dirimir su encono por la fuerza..
Al término de la fiesta y con algunos alcoholes de más, los dos muchachos insistían en acompañar a lajoven a su casa. Comenzaron los gritos, los empujones, ella se alejó de la discusión y se fue con sus amigas. Quedaron solos en medio del prado. Se tomarona golpes de puño. Uno manoteó una piedra.Furioso la revoleó con tanta fuerzaque derribó a su rival. Reaccionó asustado y escapóhacia el pueblo vecino donde vivía.
Al día siguiente la noticiacorrió de boca en boca. El joven golpeado y malherido había fallecido desangrado.
Presa de inenarrable angustia, Agustín trata de hablar con su padre. Lo intenta varias veces, pero la voz estrangula su garganta.
.El corazón del padre acelera su ritmo. Algo tormentoso se está gestando en su interior. Mira el estado de conmoción de Agustín.
Presiente
Hace un esfuerzo y le pregunta qué tiene que ver con ese hecho. Lo zamarrea y le exige que le digasi es el autor de esa muerte. Agustín asiente con la cabeza, envuelto en un llanto inconsolable. El padre con el rostro transformado de impotencia y dolor, le hace una confesión:
Cuando tenía tu edad, me enamoré de unahermosa muchacha,tuvimos un apasionado romance. Los padres decidieron que fuera a vivirconunos tíos al sur, y no supimos nada más uno del otro. Tres años más tarde, volvióal pueblo con un niño.Una tardenos cruzamos, le pedíexplicaciones, me confirmó que yo era el padre deese niño, que no me lo había dicho antes porquesi su familiase enteraba quién la habíaembarazado, loiban a matar.
.Ella mantuvo el secreto y ahora había vueltoal fallecer su padre.
Yoestaba comprometido con tu madre, con quién me casé. Al año naciste tú.
Ambos crecieron en este pueblo, tú a mi ladoy mi otro hijo sin saber que yo era su padre. Ahora pierdo a los dos. Uno viaja hacia la eternidad y al otro lo espera la justicia.
Suenan las campanas de la pequeña parroquia del pueblo. Su tañido acompaña a esos dos seres que se funden en un abrazo mojado de llanto.
Siempre me atrajeron los altillos. Esos cuartitos oscuros, con olor a brujas y fantasmas, con sus secretos, reales o inventados, era un poderoso imán en mi niñez.
Estoy con mi madre, en la antigua casona de su infancia, la abuela ya no está y ella quiere rescatar lo que se pueda, y por qué no confesarlo, volver a los recuerdos.
Recorro los patios, rodeados de eucaliptos yparaísos, yuyales que amenazan invadir la entrada, el suelo cubierto de brevas podridas y la vieja higuera mirando el ocaso de sus hijos. Recorro las habitaciones, perfumadas de encierro. Una angosta escalera me lleva al altillo. Ansiosa, abro la puertita de madera machimbre, conun suave quejido, parece darme la bienvenida. Enciendo la linterna, sillas apiladas, muebles rotos y otros trastos se ofrecen a primera vista. Recorro los viejos cachivaches y lo veo.
Simplemente estaba ahí, cubierto de polvo, entre objetos descartados por inútiles o desvalorizados por ignorancia. Alumbro el rincón. Corro el viejo y destartalado sillón de mimbre. Envuelto en ennegrecido lienzo, un antiguo baúl, a la luz de mi linterna, muestra, entremezclados con el polvo y lastelarañas , vestigios de dorados herrajes.
La curiosidad me acucia. Me cuesta levantar la pesada tapa, siento como si de adentro alguien la tironeara. Un olor a encierro, a cosas viejas me envuelve. Hurgo, indago. Me atrae el brillo de un collar roto, una pequeña caja de zapatos, una muñeca sin brazos, un frasco con conchillas de mar, caracoles, tapitas de lata, hilos de bordar y un paquete de naipes manoseados. El desencanto le está ganando a mi curiosidad. Es entonces que descubro una cartulina cosida a un tapiz envejecido de encierro. Con sumo cuidado lo doblo.
Bajo la escalera, lo despliego en el piso y, cepillo en mano quito polvo y telarañas. Veo figuras bordadas con coloridos hilos de seda. Incrustaciones de piedras resuelven las imágenes que sostienen los marcos. Un enorme, gigantesco pico de ave aciela la escena con figuras en inverosímiles posturas. Pienso en algún aquelarre de brujas malignas. Despego la cartulina enredada entre hilos plateados. Trato de descifrar su escritura gastada. La cartulina tiembla con mis manos. Hay una inscripción “Algún día… y seré lágrima”. Intrigada releo lo escrito.
Es el momento en que aparece mi madre. Hace tantos años que no veo ese tapiz que ya lo tenía olvidado. Míra como está comido por las polillas; déjalo, lo he guardado porque siempre me intrigó la historia de la tía Honoria que lo bordó. Cuéntame madre, cuál es esa historia.
Según tu abuela, la tía Honoria, su hermana, era una niña muy traviesa, al límite de la maldad. Un día le quitó a mi madre su mascota, un pequeño búho que movía los ojos, azules como el zafiro y brillantes como la luna en el agua. Lo escondió y nunca quiso decir dónde. En castigo, la abuela la confinó a bordar ese tapiz. Treinta días estuvo la tía Honoria, aguja e hilo, hilo y aguja. No dejó que nadiela ayudara. Sus ojos chispeaban cada vez que alguien se acercaba al tapiz. Revivo el episodio como si me hubiera pasado a mí. Habí Había como una culpa en la voz de tu abuela, no olvides que el pequeño búho era suyo. Mi madre calla y vuelve a sus ocupaciones.
Ahora mis ojos se detienen en un rincón del tapiz. Manchas rojizas, cubiertas de pelusa se entreveran con el amarillento transcurrir del tiempo. Una niña hurga en un pequeño cofre y se detiene en el borde acordonado del marco. El ala del ave cubre de sombra su rostro. En la mano sostiene una ovalada, brillante piedra color azul.
Los ojos penetrantes del pico la observan. Irisados reflejos iluminan la escena. Quién es esa niña. Por qué esconde su rostro. Estos interrogantes son interrumpidos por mi madre que me advierte que es hora de dormir. Le pido que me ayude a colgar el tapiz en la ventana para verlo mientras espero la llegada del sueño. Quedo sola, estoy inquieta, miro el tapiz, busco a la niña, sus manos parecen hablarme. Entrecierro los ojos.
Esas imágenes deshilvanan leyendas dormidas en lo más profundo de mis recuerdos. La historia cobra vida. Las manos de la niña acarician los bordes húmedos de la piedra.
Una lágrima cae.
Amanece, a los pies de la cama, un pequeño búho me observa desde el brillo de luna de su pupila azul. Inmóvil el tapiz, cubre la ventana. Los primeros rayos del sol, se cuelan por un ángulo del tramado, roto.
Se lo comieron las polillas, dirá mi madre.
1º Mención- 8º Concurso Internacional de Narrativa "Leopoldo Lugones"- Categoría Adultos-Biblioteca Popular y Centro Cultural El Talar