Más de lo mismo
Si alguien por casualidad me sigue, en parte con razón, es muy probable que se diga al leer mis relatos: ¡”Por Dios, pero esta mujer se repite continuamente! ¿Es qué no tiene imaginación para escribir sobre diferentes temas?” No le discutiría, como máximo podría argumentar que en ese terreno que piso fuerte, muy difícil es que ahí pueda resbalar. Nunca me he jactado de tener mucha imaginación. ¡Qué más quisiera! Mis relatos son algo así como diapositivas de mi vida. Soy cuentera. Me gusta contar los cuentos que escuché contar cuando en invierno, a la hora de la velada, vecinos y amigos se reunían adorando el fuego de la chimenea mientras consumían cacahuetes y entonaban la reunión pasando la “bota” de mano en mano. A los cuentos de aparecidos, fantasmas y bandoleros, tal como el vino de la “bota” surtía su efecto, las risas y carcajadas indicaban que los cuentos subían de tono.
Chella es un pequeño pueblo que apenas si figura en el mapa de Valencia, sin embargo, yo encontré allí, un manantial que fluye continuamente alimentando mi memoria. Al igual que en muchos otros pueblos, no faltaban en el lugar, pobres personajes marcados por su destino. Celestino, era uno de ellos: necio e inofensivo, deambulaba por el pueblo siendo el hazme reír de los mayores y la diversión de la chiquillada, incluida yo. Contaban que Celestino había nacido en casa de buena familia, decían, que hasta la edad de... más o menos los diez años, fue un niño hermoso, cariñoso y normal. Pero hete aquí, que cierto día, la suerte le jugó una mala pasada. Jugando feliz estaba Celestino cuando atinó a pasar por allí, otro de los marcados personajes de Chella: la temible Manuelica la “loca.” Tan solo al verla, el pobre Celestino quedó paralizado por el miedo, el susto que recibió fue tal que “casi” mata al muchacho. La “tía” Matilde, llena de dolor pasó años maldiciendo al “casi” por haber evitado que el susto matara a su hijo.
De cómo quedó Celestino, a Manuelica la “loca” tampoco le salió barato. El juez, la declaró peligro público; sentenciándola a papar moscas invernando en su casa tanto en invierno como en verano.
. Imposible olvidar a Iván. Iván no era ni loco ni bobo simplemente era terrible. Sus barrabasadas eran de muy mal gusto; desafiaba el peligro y siempre salía ileso. Todos le temían y llegaron a creer que a Iván lo protegía el mismísimo demonio. Nadie, si no él, era capaz de subir al campanario de la iglesia, batir las campanas en señal de alarma y burlarse de la gente mientras él se deslizaba por la torre como un personaje de historieta. El río era otro campo de acción para sus desafíos acrobáticos. A decir verdad, el río no era muy caudaloso, sus aguas tranquilas surcaban las huertas del pueblo hasta llegar donde se iniciaba un barranco, allí, el río saltaba al vacío formando una bella cascada de considerable altura. Iván nada sabía de Acapulco ni de quienes allí hacen el salto “del ángel,” él hacía su propio espectáculo pues, cuando anunciaba que iba a lanzarse desde “el salto,” medio pueblo acudía a ver el resultado de tal hazaña. Siempre existía la posibilidad de un error de cálculo y el protegido por el diablo fuese a caer sobre las rocas del barranco o bien pereciese ahogado en las aguas del golfo que se formaba al pie de la cascada. Para decepción de muchos y alivio de pocos, Iván nunca fallaba y burlonamente saludaba a su público como pidiendo un caluroso aplauso.
Dicho río no era el Mississippi pero seguramente Mark Twain hubiese encontrado allí inspiración para nuevas aventuras de Tom Sawyer.
Querida Trinidad: MUY BUENO!!!. La imaginación y los recuerdos brotan y nos traen un relato como éste, cargado de realismo y suspenso. Te abraza fuerte,
ResponderEliminarTrini que manera de contar estas reliquias de pueblo, pero además el como las cuentas es lo que atrapa, con tu estilo divertido, y como lo muestras , que lo estoy viendo y me ubicas allí.
ResponderEliminarMe gustó mucho tu relato.
Un fuerte abrazo Jóse