EL PEZ POR LA BOCA MUERE...
A Hbueno...
SIGLO IV a.C.
A la hora de la siesta, como cosa de todos los días cuando no cae el
argavieso, Sócrates, matiza la modorra que precede a la siestonga pensando.
Piensa a la sombra de una de las estatuas del patio del pensionado de
ilustres pensadores, la denominada Diosa Atenas, sita junto a la medianera
del fondo, entre los yuyos y los tacos de reina. Sin motivo aparente y sin
saberlo, Sócrates, en pocos minutos más se convertirá en el primer filósofo
en filosofar de manera consciente de sí misma y sabedora de los métodos que
emplea. Sócrates se dispone a crear la conocida y nunca bien ponderada
mayéutica. La interrogación. En cinco minutos más, tengan paciencia,
Sócrates, le preguntará a todo aquello que se mueva: "¿Qué es ésto?, ¿qué es
aquello?". Incluso, a la pregunta: "¿qué hora es, Don Sócrates?"; él
contestará: "¿qué es las ocho y cuarto?". Su interlocutor insistirá
diciéndole: "Pero, Don Sócrates, me extraña viniendo de Ud.; no se dice es
las...". A lo que el gran filósofo responderá: "¿qué es Don Sócrates?".
Finalmente, este hombre partirá raudo y ofuscado por la actitud del
pensador, exclamando: "¡agarrá la pala alguna vez, Sócrates!". A lo cual,
Sócrates, insistirà: "¿qué es una pala?. ¡Chit!. ¡Hombre alterado, dime tú,
oh & ah!".
Pasaron ya cuatro minutos y medio: Sócrates se calza las benditas sandalias
de pescador de ideas y sale de su casa, decidido a definir y a llegar a la
esencia de cualquier concepto que aparece como un fantasma imaginario en su
mente. Camina hasta la plaza pública de Atenas y a todo el que pasa delante
de él lo llama y le pregunta: "¿Qué es esto?".
Así, por ejemplo, en un primer momento se le cruza un gato negro gordo de oscuro andar perpendicular al agobiado paso del gran
pensador gran.
- Gato, que eres muy gordo... ¿qué es esto? -le pregunta mientras le
muestra una pata de conejo.
- Una pata de conejo, Don Sócrates -contesta el gato de negrura obesa sin
detener su andar peludo.
Un rato después, Sócrates, ve a un mendigo que se dispone a dormir la siesta
recostado sobre uno de los bancos de la plaza. Se ha tapado con varios
pergaminos con noticias de la semana pasada y alguna que otra plancha de
telgopor que en otrora era muy popular en Grecia a la hora de hacer rechinar
los dientes, pizarròn mediante.
- ¿Qué es la pobreza, mendigo? -le pregunta el filósofo, quien acostumbraba
a desenfocarse de la realidad cada 14 baldosas cuando salìa a tomar aire.
- Tu vergüenza, filoso- fo Sócrates -le contesta el hombre ubicándolo en su merecida baldosa.
Al escuchar estas palabras, Sòcrates, deja caer varias monedas de oro sobre
una de las manos abiertas del mendigo y luego sigue su caminata silbando
para no sentirse tan miserable.
Otro ratón que pasa (pero al tiempo de cola corta o larga, Sócrates nunca se animó a preguntarle nada),
A Hbueno...
SIGLO IV a.C.
A la hora de la siesta, como cosa de todos los días cuando no cae el
argavieso, Sócrates, matiza la modorra que precede a la siestonga pensando.
Piensa a la sombra de una de las estatuas del patio del pensionado de
ilustres pensadores, la denominada Diosa Atenas, sita junto a la medianera
del fondo, entre los yuyos y los tacos de reina. Sin motivo aparente y sin
saberlo, Sócrates, en pocos minutos más se convertirá en el primer filósofo
en filosofar de manera consciente de sí misma y sabedora de los métodos que
emplea. Sócrates se dispone a crear la conocida y nunca bien ponderada
mayéutica. La interrogación. En cinco minutos más, tengan paciencia,
Sócrates, le preguntará a todo aquello que se mueva: "¿Qué es ésto?, ¿qué es
aquello?". Incluso, a la pregunta: "¿qué hora es, Don Sócrates?"; él
contestará: "¿qué es las ocho y cuarto?". Su interlocutor insistirá
diciéndole: "Pero, Don Sócrates, me extraña viniendo de Ud.; no se dice es
las...". A lo que el gran filósofo responderá: "¿qué es Don Sócrates?".
Finalmente, este hombre partirá raudo y ofuscado por la actitud del
pensador, exclamando: "¡agarrá la pala alguna vez, Sócrates!". A lo cual,
Sócrates, insistirà: "¿qué es una pala?. ¡Chit!. ¡Hombre alterado, dime tú,
oh & ah!".
Pasaron ya cuatro minutos y medio: Sócrates se calza las benditas sandalias
de pescador de ideas y sale de su casa, decidido a definir y a llegar a la
esencia de cualquier concepto que aparece como un fantasma imaginario en su
mente. Camina hasta la plaza pública de Atenas y a todo el que pasa delante
de él lo llama y le pregunta: "¿Qué es esto?".
Así, por ejemplo, en un primer momento se le cruza un gato negro gordo de oscuro andar perpendicular al agobiado paso del gran
pensador gran.
- Gato, que eres muy gordo... ¿qué es esto? -le pregunta mientras le
muestra una pata de conejo.
- Una pata de conejo, Don Sócrates -contesta el gato de negrura obesa sin
detener su andar peludo.
Un rato después, Sócrates, ve a un mendigo que se dispone a dormir la siesta
recostado sobre uno de los bancos de la plaza. Se ha tapado con varios
pergaminos con noticias de la semana pasada y alguna que otra plancha de
telgopor que en otrora era muy popular en Grecia a la hora de hacer rechinar
los dientes, pizarròn mediante.
- ¿Qué es la pobreza, mendigo? -le pregunta el filósofo, quien acostumbraba
a desenfocarse de la realidad cada 14 baldosas cuando salìa a tomar aire.
- Tu vergüenza, filoso- fo Sócrates -le contesta el hombre ubicándolo en su merecida baldosa.
Al escuchar estas palabras, Sòcrates, deja caer varias monedas de oro sobre
una de las manos abiertas del mendigo y luego sigue su caminata silbando
para no sentirse tan miserable.
Otro ratón que pasa (pero al tiempo de cola corta o larga, Sócrates nunca se animó a preguntarle nada),
y ahora el ilustre pensador se encuentra con una mujer ultra- experimentada
de la calle, quien todos los días y en la misma esquina de la plaza, ofrece su maravillosa anque costosa anatomía.
- ¿Qué es el sexo, mujer? -le pregunta Sócrates.
- Es algo que tú nunca conocerás, querido Sócrates -le responde la hermosa
mujer y luego agrega para aumentar su dura economía-. De no ser que me entregues
ipsu facto tres monedillas de oro. Es más, tengo en mi cartera helènica ya
la toalla y un par de caramelos de peperina.
de la calle, quien todos los días y en la misma esquina de la plaza, ofrece su maravillosa anque costosa anatomía.
- ¿Qué es el sexo, mujer? -le pregunta Sócrates.
- Es algo que tú nunca conocerás, querido Sócrates -le responde la hermosa
mujer y luego agrega para aumentar su dura economía-. De no ser que me entregues
ipsu facto tres monedillas de oro. Es más, tengo en mi cartera helènica ya
la toalla y un par de caramelos de peperina.
Dos horas después, Sócrates, regresa a la misma plaza caminando mucho más liviano de tensiones internas desde el motel más
cercano y se encuentra, ¡oh, ironía del desatino!, con su verdugo.
- ¿Qué es ésto, verdugo? -le pregunta el filósofo mientras sostiene un
pequeño recipiente de madera con ambas manos.
- Cicuta -sentencia el verdugo y agrega-, tómeselo todo, Don
Sócrates, hasta la última gotita. Dicen que es bueno para la circulación...
de la gente.
cercano y se encuentra, ¡oh, ironía del desatino!, con su verdugo.
- ¿Qué es ésto, verdugo? -le pregunta el filósofo mientras sostiene un
pequeño recipiente de madera con ambas manos.
- Cicuta -sentencia el verdugo y agrega-, tómeselo todo, Don
Sócrates, hasta la última gotita. Dicen que es bueno para la circulación...
de la gente.
Muy bueno Juan!!como no podía ser de otra manera.
ResponderEliminarUn cariño grande.
Cristina.