lunes, 23 de mayo de 2011

Olga Leonor García-Buenos Aires, Argentina/Mayo de 2011


EL TIC TAC

El tic tac del reloj de la antigua casa marcaba el paso del tiempo aunque no lo quisiera escuchar. Se dijo que no le importaba, pero no le servía de desahogo, claro está.
¿Por qué ocurrían estas cosas cuando él, que era tan preciso en sus cálculos y tan riguroso en su esquema de pensamiento,  había planeado aquello con puntillosa atención? Seguramente cometió un error, y eso lo desquiciaba.
Horas de su vida dedicadas a un proyecto que abarcaría absolutamente su futuro. Cada tema había sido calculado, organizado y hasta consensuado  por sus colegas. No era algo tomado al azar; no cabía esa remota posibilidad.
Por supuesto que todo había pasado por  las revisiones correspondientes, inspecciones, evaluaciones,  y por el circuito que llevaba preparar un proyecto, cualquiera fuera, pero era éste justamente…
De nada servía, parecía ser, aplicar las reglas universales de la física, de la química, de las matemáticas, la lógica y todas las ciencias que a tal fin se utilizaban habitualmente: los cálculos no resultaban.
Esa vieja casa  no lo ayudaba, y la resonancia del reloj parecía apurarlo  más aún,  exasperándolo.   
Un científico domina sus sentimientos, se atiene a los hechos  y  no se desvía por caminos netamente subjetivos.
Y logró descubrir que eran justamente esos, los sentimientos, quienes lo estaban haciendo cometer errores imperdonables para un hombre tan pragmático como él.
No hubo caso. Sucumbió y se quebró en lágrimas. Brotaban de sus ojos al ritmo de ese tic tac igual  al del metrónomo a cuerda que utilizaba su abuela. A su son ella le  enseñaba de niño distintos acordes de piano, melodías iniciales, escalas ascendentes y descendentes;  partituras de músicos célebres, genios naturales con oído absoluto.
- ¡La música no es ciencia! -le decía desde el taburete a la mujer que entrada en años le sonreía al escucharlo.
- La música es una ciencia del alma, es una ciencia del espíritu… Y la música, aunque no lo creas mi chiquito, también es matemáticas -respondía ella rozándole suavemente el pelo con su mano apergaminada.

Era un hombre de logros notables, con premios otorgados por las instituciones de mayor renombre. Ejemplo de muchos, la vanguardia fue una de sus metas predilectas. Su alto coeficiente intelectual lo diferenciaba superlativamente. Pero el tiempo, como un ladrón silencioso, le había ido robando la sensibilidad. O al menos fue lo que creyó hasta que se secó una de sus lágrimas. Quebrarse fue el reinicio de su pasión, de sus deseos vitales, de las necesidades humanas, del amor…
Sorprendido y aliviado, liberado de sus prejuicios encontró el error de su proyecto. ¡Tan obvio era!  ¡Tan fácil de resolver! De tan sencillo le había parecido imposible… Y pudo reenfocarse exitosamente.

Con melancolía y emoción susurro para sus adentros - ¡Gracias abuelita!

4 comentarios:

  1. Marta Susana Díaz24 de mayo de 2011, 9:05

    Muy bien relatado ese instante de la vida en que uno se da cuenta que los sentimientos son lo único verdaderamente importante... ¡Felicitaciones!

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  2. Felicitaciones Olguita!!. Excelente tu producción, como siempre.

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  3. Qué grande Garcia!!!! Te felicito Pedrita, un beso grande!
    Patricia Marcos.

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