cuento
Un día de estos estuvo hastiado y el hartazgo lo llevo esa misma tarde a caminar. Caminaba complacido, según recuerdo, mirada ancha, paso en zigzag.
Compraba aceites y gasas en la farmacia y de vez en vez se compraba algún perfume, lo ponían de buen humor, por lo visto. Miraba su etiqueta casi a lo largo de media cuadra.
Otro día, un día de lluvia en que llevaba un sobretodo verde, corría en la noche a tomar un colectivo. Otras veces venia en taxi o alguien lo traía. Siempre con una sonrisa al bajar.
Un día de mucho sol vi nublado, vi negro. La palma de su gran mano en mi frente, en mis ojos.
-Seré quien mire ahora, me dijo.
Caminaba de prisa a la salida de un cabaret, envolviéndose en la media sombra de algún esquinero, después a paso lento hurgaba sus bolsillos y encendía un cigarrillo, un pucho mojado porque comenzaba a llover.
Se lo veía airosamente charlar con sus amigos en algún bar de ocasión, miraba para todos lados y cruzaba la calle.
Tenía en el rostro la gravedad de quien presiente que lo observan, pero ante la imposibilidad de un posible escenario, el voyeur se extinguía. Parecía comprender esto y se marchaba mas calmo.
Se dio cuenta que lo observaba porque tenía la costumbre de mirar a través del reflejo de los objetos, de las vidrieras, hasta de los charcos.
Y fuimos dos en el secreto acto de espiar, ya se recordaba esa frase que cuatro ojos consiguen ver mas que dos.
Veíamos a una anciana, era sumamente complaciente verla con el changuito de las compras, con las verduras a cuestas y el rodete.
Los domingos la pasaban a buscar. Salía a la puerta de calle, franqueando dificultosamente la enorme entrada. Se iba a misa, con dos o tres ancianitas conductoras. Volvía tempranito y sabíamos que dormiría la siesta.
Los martes en la mediatarde, venían dos de sus amigas y bebían el te en el interior de su casa, si el martes estaba a temperatura, lo hacían en la vereda, sacaba mesita y sillas. Después del te jugaban baraja, lentas y calmas se practicaban la trampa.
Un día se levanto un fuerte viento, un boomerang de hojas y tierra. Pensamos por fortuna que un mal clima consigue como resultado, hallazgos increíbles. La puerta de la anciana estaba abierta…
A mis años he perdido una gran parte de mi visión, una inaudita falta de reflejos y movimientos articulatorios, por lo tanto una lentitud eterna.
Ahí estaban los dos, de espaldas como frescos chivos, impávidos del minuto fatal. Los apuñale, de a uno por vez. Extrañamente mientras lo hacia con uno, el otro conservaba una postura estática, siempre de espaldas.
Súbitamente comprendí que había heredado algo mas que un crimen…Muy pronto llego la policía, se comenzó a agrupar gente. Se perimetrala el lugar donde sacian los dos cadáveres.
Los rostros articulaban estertóreos movimientos, semblantes guturales. Se los llevaron de allí, al tiempo que la prensa consultaba con los vecinos. El periodista encendía un cigarrillo ni bien se apagaban las cámaras. La gente le preguntaba si saldrían y en que horario. El tipo los ignoraba.
Todo había vuelto a la calma. La plaza estaba repleta de palomas y niños. Un día precioso para asomarme a las ventanas. Respire el primer aire fresco al tiempo que comprendí haber cedido la ubicación de mi escenario.
La vieja inmunda en la ventana, mirando la nada como un muñeco de trapo. Le apunte, calculé el medio exacto de atravesarle el cerebro, no me apasionaba disparar en el corazón. Dos tiros perfectos, la anciana quedo colgando.
Vi como la mató y corrí a mi auto…en el camino…
Un sujeto muy asustado se interpuso en mi camino violentamente, me caí. El subió a su auto.
Un señor tiro a otro me acerque para ayudarlo a levantarse, mientras un auto se marchaba a prisa. Mientras en la cuadra de enfrente se comenzaban a agolpar policias y vecinos. Alrededor de un cadáver.
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