miércoles, 27 de julio de 2011

Sandra Zamora y Juan Carlos Vecchi De la saga poética "HAY UN MENSAJE EN TU CELULAR"-Argentina/Julio de 2011



ESCARCHAS DE AMOR

Puentes rotos, redes de hielo,
otro amor desamorado por la lluvia;
en el suelo de ruinas
alguien ha dejado tirado un escudo
con forma de corazón.

Amparo de vida latiendo
lágrimas,
sangre que llora y salva el alma,
pero hay un nombre que trepa trepa
la espalda del sueño testigo,
abretajo de luz imposible
cincel de oscuros desvelos,
escarchas partidas de esperanza.

Se congela el consuelo.

Héctor Zabala-Buenos Aires, Argentina/Julio de 2011



ENSAYO SOBRE “CHACALES Y ÁRABES” DE FRANZ KAFKA

La obra técnicamente es muy buena. Tiene indicios como el del látigo del segundo párrafo, anticipando el desenlace del diálogo entre el jefe chacal y el extranjero del Norte. Logra una tensión permanente porque los chacales rodean al extranjero, lo sujetan por la ropa, ejercen una continua amenaza que nadie garantiza que no pueda terminar en tragedia para el pobre hombre que sólo intentaba dormir.
Pero la pregunta clave es: ¿Quiso aquí Franz Kafka escribir un cuento de árabes y chacales? En principio, convengamos que la narración es de género fantástico: los chacales no hablan por más inteligentes que sean.
Partiendo de este detalle, entiendo que todo el cuento es una metáfora. Se refiere a un pueblo sometido y en parte maltratado que vive en tierras de otro pueblo, dominador y arrogante, aunque a veces también condescendiente.
Kafka conocía como nadie a judíos y cristianos. Era un hombre muy culto y perspicaz que había nacido en un hogar en el que se observaban las tradiciones judaicas pero en medio de una comunidad cristiana dominante. Su propio padre tenía una clientela cristiana, sus hermanas y él habían asistido a colegios alemanes, etc. Además, conocía –era consciente– de la lucha ancestral, solapada y a veces no tanto, de judíos y cristianos en el viejo continente. Era absolutamente conocedor del amor-odio entre ambos pueblos. De las actitudes ambivalentes de los cristianos respecto de los judíos que vivían entre ellos y viceversa. Sabía de los pogromos pero también de la tolerancia y colaboración entre unos y otros. También del resentimiento y de la desconfianza mutuas.
¿Quiénes son entonces los árabes del cuento? Los cristianos europeos.
¿Y quiénes los chacales? Los judíos europeos.
¿Qué es el oasis? Europa.

Varios indicios me llevan a esta conclusión:
1) Juntos pero separados. En el cuento, chacales y árabes viven juntos pero separados. Exactamente como convivían judíos y cristianos en la Europa de Kafka. “¿No es ya bastante desdicha que debamos vivir exilados entre semejante gente”, dice el chacal viejo. Es decir, compartían como a medias un territorio y tenían hasta un cierto tipo de contacto pero hasta ahí nomás. La hospitalidad del árabe es conocida y hasta proverbial; y puede ser que Kafka jugara también con eso, algo como: te recibo y serás bien atendido pero mientras estés dentro de casa.
2) Dominador y dominado. La posición del árabe es dominante (como la del cristiano europeo): impone la regla y tiene el látigo para hacerla cumplir; además ocupa el oasis (Europa), al que van también los chacales (los judíos despreciados), pero estos se acercan como merodeando. El chacal es una buena alegoría del judío europeo de entonces, el tipo que no termina de afincarse del todo porque sueña con ser independiente, libre. En cuanto a lo demás, lo que está fuera de Europa, es como un desierto: está fuera del oasis, fuera de lo que pueda servir para la subsistencia de un pueblo como el judío de entonces, pueblo relativamente débil que indudablemente la pasaba mal, muy mal.
3) Purificador e impuro. La actitud de los chacales en el cuento es casi religiosa, mística, lo cual se compadece con la tradición del judaísmo. Lo importante para los chacales es por sobre todo la pureza del alimento. Algo que es una constante bíblica y judaica. Son tradiciones antiquísimas que todavía continúan entre muchos judíos ortodoxos modernos. No hay más que leer el Levítico [1] o el Deuteronomio [1] para ver la importancia que la pureza del alimento significa para el pueblo judío. Los árabes del cuento serían los cristianos, los que contaminan los alimentos al no seguir los estrictos lineamientos bíblicos ni rabínicos, los que comen parte y dejan lo demás a los chacales (judíos) a modo de carroña. Un verdadero escándalo. Los chacales son los que entonces se sienten obligados a purificar los alimentos; casi como una obsesión. No, los árabes (los cristianos) no deberían intervenir en los asuntos de los chacales (los judíos), nos dice su jefe. Como buen viejo es también el que mejor conserva las tradiciones de su pueblo y aclara: “Queremos que los árabes nos dejen en paz; aire respirable... no oír el quejido de la oveja que el árabe degüella; que todos los animales mueran en paz; para ser purificados por nosotros, sin interferencia ajena... Pureza, queremos sólo pureza...”
4) Amor-odio. Al igual que en la Europa de cristianos y judíos, en el cuento juega la constante del amor-odio entre árabes y chacales. Hay mucho resentimiento de ambas partes, pero también hay admiración y hasta cierto tipo de amor o de respeto que tratan de tapar con el aparente desdén hacia el otro. Los chacales no odian completamente a los árabes, al menos no al extremo de correr el riesgo de contaminarse: “No queremos matarlos. No habría bastante agua en el Nilo para purificarnos”, aclara el jefe chacal. Por su parte, el árabe comenta de los chacales: “Por eso los queremos; son nuestros perros; más hermosos que los vuestros”. Y al final del cuento le dice al extranjero: “Lo has visto. Maravillosas bestias, ¿no es verdad? ¡Y cómo nos odian!” Sin embargo, ese amor del árabe no le impide castigarlos con latigazos sin un motivo justificable. El árabe está encantado con esa ambivalencia, es consciente de ese amor-odio, quizá hasta un poco más que los propios chacales.
5) Las contradicciones de ambos pueblos. Los cristianos europeos acogían a los judíos en sus comunidades pero después se quejaban sin mayor motivo y les hacían sentir su desprecio. Cosa parecida hace el árabe cuando les trae expresamente un alimento sustancioso (un camello muerto) pero después juega, con bastante perversión, con echarlos a latigazos. Los chacales, en tanto, devoran lo que les trae el árabe pero igual siguen resentidos por el maltrato. Análogamente, la actitud de los judíos europeos era por entonces parecida a la de los chacales del cuento: se consideraban un pueblo distinto, casi independiente, pero consentían en usar toda oportunidad material que se les presentaba aunque viniera de infieles cristianos. Y además no les impedía mantenerse en una actitud permanentemente resentida y quejumbrosa contra los mismos que los protegían y les permitían prosperar.
6) La actitud mesiánica. Los chacales, al igual que los judíos, tenían la esperanza de liberarse de la opresión. ¿Qué representa entonces el extranjero del Norte? Obviamente, el Mesías. Alguien que los chacales suponen superior a los árabes. Un Mesías guerrero, no uno pacífico. Esto fue siempre tradición judaica y desde tiempos antiquísimos. Alguien que acabara de una vez y por todas con la opresión del pueblo judío.
7) Verdad y comedia. Pero en Kafka no puede faltar la ironía descarnada; la idea de que nada puede solucionarse, se haga lo que se haga, se intente lo que se intente.
El jefe de los chacales tiene un plan, pero es un plan infantil. Le trae al desconocido del Norte una tijera para que extermine a todos los árabes; un elemento que ni siquiera es un arma aunque en ocasiones podría funcionar como tal. Pero es una tijera oxidada, inservible. De todas maneras, la tarea sería impracticable para el pobre extranjero porque los árabes son muchos. Simplemente sería una locura intentarlo. Quizás entonces lo que Kafka haya querido decirnos es que los planes mesiánicos del judaísmo de entonces (1916) eran absurdos. Simplemente una especie de comedia que sólo servía para mantener una fe, una esperanza, generación tras generación, pues la tijera llevaba siglos pasando de chacal a chacal, aunque ya había perdido el filo por completo.
El más consciente de esta comedia que ambos grupos interpretan (y aquí viene lo terrible de Kafka) es el árabe. No el jefe chacal, el que más conoce las tradiciones. Quizá en parte porque el árabe es conocedor de su propia fuerza que lo hace arrogante, quizá en parte por considerar al chacal como un incapaz de liberarse en serio (y tal vez hasta un poco cobarde) pero también porque ve la cosa desde afuera y sabe que el intento es absurdo: “...todo el mundo lo sabe; mientras existan árabes esas tijeras se pasearán por el desierto, y seguirán vagando con nosotros hasta el último día. A todo europeo se las ofrecen, para que lleve a cabo la gran empresa; todo europeo es justamente aquél que ellos creen enviado por el destino. Esos animales alimentan una loca esperanza; bobos, son verdaderos bobos”.
Esto último también sería una metáfora. El cristianismo de entonces, tal como el árabe del cuento, también era arrogante: veía el pensamiento mesiánico judaico con compasión, como algo inútil, como algo bobo o loco, porque para el cristiano el Mesías ya había venido y no podía haber otro.
Una última reflexión. Para quien quiera ver algún signo ofensivo en la palabra chacales, es conveniente recordar que no era ese el punto de vista de los hebreos antiguos, que es aquí lo que interesa, ya que Kafka se refiere a tradiciones muy viejas (“...hace tanto, tanto que te esperábamos; mi madre te esperó, también la suya, y una tras otra todas sus madres, hasta llegar a la madre de todos los chacales”).
La palabra chacales (siempre en plural, nunca en singular) aparece catorce [2] veces en la Biblia y ésta es una fuente confiable en cuanto al verdadero significado del vocablo para los antiguos. El del capítulo 30:28-29 de Job quizá sea el más significativo al respecto: “Entristecido anduve por todos lados [...] Hermano para los chacales vine a ser, y compañero para las hijas del avestruz”, dando a entender la gran aflicción del patriarca Job, quien se sentía abandonado, triste. Nótese que Job no se avergüenza en llamarse a sí mismo hermano de los chacales.
Los chacales para los patriarcas y profetas bíblicos no connotaban animales peligrosos ni crueles ni indignos, simplemente se los relacionaba con situaciones tristes o con lugares no muy aptos para la habitación humana (parajes desolados), que ocupaban por timidez o por cierta desconfianza natural hacia el hombre (vgr. Jeremías 49:33: “...tiene que llegar a ser albergue de chacales, un yermo desolado hasta tiempo indefinido”). Incluso al chacal hembra se lo consideraba como una excelente madre (“Aun los chacales mismos han presentado sus ubres. Han amamantado a sus cachorros...” [3] ), en evidente contraste con lo que pensaban esos mismos hebreos del avestruz en ese mismo versículo de Lamentaciones 4:3 (“...la hija de mi pueblo [Jerusalén] se hace cruel, como los avestruces en el desierto”) y también en Job 39:13-15, donde a dicha ave se la califica de mala madre.

[1]  En particular Levítico, capítulo 11, y Deuteronomio, capítulo 14.
[2] Las catorce referencias bíblicas sobre los chacales son: Job 30:29, Salmos 44:19, Isaías 13:22, 34:13, 35:7, 43:20, Jeremías 9:11, 10:22, 14:6, 49:33, 51:37, Lamentaciones 4:3, Miqueas 1:8 y Malaquías 1:3. Corresponden todas al Antiguo Testamento, que es el que interesa en este caso.
[3]  Lamentaciones 4:3.
CHACALES Y ÁRABES
(del libro Un médico rural, 1916)
de Franz Kafka

Acampábamos en el oasis. Mis compañeros dormían. Un árabe, alto y blanco, pasó a mi lado; había estado ocupándose de los camellos y se dirigía a su tienda.
Me eché de espaldas en el pasto; traté de dormir; no podía; un chacal aullaba a lo lejos; volví a sentarme. Y lo que antes estaba tan lejano, de pronto estuvo cerca. Me rodeaba una multitud de chacales; ojos que destellaban como oro mate y volvían a apagarse; cuerpos esbeltos que se movían ágil y rítmicamente, como bajo un látigo.
Por detrás de mí, uno de los chacales se acercó, pasó bajo mi brazo, se apretó contra mí, como si buscara mi calor, luego se colocó enfrente y me habló, con los ojos casi en los míos:
–Soy, con mucho, el chacal más viejo. Me alegra grandemente poder saludarte por fin. Ya casi había perdido toda esperanza, hace tanto, tanto que te esperábamos; mi madre te esperó, también la suya, y una tras otra todas sus madres, hasta llegar a la madre de todos los chacales. ¡Créelo!
–Me asombra –dije, olvidándome de encender la pila de leños preparada para ahuyentar con el humo a los chacales–, me asombra mucho lo que dices. Sólo por casualidad he venido del lejano Norte y estoy de paso por vuestro país. ¿Qué queréis de mí, chacales?
Y como alentados por estas palabras, tal vez demasiado amistosas, estrecharon el cerco en torno de mí; todos jadeaban con la boca abierta.
–Sabemos –comenzó el decano– que vienes del Norte; en eso residen nuestras esperanzas. Allá existe la comprensión que no encontramos entre los árabes. De esta fría arrogancia, bien lo sabes, no se puede arrancar la menor chispa de comprensión. Matan animales para comérselos y desprecian la carroña.
–No hables tan alto –dije–, hay árabes que duermen aquí cerca.
–Realmente, eres un extranjero –dijo el chacal–; si no, sabrías que ni una sola vez en la historia del mundo un chacal ha temido a un árabe. ¿Por qué habríamos de temerles? ¿No es ya bastante desdicha que debamos vivir exilados entre semejante gente?
–Puede ser, puede ser –dije–, no quiero juzgar asuntos que están lejos de mi competencia; parece una enemistad muy antigua; debe estar en la sangre; tal vez sólo termine con la sangre.
–Eres muy sutil –dijo el viejo chacal; y todos jadearon más ansiosamente; agitados, a pesar de estar inmóviles; un olor rancio, que a veces me obligaba a apretar los dientes, emanaba de sus fauces abiertas–. Eres muy perspicaz; eso que has dicho concuerda con nuestra antigua tradición. Así es, haremos correr su sangre, y terminaremos la lucha.
–¡Oh! –dije, con demasiada vehemencia quizás–; ellos se defenderán; con sus armas de fuego los matarán a miles.
–No nos comprendes –dijo él–, es una condición bien humana, que según veo también existe en el Norte. No queremos matarlos. No habría bastante agua en el Nilo para purificarnos. Nos basta ver sus cuerpos vivientes para salir corriendo, hacia el aire puro, hacia el desierto, que por eso es nuestra morada.
Y todos los chacales del círculo, a los que se habían agregado mientras tanto muchos otros que venían de más lejos, hundieron los hocicos entre las patas delanteras, y se los frotaron para limpiarse; parecían querer ocultar una repugnancia tan espantosa, que sentí deseos de dar un gran salto sobre sus cabezas y escapar.
–Entonces, ¿qué os proponéis hacer? –pregunté, tratando de ponerme de pie, pero no pude: dos jóvenes bestias me habían aferrado con los dientes la chaqueta y la camisa por detrás; tuve que quedarme sentado.
–Te sostienen la cola –explicó con serenidad el chacal viejo–, una señal de respeto.
–¡Soltadme! –exclamé, volviéndome alternativamente hacia el viejo y hacia los jóvenes.
–Naturalmente, te soltarán –dijo el viejo–, ya que es tu deseo. Pero tardarán un poco, porque han mordido profundamente, como es su costumbre, y ahora deben aflojar lentamente los dientes. Mientras tanto, atiende nuestro pedido.
–Vuestra conducta no me ha predispuesto demasiado a atenderlo –dije.
–No reproches nuestra torpeza –dijo él, y por primera vez recurrió al tono lastimero de su voz natural–, somos unas pobres bestias, sólo tenemos nuestros dientes; para todo lo que queremos hacer, lo malo y lo bueno, sólo disponemos de nuestros dientes.
–Bueno ¿qué quieres? –le pregunté, no muy reconciliado.
–Señor –exclamó, y todos los chacales aullaron; lejanamente, remotamente, me pareció una melodía–. Señor, tú debes poner fin a esta lucha, que divide el mundo en dos bandos. Exactamente como eres tú, nuestros antepasados nos describieron al hombre que llevaría a cabo la tarea. Queremos que los árabes nos dejen en paz; que el aire sea respirable; que la mirada se pierda en un horizonte purificado sin su presencia; que no oigamos el quejido de la oveja que el árabe degüella; que todos los animales mueran en paz; para ser purificados por nosotros, sin interferencia ajena, hasta que hayamos vaciado sus osamentas y pelado sus huesos. Pureza, queremos sólo pureza –y aquí lloraban, sollozaban todos–. ¿Cómo soportas este mundo, noble corazón y dulce entraña? Porquería es su blancura; porquería es su negrura, un horror son sus barbas; basta ver las órbitas de sus ojos para escupir; y cuando alzan el brazo vemos en sus axilas la entrada del infierno. Por eso, señor, por eso, ¡oh, amado señor!, con la ayuda de tus manos todopoderosas, degüéllalos con estas tijeras.
Y respondiendo a un movimiento de su cabeza, apareció un chacal, de uno de cuyos colmillos colgaba un pequeño par de tijeras de costura, cubiertas de antiguo herrumbre.
–Bueno, ya aparecieron las tijeras, iy ahora basta! –exclamó el guía árabe de nuestra caravana, que se había deslizado hacia nosotros con el viento en contra y hacía restallar su enorme látigo.
Todos huyeron con rapidez, pero a cierta distancia se detuvieron, estrechamente apretados entre sí; todas esas bestias se reunieron en un grupo tan rígido y apiñado, que parecía un pequeño hato, acorralado por fuegos fatuos.
–Así que tú también, señor, has contemplado y oído esta comedia –dijo el árabe, y rió tan alegremente como lo permitía la sobriedad de su raza.
–¿Tú también sabes lo que quieren esas bestias? –pregunté.
–Naturalmente, señor –dijo él–, todo el mundo lo sabe; mientras existan árabes esas tijeras se pasearán por el desierto, y seguirán vagando con nosotros hasta el último día. A todo europeo se las ofrecen, para que lleve a cabo la gran empresa; todo europeo es justamente aquél que ellos creen enviado por el destino. Esos animales alimentan una loca esperanza; bobos, son verdaderos bobos. Por eso los queremos; son nuestros perros; más hermosos que los vuestros. Fíjate, esta noche murió un camello, lo hice traer aquí.
Aparecieron cuatro mozos que arrojaron ante nosotros el pesado cadáver. Apenas lo depositaron, los chacales elevaron sus voces. Como arrastrados por otras tantas cuerdas irresistibles, se acercaron, titubeantes, frotando el suelo con el cuerpo. Se habían olvidado de los árabes, olvidado de su odio; la presencia del hediondo cadáver los hechizaba, borraba todo lo demás. Ya uno se prendía del cuello, y con el primer mordisco llegaba hasta la aorta. Como una diminuta y patente bomba aspirante, que quisiera con tanta decisión como pocas probabilidades de éxito apagar algún enorme incendio, cada músculo de su cuerpo se estremecía y se esforzaba en su tarea. y pronto se entregaron todos a la misma tarea, amontonados sobre el cadáver, como una montaña.
Entonces, el guía los fustigó una y otra vez con su cortante látigo, vigorosamente. Alzaron la cabeza, en una especie de paroxismo extasiado; vieron ante ellos a los árabes; sintieron el látigo en los hocicos; dieron un salto hacia atrás, y retrocedieron corriendo, hasta cierta distancia. Pero la sangre del camello ya había formado charcos en el suelo, humeaba, el cuerpo estaba abierto en varios sitios; volvieron; nuevamente alzó el guía su látigo; detuve su brazo.
–Tienes razón, señor –me dijo–, dejémoslos seguir con su tarea; además, ya es hora de levantar campamento. Lo has visto. Maravillosas bestias, ¿no es verdad? ¡Y cómo nos odian!




Diego Yamus-Buenos Aires, Argentina/Julio de 2011

Carolina
Canción

Carolina, Carolina, Carolina, Carolina
Entraste una vez, trajiste un café, yo te vi y me enamoré
No sé cómo fue lo que pasó, pero ahora necesito tu amor
Cuando estamos juntos veo el amanecer, todo es tan distinto, soy feliz otra vez
Cuando yo te veo late mi corazón, pienso todo el día en vivir junto a vos
Carolina, sos el amor de mi vida
Carolina, quiero sentir que sos mía (bis)
Qué bella que sos, qué dulce es tu voz, me cautiva y me da emoción
Sos tan especial, no hay como vos, me enamoro y aumenta mi ilusión
Y voy a buscarte dondequiera que estés, tengo que encontrarte, no te puedo perder
Sé que es difícil pero voy a intentar, para siempre quiero tu amor conquistar
Carolina... (estribillo)
Cuando estamos juntos veo el amanecer, todo es tan distinto, soy feliz otra vez
Cuando yo te veo late mi corazón, pienso todo el día en vivir junto a vos
Carolina, Carolina, Carolina, Carolina
Carolina... (estribillo, repite 4 veces)

Graciela Wencelblat y Juan Carlos Vecchi (Ronda Poética)-Argentina/Julio de 2011



UNIVERSO DE AMPARO

El tallo de la mujer
ampara palabras,
palabras como nidos
que crujen bajo ausencia
donde los manubrios
puestos al revés
esperan cobijar algo más:
tal vez un pájaro de fuego,
el universo incubando
un amor de otra galaxia,
todas las miradas del mundo
que el sol cegó, sediento
de sombras,
buscando las cicatrices
en las violetas de la imaginación.

Oscar Alfonso Vera-Buenos Aires, Argentina/Julio de 2011

A Facundo Cabral

Se me desgarra el alma, se me desgarra
por la muerte tan tonta, de este buen hombre
se me parte el corazón por tanta saña,
pido gloria y el cielo en soledumbre

Como fue que la paz que guía tu alma
te llevó por el camino equivocado
no lo entiendo tú sino era de calma
de la mano de Jesús siempre alabado

Tu sendero de flores y amor fresco
derramaba perfumes y colores
alma noble, gentilhombre tú buen gesto
tus canciones, tú palabra y tus amores

Exabrupto de un cipayo sin sentido
miserable, tan vil, treinta dineros
se ganó por esta vida irrepetible

Pido a Dios te reserve el Paraíso
por tus dones honestos, tan sinceros
y el infierno al sicario contentible.

Cristina Validakis-Río Tercero, Provincia de Córdoba, Argentina/Julio de 2011

EL DON DE VIVIR...

Sobrevivientes del pasado...
                  Artífices del presente...
                   Soñadores del futuro...
Así… transmigran nuestras almas
mutando sus formas, probándose máscaras
-rudimentarias hormas-
                           del diario vivir.
Y así marchamos, como maniquíes ciegos
en donde se calzan,
esperanzas nuevas y mágicas ansias
con el objeto ingenuo de poder creer
en esta miscelánea de experiencias viejas
cargadas al hombro para renacer.
Bendiciones y cruces...
Herencia de estigmas...
alimentan  sin tregua,  el incierto deseo
                                      que guía el sentir.
La luz  no es tan clara; el pasado, barrera
que en sórdida avaricia
                         consume el después.
Pero no nos quedan,  mágicas opciones...
Sacarse la máscara, vencer el pasado
elegir un camino y ponerle garras,
                                           al don de vivir.

Stella Maris Taboro-Buenos Aires, Argentina/Julio de 2011

La dama de negro

Todas las noches salía por las calles  alejadas del centro de la ciudad. Ella, la dama de negro buscaba fundirse en la negrura de la noche. Todos le temían, la veían como a un espectro, nadie se le  acercaba.
Cuando las primeras luces de la aurora se marcaban en el cielo, regresaba , con pasos lentos, hasta entrar a su casa . Allí descansaba esperando una nueva noche.
La dama de negro cargaba con un pasado tormentoso que nadie conocía , pero que ella padecía.
Un fabuloso secreto encallado en sus recuerdos de mujer .Había quemado todas las cartas, fotos , documentos importantes , buscó aniquilar todo de sus pensamientos, pero irremediablemente martillaba cada día más ese tiempo que la lastimó. Hubo un tiempo que escribía su historia para desahogarse, hasta que decidió ver como crepitaban las hojas en la boca feroz y roja del fuego.
Pero una noche , la extraña dama salió de su casa , alejándose del poblado y decidida caminó por el sendero que llevaba al bosque cercano. Cuando llegó , ya la luna jugaba entre las ramas y se fue adormeciendo sobre un colchón de hojarascas, debajo de dos ceibales.
Al amanecer notó que su cuerpo se estaba transformando, le crecieron alas, su cuerpo tomó forma de ave, con un maravilloso plumaje negro y brillante , mientras lanzaba un bello trino que retumbó entre los árboles de aquel bosque.
Ahora se sentía feliz , retornaba a su vida anterior, a su destino de pájaro libre que un día había perdido cuando cayó en una trampa .
Recordó que para huir de su prisión había tomado forma de mujer espantando así a sus captores , quienes huyeron despavoridos.
Nuevamente volaba de rama en rama , entre las hojas de miles de verdes y su canto embellecía más aún al bosque .
A veces se acercaba a las nubes para disfrutar mucho más de su libertad, de esa vida libre que recuperó como a una preciada joya.


Dulce Suaya-Argentina/Julio de 2011

A Modo de Epílogo para  el volumen “Las Piezas de un Teatro” de Rolando Revagliatti, publicado originariamente en soporte papel y unos años después también en soporte electrónico. El libro reúne las obras “La cabeza”, “Lo llamaremos por el numerito”, “Comida”, “Chiste triste” y “Travesía”.



 “NO­TAS AL PIE DEL ES­CE­NA­RIO”



“Las Pie­zas de un Tea­tro”: Tea­tro que aglu­ti­na y en­vuel­ve a las pie­zas co­mo a cír­cu­los con­cén­tri­cos que se bo­rran re­cí­pro­ca­men­te has­ta el lí­mi­te de la cir­cun­fe­ren­cia.
Aus­cul­ta el dra­ma­tur­go sus per­so­na­jes, los ma­ni­pu­la, los hien­de, y la pa­ra­do­ja es que pro­vo­ca sin em­bar­go efec­tos de ais­la­mien­to y de le­ja­nía. La iro­nía, to­no de una cons­tan­te, atra­vie­sa per­so­na­jes y pa­la­bras.
Sin­gu­la­ri­dad de una es­cri­tu­ra que mar­ca la pre­va­len­cia del es­ce­na­rio. Las in­di­ca­cio­nes y aco­ta­cio­nes ri­gu­ro­sas, im­pe­ra­ti­vas, que tien­den a de­li­near ese bor­de, so­me­ten y su­plen la es­ce­na pro­pia­men­te di­cha. El re­cur­so que se im­ple­men­ta pa­ra al­can­zar la do­mi­nan­cia del es­ce­na­rio, con­sis­te en pro­po­ner fi­gu­ras es­ta­tua­rias, con­ge­la­das, do­ta­das de una mo­vi­li­dad ro­bó­ti­ca.
La ra­cio­na­li­dad de una ló­gi­ca irra­cio­nal en apa­rien­cia, se des­ci­fra con la fun­ción del ca­ta­le­jo, el que apro­xi­ma la “afó­ni­ca” re­pre­sen­ta­ción al es­pec­ta­dor, quien tie­ne el ojo si­tua­do más allá del ám­bi­to tea­tral.
“Ban­que­te ne­cro­fí­li­co cu­yo me­nú es pa­pá.”

Ju­nio 1990

Carolina Santa María-Olavarría, Provincia de Buenos Aires, Argentina/Julio de 2011

HIEROFONÍA

Danza
y es pétalo lácteo
en el mar,
fuerza ígnea o
pelusita de ombligo.

Mil ópalos suspendidos en el cielo,
y el pueblo verde despertando
entre el cemento-féretro.

Adobe al sol,
susurro de jacarandá,
carne iridiscente.

El amor se transluce
cuando sucede el crepúsculo... 

Arabella Salaberry-Costa Rica/Julio de 2011



Chicas malas

Fuimos las chicas malas

Asustamos a vecinos
escandalizamos a señoras
de misal y rosario

Siempre de negro
diluidas entre sombras
y desapareciendo en los espejos

Tomábamos coñac
en tardes clandestinas
mientras el jazz
nos cubría
para escurrirse luego
por los poros

Disfrutábamos la hierba
ocasionalmente
sin compulsiones
cuando queríamos
abrir los ventanales del cielo
y mirar trasnochadamente lo que hubiese

Nacimos despidiendo guerras
vivimos Viet Nam
un acto obsceno
y en la piel
el dolor de Hiroshima
y Nagasaki

Nos desvelamos con Sartre
mas fue Simone quien ayudó
a hilvanar nuestra protesta

Consideramos a los Beatles
un tanto pueriles
era Piaff
quien nos alimentaba

Trenzamos flores
guirnaldas
pero fuimos suspicaces
con las exportaciones del Norte

Nunca pensamos
que seríamos reinas
Sí quisimos con el Che
ser compañeras

Compartimos cuerpo y alma
sin pedir nada a cambio

La vida ha sido nuestro manifiesto
Encendimos lámparas
para apagar la angustia
de estar vivas

Vivimos tan
pero tan intensamente
que ningún dolor nos fue
ni nos podrá ser jamás ajeno

Fuimos las chicas malas

Olíamos a incienso
a pachulí
               otras veces a menta fresca

Pero el olor
que nos acompañó
fue el de la melancolía

Fuimos las chicas malas

y aunque no lo confiese abiertamente
por el qué dirán
 los hijos
los amigos sensatos
               el perro
los parientes
seguimos y seguiremos siendo
chicas malas
                                     Del libro “Chicas malas” (Editorial URUK 2009)

María Rosa Rzepka-Buenos Aires, Argentina/Julio de 2011



MUJER PARA ARMAR

Contorno, silueta a completar.
Buscando el todo las partes integrándose,
  llenando huecos, multiplicando instantes.
Dos piernas son precisas;
aunque a poco su andar sea vacilante.
Dos piernas en busca del horizonte,
que acompañen a otro en su destino.
Que recorran mil veces los caminos,
Hogar-escuela-empleo-hogar-altar y cementerio.
Dos piernas con sus pies, dejando huellas,
en la tierra, la arena y el cemento.

Dos pies que mostrarán corriendo el tiempo,
las pruebas que el vivir ha deparado.
Hinchados en la gravidez por el esfuerzo
de sostener dos vidas en un cuerpo.
Ajados pies los que transitan
por calles polvorientas trajinando.
Cansados pies, mudos, de las dementes
buscando sin parar lo nunca hallado.
Deformes pies de ancianas deshojadas.
Deformes garras en virtud de los dolores,
articulando  coyunturas, sinsabores.


Sobre las piernas, las caderas. Genitales.
Pasión, pecado, gozo, esclavitud.
En ellas nace y muere la virtud.
Por ellas pasará el fruto del parto.
Sostén del útero y del vientre.
Inflexión redentora vuelta cuna.
Hueco en que se guarecen las pasiones;
y lloran mansamente arrepentidos,
los justos, los infames, las calumnias.

Por coronar el tronco dos delicias
de luna y de melón, pezones altos,
en la niña que se estremece al roce
del piropo perspicaz de algún muchacho.
Oscuros los pezones sobresalen
de los redondos senos inundados
por la leche que ha de mamar el niño
Alimento, contención, eterno lazo
que por siempre unirá, vital mandato.
Pezones agrietados, lasitud
en los senos ancianos, desliados.
Almohadillas de plumas que cobijan
el dolor de los seres bien amados
cuando es preciso el pecho de una abuela
prometiendo que “muy pronto habrá pasado.”


Dos brazos, dos palomas.
Extensiones del pecho
que trascienden en dos manos.
Herramientas de Dios o del infame,
según la situación, historia y marco.
Dos manos para armar un universo,
o para destruirlo de un plumazo.

Raigambre de los brazos son los hombros.
Con altivez se mueven en teatros
donde es preciso marcar el territorio,
pegar primero, llegar con el impacto.
En la vejez los brazos pesan tanto,
trasuntan el dolor de unos pies aplanados.
Se quiere y no se puede, aún con los reclamos
de quienes no comprenden el nivel del cansancio.
Y los hombros se inclinan, vencidos como juncos
que al viento han desafiado.
Sobre ellos la garganta, canal desembocando
al llano de la lengua y de los labios.
Trayendo desde el útero, como un río sagrado
el caudal de emociones, de rabias, de presagios
que el corazón conoce y el alma va aceptando.
Caldero en que se aúnan el yo, el tú, el nosotros
y los que se han marchado.     
Garganta, la emisora que propaga a la escena
el guión incompleto de todas las palabras.

Mujer para armar.
Falta por completar en tu silueta, a la cabeza el sitio reservado.
Dos ojos grandes, de asombro o de terror
completando tus manos y tus brazos.
Imágenes que tu alma adivina  de antemano,
aquello que tu corazón entiende por presagio.
Puedes cerrarlos apretadamente, sabes que será en vano.
La intuición es mujer, horadará la piedra
 como gota constante, sin descanso.
Lo que deba suceder, sucederá. No podrás remediarlo.

Orejas con aretes o sin ellos, cajas de resonancia tamizando
las palabras que oigas, las que digas,
y el espacio vestido de silencio,
espina en la conciencia, machacando.

Tus labios son las flores perdurables
que se abrieran sigilosas siendo niña.
Atropellándose los pétalos en vagidos.
Corolas majestuosas en las noches idílicas.
Adultos ya, mostrando las arrugas,
de tanto perfumar han marchitado
cual pliegues del telón que dictamina
final de la actuación.
El intervalo, ya tuvo su lugar por mediodía.
Mujer, modelo para armar.
El inventario decide el pasatiempo terminado,
Los cambios son posibles, necesarios.
En el ir y el venir serás por siempre:
Mujer de la creación,  cántaro intacto.


Ana Rossell-España/Julio de 2011

UN VIAJE MUSICAL AL SIGLO XVIII

 

TOCATA Y FUGA CON BACH

Miguel F. Villegas

Ediciones Aljibe, Málaga, 2000, 190 págs.

No es fácil conseguir interesar a los lectores con un texto, menos aún si el colectivo al que se dirige es juvenil. En este caso, a las cualidades que debe reunir en general un libro se suman las específicas de un público que, desde hace años, ha sustituido el hábito de leer por otros placeres para él más tentadores. La dificultad se incrementa todavía si quien escribe pretende transmitir conocimientos y valores, máxime cuando estos pertenecen a un pasado pretendidamente lejano, con el que nuestros días no tienen supuestamente nada que ver.

 

Sin embargo Miguel F. Villegas (Jerez de la Frontera –Cádiz) supera con creces el reto. Su persona reúne las virtudes necesarias para ello, pues, con su larguísima experiencia como profesor de instituto en las materias de geografía e historia, aborda la tarea con profundo conocimiento de causa y devoción. Probablemente sea la devoción la cualidad esencial, pues si Villegas afianza el edificio de su escritura en los pilares fundamentales de la buena pluma y la buena pedagogía, cuenta además con un tercero, básico: la entusiasta fe que tiene en los jóvenes a los que dirige sus textos.


Villegas, que ha cultivado bajo el mismo sello editorial registros distintos en este campo -novelas de aventuras, La isla de los espejos (6ª edición), El monasterio perdido (3ª edición), y Como agua entre los dedos, publicada recientemente, una historia protagonizada por estudiantes y profesores de instituto, en la que aborda temas de flagrante actualidad-, la emprende en Tocata y Fuga con Bach con una temática a primera vista mucho más árida: acercar a los jóvenes a la música clásica rompiendo los clásicos tabúes. El autor sale más que airoso del intento.

Tocata y Fuga con Bach es una historia ingeniosa en la que una adolescente estudiante de secundaria, entusiasta de Bach, viaja en el tiempo hacia el pasado y acompaña al compositor en los años más importantes de su vida. El fantástico periplo se completa con otro más breve, que hace el autor clásico en nuestro presente. Con esta estrategia y sus buenos conocimientos del tema –Villegas es, además, intérprete y compositor-, el autor logra construir una seria y bien documentada biografía de Bach, que es por añadidura un recorrido por la historia cultural del siglo XVIII, también en lo tocante a lo no musical. El desfase temporal por el retroceso y el avance en el tiempo de los dos personajes principales respectivamente mantiene el interés y la emoción, al tiempo que provoca un choque de costumbres y convicciones que, al verse contrastados, induce a la reflexión sobre la propia cultura y la de la época protagonista a la luz de la evolución histórica.
La novela desprende optimismo y la convicción de quien cree firmemente en la educación y asume el reto y la responsabilidad que ésta supone, sean cuales sean las dificultades que plantee. La pedagogía de Villegas no conoce la pedantería, rehúye las fórmulas manidas de quien desde arriba se dispone a enseñar al que no sabe. Sabedor de que el buen pedagogo debe abrirse a la sensibilidad cambiante (aunque universal) de los tiempos, es él quien también aprende de los jóvenes. Así la adolescente protagonista de la novela logra que sus compañeros de instituto escuchen la música de Bach y que la transformen, adaptándola a su gusto. Villegas sabe que en la evolución está la verdadera herencia cultural, que consiste en hacer nuestro nuestro pasado en nuestro presente.
Altamente recomendable esta novela, que cuenta además, en el anexo, con un útil glosario de términos musicales, una amplia relación de obras de Bach, un comentario de los instrumentos mencionados y una bibliografía asequible de la que puede echar mano quien quiera ampliar conocimientos.

   

Miguel F. Villegas es también autor de poemas, obras de teatro para jóvenes, cuentos y relatos. Según el Barómetro de Hábitos de Lectura 2008, publicado por la Federación de Editores de España, es el segundo autor español más leído entre lectores de 10 a 13 años.

Carmen Rojas Larrazabal-Venezolana, reside en Los Angeles, California, EEUU/Julio de 2011

Libre


Libre

para abrazar mis raíces a la tierra

y arrullar todo el llanto sin testigos.

Para romper de sol naciente las fronteras

y aprender de una vez a ser oído,

a saber que se sienten mis cadenas,

mas no calla lo que dice en sus latidos

este preso corazón que se rebela.

Libre

para ser pájaro-nube de tus penas

y despertar en lo más alto de tus nidos,

allí donde se alcanzan las verdades

y no le rasgan las alas a quien vuela.

Libre

para sumar de tu nombre los segundos

que llegan a quedarse entre mis días,

a ser amigo, compañero de camino,

oración que disipa las tormentas.

Con mirarme a los ojos te conformas,

y como ya te lo habían advertido,

haces todas las preguntas,

sin esperar ni siquiera la más simple,

la más breve y sutil de las respuestas.

Libre,

para dejar de enumerar derechos

y plantar nueva siembra en la conciencia:

que den los frutos nobles que se enciendan

junto al pan que da luz a nuestra mesa.

Quiero ser libre

para poder definir la libertad.

Para cambiar el poder y la pobreza.

Para borrar del enemigo su agonía.

Para cambiar su temor por rumbo claro

y a los niños devolver nuevas sonrisas.

Quiero ser libre

para celebrar los colores

que olvidaron las antiguas primaveras.

para cambiar el silencio y la tristeza

y encontrarle la voz al sufrimiento

en cada grito que transita entre tus venas.

Que se confiesen, de una vez, tus cicatrices,

y que desangren las razones de tu duelo,

y que arranquen los fusiles de tu pecho,

hasta que logren respirar tus pensamientos.

¿Libertad, dicen?

Quiero ser libre para redefinir ese concepto.

Para darle al alma nuevos sentimientos

y al corazón de la humanidad

nuevos latidos.

Para cantar a una voz, y quemar a un solo fuego,

a plena voz sobre la cima,

y a callado susurrar desde el silencio.

Quiero ser libre

para al fin ser tu testigo,

y aceptar de una vez lo que se ha ido:

quizá ha sido tu madre, tus hermanos,

tus amigos.

Y que esta noche no habrá sobre tu mesa

ni un pedazo de pan para tu olvido.

Estoy ahora, frente a ti,

al borde de la guerra que te oprime,

debajo de las minas que te anulan.

y al proyectar mi sombra en tu tristeza,

ya no estarás solo en tu agonía.

Hijo mío, o hermano, o fiel amigo,

quizá este día, vestido de enemigo,

con puñal de presencia te revivo

y devuelvo la luz a tu mirada

con el libre corazón que habías perdido.

Lo encontré bajo el árbol de la vida,

muy sediento de tus cantos infantiles,

de tus juegos, de tu risa y de tus sueños.

Para dártelo de nuevo, me he hecho libre.

Esa libertad es la que cuenta.

No la quiero si no incluye tu dolor,

si no sirve para el pan sobre tu mesa,

si te vuelves invisible ante mi voz.

Libre.

Esta tarde pude al fin llamarme libre,

porque he visto tu rostro entre las ruinas.

Pero ya no estaba sola frente a ti,

allí estaba conmigo la cosecha

de incontables corazones que te oyeron,

que trajeron su trigo y su agua fresca

hasta el lugar secreto en que guardabas

tu frágil esperanza de vivir.