miércoles, 27 de julio de 2011

Leonel Giacometto-Rosario, Provincia de Santa Fe, Argentina/Julio de 2011

Morir

    Levanta el arma y me mira. Ahora, mi destino es más incierto. Debo hacerlo. Debe hacerlo. Él o cualquiera. Todos los objetos que observo a su alrededor son el arma con la cual me apunta. Él es mi asesino y el arma con la que me apunta es enormemente amenazante (con el tiempo pensaré lo contrario), increíblemente certera (veremos) y extrañamente atractiva (con el tiempo, también pensaré lo contrario). No me mira a los ojos, sino donde apunta. Tiemblo. Tiembla. Jadeo. Jadea. Siento el primer disparo, cierro automáticamente los ojos y me muerdo el labio inferior. Dolorosamente, sonrío. Después, sobre la sábana, la mítica sangre del fin de mi virginidad.

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