UNA BATALLA MÁS
Jessica siente el beso de su hermano en la mejilla.
Le acomoda las cobijas y le murmura: “cuidáte mucho”.
Oye el chirriar de la puerta de chapa y las dos vueltas de llave girando dentro de la cerradura.
Sabe que hasta la noche Juan no regresará.
Cartonear da para ir tirando. Si hoy le va bien, tienen la comida para dos días.
Se irán arreglando. Por lo menos hasta que al padre lo suelten en la comisaría donde lo tienen detenido por averiguación de antecedentes. Hace tres días que no lo ven.
Con esfuerzo logra contener las lágrimas que pugnan por salir y se levanta.
El ¡tú puedes! del pastor evangélico de la televisión la hace sonreír.
Muchas veces, ese ¡tú puedes! la va ayudando a hacer las cosas cotidianas.
En la pieza contigua, cada vez la conversación se oye más fuerte. Ella ya sabe que después siguen los gritos, luego los golpes, el portazo y el silencio.
El hombre tiene los ojos achinados, siempre está sucio y una sonrisa libidinosa se dibuja en su cara cada vez que la ve en el piletón del patio.
Enciende el calentador y pone agua para hacerse un mate cocido.
Mientras, corta el pan duro, lo desmiga y lo va tirando dentro del tazón.
Abre el libro de historia y comienza a leer. Esa tarde tiene prueba.
“La batalla de Vilcapugio fue el primero de octubre de 1813. Belgrano la perdió” murmura.
Las mejores horas las pasa en la escuela con sus compañeras de sexto grado.
A cucharadas va tomando el mate cocido. Mientras, repite: “Ayohuma también la perdió Belgrano. Fue el 14 de noviembre del mismo año”.
“¿Y la de Tacuarí? No. Esa la ganó. Pero fue en 1811. No me acuerdo el mes”…
Sale a lavar el tazón a la pileta del patio.
“El Combate de San Lorenzo fue en 1813 también. Con San Martín iban ciento veinte granaderos y un sargento le salvó la vida. ¿Cómo se llamaba el sargento?”
Su cuerpo de once años se estremece al sentir que el hombre la empuja violentamente dentro del cuarto. Una mano de uñas renegridas le tapa la boca mientras cierra la puerta con violencia.
Un insoportable olor a alcohol inunda la pieza.
La arrincona contra la mesa, mientras le arranca la ropa a tirones.
La hoja del acero brilla sobre la mesa.
¡Tú puedes!...
En la barriga del hombre sólo queda afuera el puño negro del cuchillo.
Cuando Juan regresa, la luna ilumina el patio.
Jessica está sentada en el suelo, como hipnotizada.
El libro está abierto en las batallas de Vilcapugio y Ayohuma con sus hojas salpicadas por cientos de gotas rojas
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Creo Marta que este es uno de tus textos más logrados, ya sea desde la profundidad de la historia, como desde la cantidad de imágenes que se van sucediendo. Felicitaciones.
ResponderEliminarRicardo
En este relato se aprecia un desarrollo literario, desde la sintesis hasta el manifestar de las imágenes.
ResponderEliminarA continuar.
Abel Espil
Marta. un cuento que resalta el valor de las palabras y las distintas interpretaciones que, el humano, puede darles. Ese tú puedes religioso, de fuerza espiritual, se transforma en el mandato para ese acto de furia contenida. Buen resarrollo, felicitaciones, Un abrazo de,
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