martes, 23 de agosto de 2011

Alba Bascou-Buenos Aires, Argentina/Agosto de 2011

Yo, Pirulo.

Me levantó en los brazos, mientras estaba tirado sobre unas baldosas de una vereda cualquiera, cercanas al club Harrods. Casi no lo miré, pero me dejé envolver en esa caricia de mano pesada que me sobaba el lomo. Fue ahí que levanté los ojos y observé otros, redondos como lunas llenas, chiquititas, con un brillo alquitranado. Me apretó la cabeza contra la mano y allí nomás, de lo fuerte que me agarró llegué a escucharle el corazón.
No me preguntó nada. Preparó la comida para los dos y después me sentó a la mesa. Parece mentira, pero nunca, nadie lo había hecho conmigo. Me devoré el plato de carne cortada y dejé un poquito de arroz porque estaba medio salado. Sentí la panza llenita como un globo. Él volvió a acariciarme y sonrió.
            Pasó el tiempo. Nos hicimos inseparables. Lo acompañaba a todos lados. Durante el día me quedaba sentado en la tapicería y algún mediodía lo custodiaba hasta el Banco Francés para hablar con el Gerente. Muchos me saludaban antes que a él. Hola, Piruloo, me decían y yo no les pasaba bola, los miraba de costado, refunfuñando. Cualquier presencia me ponía celoso.
A las noches, partíamos para el Monoblock que Perón había mandado construir, por las calles del barrio. Íbamos hasta Pampa y de allí, derechito por Figueroa Alcorta, estirando el olfato para llenarnos los pulmones de olor a eucaliptos. Y esta historia fue repitiéndose por años.
            Recuerdo también los domingos de fútbol, a unos pasos del departamento. Chauuuu, Cache, le gritaba la gente y enseguida…¿Y Piru?
            Y a mí, me tenía en el arco, con la camiseta puesta, atento porque no podía fallarle.
Lo mejor fue cuando empezó a entrenarme para cantar. Al principio, yo pensaba, está loco, si no puedo afinar…pero él, se hizo la madame Schoushasca y chau, me hacía levantar temprano, practicar ejercicios, respiración profunda y después me servía cuatro claras de huevo más siete cucharadas de azúcar impalpable, casi merengadas. Por fuera me friccionaba la garganta con aceite de máquina. Y de tal manera, empecé a parecerme a un tenor. Bieeen, Piru, bieeen, exclamaba excitado, hasta que llegó el momento de la presentación. ¡Qué emoción! Me chupé con la lengua una lágrima que se me escurría. Y de repente, escuché la voz de Cachee que recitaba: RM82, Canal 12 de TV, transmitiendo con todas las emisoras hermanas se hace presente ante ustedes…Quédate tranquilo, me susurraba. Claro, yo estaba temblequeando, me apretaba todo lo que me había puesto, es más el moñito colorado se me movía como un molino de viento en mi cuello...y tiene el agrado de presentarles en esta fiesta porteña a nada menos que el gran cantor del…Quietito…quietito…me largaba el Cache, que ya vaaa, quietito…Bajo Belgrano, experto en tonos y semitonos, en negras y corcheas. Ante ustedes, el GRAAAN PIRUULOOO! Y a mí, se me ensanchaba el pecho, las costillas me quedaban chicas y levantando la cabeza emitía una serie de sonidos que a los otros les gustaban y aplaudían a rabiarse. Más tarde, las felicitaciones, la lluvia de flores, los brindis y sus brazos que me alzaban hasta llegar al hogar.
            El asunto cambió cuando cayó la Dorys. Una rubia contoneante, pechugona, con pollerita corta, ajustada, que dejaba las gambas al aire, mientras los ojos del Cache se ponían en blanco. Que se le tiraba encima. Lo besaba. Lo palpaba…A mí, esos espectáculos no me gustaron. Como pude empecé a protestar. Ella quiso convencerme porque en realidad después de un tiempo de bancármela, creo que no es mala, en realidad es buena, pero no quiero pensarlo mucho porque Cache, mi amigo, parecía entusiasmado y a ver si se le hace.
                                                                                                                                                                        Ella se extendía junto a él, sobre la cama, haciéndose la modelo y yo sin pérdida de tiempo, me arrojaba en el medio de ellos y hacía ruidos guturales para asustarla.Cache, me acariciaba la cabeza, me besaba y me repetía hasta el cansancio que me quería. Me alzaba cuando la Dorys , cansada de los arrumacos que me brindaba, se dormía.
            Los primeros días de la semana había paz. El quilombo empezaba entre miércoles y jueves en que ella se instalaba hasta el fin de semana. Eso sí, me atendía. Me bañaba, me perfumaba. Compartía con ellos la mesa pero me cerraban - a veces- la puerta del dormitorio.
Entonces no me gustaba. Una vez, agarré a patadas la puerta y otra mordí y mastiqué todo lo que tenía a mano.- Desde ese día, los sábados y los domingos me vienen a buscar dos tías viejitas que me tratan bien. Me dan besos en la boca, me cocinan especialmente, me acarician tanto, tanto, que me ponen nervioso.
            Este año, para dejarme contento en las vacaciones, me llevaron con ellos. Habían alquilado una casa alpina. Exigí la bohardilla. Tenía su ventanal, que todas las mañanas cuando la luz entraba, lo abría. Me dedicaba a respirar el aire limpito con olor a sal y a verde y a mirar las copas de los árboles, llenas de pajaritos. Más tarde me iba a la playa, y cuando lo decidía, nos volvíamos.
            El otro día escuché que unos amigos del Cache y la Dorys les preguntaban por mí. Me había escondido en el baño. Las caras nuevas no me gustan…Y ahí, está, contestaba el Cache. Grande, el Pirulo, grande. ¡Cómo lo quiero! Y la gente se reía a carcajadas. Yo, no entendía por qué. En serio seguía él, el día que se muera, me mato.
            ¡Paaa! Sentí tanta alegría cuando oí lo que decía. Era una declaración de amor. De contento, empujé la puerta, salí como un huracán y empecé a subirme y bajarme por él, pasándole la lengua por la cara y la ropa hasta caer en sus brazos, ladrando de placer.
            Más tarde, me tiré al suelo, me acerqué al ventanal y parándome en las dos de las cuatro patas que tengo, le canté una serenata.

           

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