La paloma sagrada
El verano se derrama en los pajonales. Sol y calor, ni una promesa en el cielo.
--- ¡Otro día de infierno!---se queja el chacarero---la verdura no va aguantar.
La mujer se queda mirándolo, no sabe qué decirle que no le haya dicho para mantenerle encendida la esperanza El hombre monta su caballo y se aleja añorando la lluvia.
María inicia sus quehaceres Llena la pileta con agua y separa la ropa para comenzar a lavar. Quiere compartir sus preocupaciones con su abuela y como no le contesta, la busca con la mirada, está bajo la parra, sentada en un banquito de paja, la cara rugosa y el pañuelo anudado bajo la barbilla. Con la mirada larga desmiga recuerdos. Puede estar horas en la misma posición. Sus pensamientos la vuelven de muy lejos, se levanta, pone maíz en una lata y en una extraña danza agita los granos para atraer la atención de los animales. El patio se llena con el graznido de los patos y el cacareo de las gallinas. El maíz cae como lluvia, todo es movimiento, y de pronto ve la paloma picoteando los granos. El recuerdo de las historias que contaban sus mayores, se instala en su memoria.
---Vamos a tener lluvia y buenas cosechas, la paloma sagrada nos visita--- dice la anciana con la mirada encendida. María se acerca y se queda mirando la paloma, toda blanca con el borde de las alas negras. Le pide a la abuela que le cuente la leyenda, aunque ya se la haya contado muchas veces.
---Protegidos por la selva--- comienza diciendo la abuela---y por los guerreros, vivía un grupo de indígenas. Criaban a sus hijos según sus costumbres, respetando los rituales y creencias, siguiendo el mandato de las leyes antiguas. Allí vivía Ermelinda. Al llegar a la pubertad, fue prometida en matrimonio.
Cuando el novio, acompañado por el hombre de mayor edad de la tribu, se presentó a conocer a la que sería su esposa, ella lo vio llegar y un sentimiento desconocido tiñó de rojo sus mejillas.
Comienzan los preparativos para la boda, Los varones de la tribu, ayudaban a construir la futura vivienda. Las mujeres cooperaban para conseguir alimentos, ya que según la tradición, por siete días nadie podía ver a la recién casada.
Volvía Ermelinda de buscar frutos silvestres, cuando el mal destino, luciendo correaje y espada, detuvo su cabalgadura. Ella le pide al dios bueno que la arranque de esos brazos lujuriosos, aunque nunca más vuelva a ver a su prometido. Entonces le crecieron alas y se volvió paloma y desde ese instante---dice la abuela---se escuchaban en el monte sus arrullos como lamentos.
A media mañana, las nubes cubren el sol. Polvo y pasto se levantan del suelo. El viento baila entre la ropa recién tendida. La furia de un trueno pinta el cielo de colores, las primeras gotas golpean en la tierra reseca. Los ojos de la abuela sonríen.
Etel !!! lindísimo tu cuento,
ResponderEliminarme regustó!!.
Besossss Jóse
Etelvina,Cada vez que leo tus cuentos me asombra tu capacidad de jugar con la fantasía y de crear ese clima de suspenso e irrealidad. Te felicito.
ResponderEliminarEtelvina,Cada vez que leo tus cuentos me asombra tu capacidad de jugar con la fantasía y de crear ese clima de suspenso e irrealidad. Te felicito.
ResponderEliminarunica
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